Elecciones en Turquía, victoria de Erdogan

El sultán de Anatolia se mantiene en el trono

En la segunda vuelta de las elecciones turcas, y aunque sudando más que nunca para ganar, Erdogan ha vuelto a coronarse con la victoria, obteniendo el 52,18% de los votos. El autocrático sultán de Ankara mantendrá a Turquía como un "verso libre" de la geopolítica mundial, una potencia emergente que juega a varias bandas según sus intereses.

Con casi el 53% de los votos y ganando de nuevo las elecciones, Recep Tayyip Erdogan, el ‘sultán’ que no ha perdido unas elecciones en más de 20 años seguirá otra legislatura más al frente de Turquía, convertido ya -para bien o para mal- en la figura más influyente desde Mustafa Kemal Atatürk, el fundador de la moderna nación otomana.

A lo largo de sus dos décadas en el poder, Erdogan se ha convertido en un autócrata, que fuerza hasta el extremo las libertades y reglas de la democracia turca, y en la bestia negra de los kurdos, la izquierda y las minorías. Pero sobre todo se ha convertido en una de las piezas más incómodas de la OTAN y del diseño geopolítico de EEUU, acumulando constantes fricciones con Washington por una multilateral y autónoma política exterior basada frecuentemente en el pragmatismo y la oportunidad. Con Erdogan, Turquía juega su propia partida, y lo mismo se entiende con Putin, que interviene en Siria o en Libia, que presta su diplomacia para las conversaciones de paz en Ucrania.

En las pasadas elecciones presidenciales del 14 de mayo, Turquía asistió por primera vez en mucho tiempo a un duelo verdaderamente reñido, donde el ganador en los últimos veinte años, el presidente Erdogan, no logró coronarse a la primera al quedar por unas pocas décimas por debajo del 50% de los votos en la primera vuelta. Los islamistas del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Erdogan se quedaron con el 49,52%, pisándoles los talones sus máximos oponentes, los socialdemócratas del CHP encabezados por Kemal Kılıçdaroğlu.

En la segunda vuelta, y aunque sudando más que nunca para ganar, Erdogan ha vuelto a coronarse con la victoria, obteniendo el 52,18% de los votos.

Aunque los escasos 5 puntos que le separan de Kiliçdaroğlu retratan un país ciertamente polarizado, donde Erdogan ya levanta pasiones encontradas y muy diferentes en dos mitades. Unos lo consideran garantía de orden, de estabilidad y de soberanía. Otros ven en el islamista una desmedida acumulación de poder, continuos ataques a las libertades y una amenaza para la misma democracia. «Para el pueblo kurdo, Erdogan es represión, crueldad y fascismo», dice Necmettin Türk, activista exiliado en Alemania.

Al final, ni siquiera las «extrañas alianzas» del principal opositor, el socialdemócrata Kiliçdaroğlu, han conseguido desbancar al resabiado sultán. La izquierda prokurda del HDP declaró que -a pesar de sus frontales diferencias- apoyaban al Kiliçdaroglu porque consideraban estas elecciones como un «referéndum» para terminar el «régimen de un solo hombre». «Es una elección entre el régimen de especulación, explotación, saqueo, guerras y mentiras por un lado, y el creciente anhelo y deseo de transformación democrática de los pueblos por el otro», dijo Mithat Sancar, colíder del HDP.

Pero el hecho más llamativo es que el líder de la extrema derecha turca, Umit Ozdag del Partido Victoria, también dió su apoyo al opositor de Erdogán en la segunda vuelta. Y el socialdemócrata, seguro de que la izquierda le votaría «con la nariz tapada» por su frontal rechazo a Erdogan, decidió recoger el guante y «mimetizar» buena parte del discurso antiinmigración y antikurdo de la ultraderecha.

El líder del CHP prometió que obligaría a los diez millones de sirios que viven en Turquía -mezclando inmisericordemente refugiados, solicitantes de asilo y migrantes- a retornar lo quieran o no a su país. El pacto de Kiliçdaroglu con el partido xenófobo también incluía que en caso de ganar, respetarían la intervención de los ayuntamientos «prokurdos» ejecutada en los últimos años por el Gobierno. Esta medida hace referencia a las 59 de las 65 alcaldías del partido de izquierda prokurda HDP, que fueron intervenidas por supuestos vínculos terroristas, en alusión a la guerrilla kurda PKK. Sus alcaldes fueron sustituidos -la mayoría encarcelados- por fideicomisarios cercanos al partido de Erdogan, el islamista AKP.

