Hollande, Putin, Erdogan y la guerra en Siria

El triángulo de Damasco

La postura firme de Moscú obliga a los polí­ticos estadounidenses a hacer concesiones para evitar una escalada aún mayor del conflicto sirio

Con Obama de director de orquesta en la sombra, Arabia Saudita recomponiendo su sistema de relaciones e Irán manteniéndose en un perfil bajo; el presidente francés Hollande, el ruso Putin y el turco Erdogan se han convertido en los actores de primer plano de la guerra que desangra Siria e Irak.

Cuando está a punto de cumplirse el quinto año de guerra en Siria, 2015 ha visto como aparecían con renovada fuerza en escena tres actores cuya implicación directa en el conflicto ha alterado sustancialmente tanto la correlación de fuerzas interna y externa como las perspectivas de una resolución política a la larga crisis por la que atraviesa el país.

Los atentados de principios de año contra Charlie Hebdo y los más recientes de noviembre han empujado a Francia a convertirse en el candidato idóneo para encabezar la intensificación de la intervención bélica occidental. Tras París, el parlamento británico, no sin serias resistencias, ha tomado la misma senda de aumentar su participación en los bombardeos contra las posiciones del ISIS. La nueva táctica de Obama, ensayada ya con anterioridad en Libia, de “liderar desde atrás” una posible intervención militar en toda regla, con las potencias europeas marchando en primera línea de combate podría estar tomando forma política en los últimos meses en caso de revelarse infructuosos los intentos de negociación política. «Hollande, Putin y Erdogan se han convertido en los actores de primer plano de la guerra de Siria»

Sin embargo, EEUU y sus aliados carecen de una estrategia general clara, con objetivos definidos y precisos. Por un lado, la oposición de la opinión pública occidental a aceptar una nueva intervención a gran escala tras los fracasos de Afganistán e Irak limitan notablemente su capacidad militar. En cinco años no han conseguido organizar un contingente de tropas sobre el terreno capaces de combatir con éxito al régimen sirio y al Estado Islámico, lo que deja sus opciones reducidas a poco más que los bombardeos aéreos, insuficientes a todas luces para contrarrestar al ISIS y derrocar al régimen de Assad, el doble objetivo que dicen buscar.

Por otro, tampoco está nada clara la voluntad norteamericana de eliminar por completo al Estado Islámico. Desde la época de la invasión soviética de Afganistán en los años 80 del siglo pasado, EEUU ha jugado siempre con las cartas marcadas respecto al islamismo radical. Armándolo y financiándolo cuando ha considerado que servía a sus objetivos de derrotar a un enemigo más importante en su estrategia mundial. Y combatiéndolo, pero sin erradicarlo, cuando su expansión y fortalecimiento ha considerado que se convertía en un obstáculo o una amenaza para su propios objetivos.Con el Estado Islámico está ocurriendo en la actualidad algo similar a lo ocurrido con Al Qaeda en el pasado. Aún después de declararlo enemigo número uno, EEUU siempre mantuvo resquicios abiertos con los que utilizar al terrorismo fundamentalista gracias a los múltiples canales de intervención que se había asegurado previamente, en los momentos que lo apoyaba. Así, mantener al ISIS o grupos similares como fuerzas activas, aunque limitadas en su crecimiento, en Oriente Medio es una valiosa herramienta de futuro con la que tratar de expandir el islamismo radical hacia el Cáucaso y el Asia Central, los talones de Aquiles islámicos de sus dos mayores rivales geoestratégicos a nivel global, Rusia y China.Desesperación turca y firmeza rusaEl derribo de un avión ruso por las fuerzas aéreas turcas elevaba semanas atrás la tensión a un nivel peligroso: la posibilidad de un enfrentamiento entre Rusia y la OTAN (de la que Turquía es miembro) aparecía por primera vez como un escenario improbable, pero no imposible.

Se ha especulado mucho sobre las razones de una acción a todas luces aventurera y desmesurada. Pero que en realidad obedece a una acción a la desesperada de Ankara que, tras la intervención militar rusa, ve cada vez más imposible lograr su gran objetivo: la caída de Assad y el establecimiento de una zona de “seguridad” en la frontera turco-siria que permitiría a Erdogan masacrar y liquidar militarmente –de forma silenciosa e invisible a los ojos de la comunidad internacional– a las milicias kurdas del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán, el partido marxista-leninista mayoritario entre la población kurda de Turquía) que sostienen con éxito gran parte de la lucha armada contra las tropas del Estado Islámico en la frontera norte de Siria e Irak lindante con Turquía.

La actuación del gobierno de Erdogan ha sido un factor clave en todos estos años en el crecimiento y la expansión del ISIS. Primero permitiendo el paso por su frontera de decenas de miles de islamistas de Europa y de todo el mundo para alistarse y combatir con las tropas del Estado Islámico. Después siendo la puerta de salida para los multimillonarios negocios del ISIS con la venta del petróleo o el contrabando del valiosísimo patrimonio arquológico e histórico de Siria e Irak, cuna de la civilización mundial.

Sin embargo, la audacia y la firmeza de la intervención militar rusa ha echado por tierra estos planes. De ahí las acciones provocadoras y desesperadas de Erdogan, tratando de arrastrar a la OTAN al choque con Moscú.Y es que, en efecto, la intervención de Rusia ha impactado de forma profunda en la situación política y militar de la guerra siria, alterando sensiblemente la correlación de fuerzas y las alternativas de futuro.

Al tomar la iniciativa, proteger a un Assad impotente y exhibir su reforzado músculo militar con un sofisticado armamento que el propio Pentágono ignoraba que poseyera el ejército ruso, Moscú ha cambiado el escenario político- militar en que hasta ahora se desenvolvía la guerra.

A diferencia de EEUU y las potencias europeas, Rusia sí dispone de tropas sobre el terreno capaces de rentabilizar territorialmente sus ataques aéreos contras las posiciones del ISIS. La suma de las tropas leales al régimen sirio, las milicias libanesas chiíes deHezbollah –con experiencia de años de combate contra el ejército israelí, palabras mayores– y los altos mandos y tropas enviadas por la guardia revolucionaria iraní forman un contingente tan numeroso como altamente cualificado. Lo que explica cómo en los apenas tres meses de intervención rusa, el régimen sirio haya sido capaz de volver a controlar numerosas zonas y enclaves estratégicos del país.

La entrada de Rusia con toda consecuencia en la guerra siria ha aumentado, paradójicamente, las posibilidades de encontrar una salida negociada al conflicto.

Dotado de un apoyo militar así, el régimen de al Assad pasa a ser un actor imprescindible en las negociaciones. Incluso aunque su futuro a medio-largo plazo sea cuestionado.

De momento, el representante de la oposición siria no islamista en EEUU ya ha declarado que será necesario contar con al Assad en las inminentes negociaciones políticas. Mientras que la ONU acaba de aprobar una “hoja de ruta” para Siria que prevé el inicio el próximo mes de enero de conversaciones de todas las fuerzas políticas sirias no terroristas, del que no se excluye a los representantes del régimen sirio. Hoja de ruta que ha sido negociada por la cinco potencias con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU; en otras palabras consensuada entre Washington y Moscú.

Se abre así, por primera vez en cinco años, la posibilidad de una salida pacífica, negociada y democrática, bajo el amparo de la ONU, de una guerra que se ha cobrado más de 250.000 muertos y millones de refugiados huyendo del terror y la devastación