Llegó a España con su madre embarazada y su hermana mayor, María Botto, huyendo de la dictadura de Videla, con su padre desaparecido. Su madre, Cristina Rota, es una de las más destacadas formadoras de actores y actrices del país. Empezó pronto, con 8 años, e hizo varios papeles hasta la rompedora ‘Historias del Kronen’ de Montxo Armendáriz.
Juan Diego Botto ha esculpido su carrera eligiendo las películas y las obras en las que participaba muy cuidadosamente. No es que haya que preguntale, solo hay que mirar su filmografía.
Martín (Hache), del director Adolfo Aristarain, Silencio roto, de Montxo Armendáriz, Plenilunio, de Imanol Uribe, Asfalto, de Daniel Calparsoro, Vete de mí, de Víctor García León, Todo lo que tú quieras, de Achero Mañas, entre otras, así como varios trabajos en el extranjero, como The Dancer Upstairs (Pasos de baile), dirigida por John Malkovich y protagonizada por Javier Bardem, Bordertown (Ciudad del silencio), de Gregory Nava, protagonizada por Jennifer López, La mujer del anarquista, de Marie Noëlle y Peter Sehr, El Greco, de Yannis Smaragdis, por la que obtuvo en 2008 el Premio al Mejor Actor en el Festival de Cine de El Cairo; Silencio en la nieve, de Gerardo Herrero, Hablar, de Joaquín Oristrell, y La ignorancia de la sangre, de Manuel Gómez Pereira. También ha protagonizado series como Good Behavior, en TNT, o Pulsaciones, de Antena 3.
Son solo algunos ejemplos, pero todas parecieran tener un sentido y haber sido escogidas por una razón, más allá de lo estrictamente profesional. No son de menú, son de la carta. Y aunque se puede decir que es así para muchos profesionales, Juan Diego Botto ha demostrado querer desarrollar su propia mirada en el cine y en el teatro.
Ha sido, casi desde el inicio de su carrera, un creador y promotor, compaginando cine, teatro, y la gestión de la Sala Mirador. Ha escrito obras como ‘El privilegio de ser perro’, ‘Despertares y celebraciones’, ‘La última noche de la peste’, o ‘Un trozo invisible de este mundo’, que en 2014 obtuvo el Premio Max a Mejor Actor, Mejor Autor Revelación y Mejor Obra del año.
Hace poco más de un año, Juan Diego Botto recibió el Premio Nacional de Teatro.
Seguramente el mejor ejemplo de esto sea su primera película, ‘En los márgenes’.
Mirando a su país
Después de casi 40 años de carrera, y muchas y buenas obras, después de un éxito como ‘Un trozo invisible de este mundo’, Juan Diego Botto ha conseguido cruzar dos piezas de una calidad extraordinaria, como si fueran dos personajes de su película. Parece casualidad, pero no lo es.
‘Una noche sin luna’, que analizamos más adelante, es una obra extraordinaria, sin duda, pero ‘En los márgenes’ redimensiona la forma de entender el cine de Botto.
Un abogado, Luis Tosar, tiene que llevar a su hijastro a coger un autobús para irse de viaje con el instituto, pero lo pierde por intentar ayudar a una madre a la que los servicios sociales quieren quitarle la custodia. El resultado es que tiene que llevárselo con él durante todo un día para no enfrentarse a su madre. Y así empieza un recorrido por las calles de Madrid en el que se cruzan varias historias y decenas de personajes cuyo eje es la lucha contra los desahucios, pero el fondo, una forma de mirar a su país y a su gente. Una posición de principios marcada por la obra de Antígona, aún sin saberlo (enfrentarse al poder sin importar las consecuencias), un retrato cinematográfico hondo como el de Traffic (Steven Soderbergh 2000), y un sentido homenaje a quienes luchan sin descanso, entregando su tiempo a aquello que consideran justo, sabiendo que no saldrán vencedores, y que solo conseguirán pequeñas victorias. Esa colectividad que construye la película es la mayor conquista y la mejor historia.
Luis Tosar y Penélope Cruz, como Juan Diego Botto, son faros espectaculares de la carrera a contrarreloj por salvar a varias madres, todas ellas entrecruzadas en historias de desahucios. Pero Botto consigue, como director, una coralidad conmovedora, (‘que las compañeras no vaya solas’, se dice en la asamblea de la PAH), incluso en detalles como la conversación que una fantástica Nur Levi (la hermana de Botto) sostiene con el hijo de Rafa (Luis Tosar), el cambio de rasante en su mirada.
No es de extrañar, como luego nos cuenta en la entrevista, que la periodista Olga Rodríguez sea la responsable de parte de esa mirada. Para contar la verdad hay que buscarla, aunque cuesta tantos años como les ha costado a ellos.
Aprender del público
Y mientras recorre el país representando su obra sobre Lorca, el amor de su vida, con permiso de Olga y Salma, Juan Diego Botto monta debates en los cines después de ver la película.
Como si fuera un homenaje a La Barraca de García Lorca, se ha arremangado y se ha entregado al debate con el público, sentando un precedente que tiene antecedentes, pero que sirve de guía indudable en estos momentos. El público se emociona, acaban en pie aplaudiendo y después le preguntan y discuten con Juan Diego y con Olga.
Es imposible no conmoverse y esperanzarse. Porque esta es, sobre todo, una película de lucha y determinación. Incluso más allá de las mismas intenciones del director. Bajo una luz, característica de las noches madrileñas, a veces parece extenderse un manto de pesimismo y derrota, pero puede más el impulso de las entrañas, de la gente que lucha pese a saber que van a perder cien veces antes de poder ganar.
En la entrevista con el director de Foros21, Juan Diego Botto comenta que un amigo se queja de que la película no da salida, no ofrece alternativas. Sí lo hace, no política claro, ni organizativa. Pero sí ética, como si leyera un poema de Walt Whitman para interpelar al espectador: ‘¡admirables!’, ‘¡esta gente son admirables!’.
¡Qué importante es la mirada!