Así pues, ni siquiera esta «alianza antinatura» ha sido capaz de sacar del trono al sultán Erdogan.

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La Turquía de Erdogan

Un verso suelto en la geopolítica mundial

D.B.

Desde que ingresó como en la la Alianza Atlántica en 1952, Turquía ha sido una pieza fundamental en la OTAN y en el diseño de poder global de EEUU, enclavada entre Europa y Asia, en la estratégica encrucijada entre Oriente Próximo, el Cáucaso, los Balcanes y al mar Negro. Alberga una de las más importantes bases militares estadounidenses en el extranjero, Incirlik, que aloja a 5.000 militares y cincuenta cabezas nucleares,

Portada de The Economist de junio de 2013

No por nada uno de los más reputados geoestrategas norteamericanos, y ex asesor de Carter y Obama, Zbigniew Brzezinski​ definía a Turquía en su tratado «El Gran Tablero Mundial» (1991) como un «pivote geopolítico», aunque si tuviera que escribir ese libro en la actualidad, sin duda lo catalogaría en la categoría de «jugador activo».

Pero sin embargo, a lo largo de los 20 años de gobiernos de Erdogan, Turquía ha ido alejándose más y más de la órbita de Washington, protagonizando ya no roces y fricciones con la superpotencia, sino momentos de choque abierto.

El propio Erdogan acusó a la administración Obama -de la que Biden era vicepresidente- de estar detrás del intento de golpe de Estado de 2016, una sospecha más que consistente si tenemos en cuenta que EEUU acoge desde 1999 a Fetullah Gülen, líder del movimiento Hizmet, un grupo islamista cuyos tentáculos en las instituciones turcas organizaron la fallida asonada. Varios años antes, Erdogan ya enfrentó una trama golpista en 2009, llamada “trama del Estado Profundo” o “Red Ergenekon” cuyos hilos pasaban por altos mandos del ejército y los servicios secretos vinculados con Washington y con la CIA.

Esta percepción de que EEUU ha intervenido e interviene en la política turca es compartida por buena parte de la sociedad turca. egún una encuesta de 2022, solo el 14% de los turcos considera a EEUU un “Estado amigo”, mientras que un 42,7% lo percibe como una amenaza.

Otro punto de fricción entre los islamistas del AKP y Washington es el asunto kurdo, algo extremadamente irritante para el ultranacionalismo otomano de Erdogan y la ultraderecha. El apoyo de EEUU al al grupo kurdo sirio YPG, aliado del PKK, durante la guerra de Siria, encendió los ánimos en Ankara, y siguió alimentando el resquemor hacia Washington. Esta es la razón de que Erdogan se haya opuesto en el seno de la OTAN al ingreso de Suecia y Finlandia, que habían dado apoyo diplomático a la causa kurda.

La Turquía de Erdogan juega en la arena internacional en pos de sus propios intereses, alinéandose con unos u otros a su conveniencia.

Pero seguramente el tema más discordante con EEUU es la relación de «equilibrista» -contradictoria y a veces tirante, pero donde predomina el entendimiento- entre Erdogan y Vladimir Putin. Ankara adquirió en 2017 los sistemas de defensa antiaérea S400 de Rusia, lo que enojó a EEUU en 2020, llegando a imponer sanciones a Turquía y negarle la compra de los nuevos aviones de combate F-35.

Esta relación pragmática y de complicidad entre Moscú y Ankara se ha visto durante la guerra de Ucrania. El gobierno de Erdogan ha condenado la invasión rusa, pero ha evitado imponer las sanciones requeridas por la OTAN, mientras profundiza sus relaciones económicas con Moscú. A lo largo del pasado año. Turquía ha duplicado su volumen comercial con Rusia, y ha comenzado los planes para convertirse en un centro para distribuir gas ruso.

Eso no quiere decir que Turquía no tenga tambien choques con el Kremlin, por ejemplo en el conflicto entre Azerbaiyán (apoyada por los turcos) y Armenia (más inclinada a Rusia), o en Siria por el apoyo ruso a Bachar Al Assad (enemigo de Erdogan), o en Libia, donde Moscú y Ankara apoyan a distintos señores de la guerra rivales.

De lo que no hay duda es que la Turquía de Erdogan juega en la arena internacional en pos de sus propios intereses, alinéandose con unos u otros a su conveniencia.