El Vaticano nombra un obispo de San Sebastián enfrentado al nacionalismo

El signo de los nuevos tiempos

Probablemente no existe una organización con finezza polí­tica del Vaticano, aquilatada a lo largo de casi dos milenios de existencia al lado del poder. Por eso, la decisión del Vaticano de designar como obispo de San Sebastián a José Ignacio Munilla -antagónicamente enfrentado a cualquier colaboración con el nacionalismo étnico- tiene una profunda significación polí­tica. El hecho de que Roma -cuyas deferencias hacia la iglesia vasca han sido ilimitadas- tome esta decisión, es quizá el mejor termómetro del calado del cambio polí­tico que colocó en Ajuria Enea a un lehendakari no nacionalista.

Las reacciones ante el nombramiento de Munilla -una auesta personal del presidente de la Conferencia Episcopal Rouco Varela- como obispo de San Sebastián no se han hecho esperar.Urkullu, como representante del sector “pragmático” del PNV, ha mantenido un prudente silencio. Pero los clanes más etnicistas del nacionalismo ha puesto, nunca mejor dicho,el grito en el cielo.Joseba Eguibar, heredero político del defenestrado Ibarretxe, ha exclamado que el Vaticano pretende “so pretexto de universalizar, desarraigar y desafectar la Iglesia vasca, porque tiene excesiva personalidad”.¿Qué tiene Munilla, que tanto inquieta al nacionalismo étnico?El nuevo obispo de San Sebastián nació en Euskadi, habla un perfecto euskera y comenzó su carrera eclesiástica en la muy vasca localidad de Zumárraga.Pero tiene un pequeño problema. Desde su mismo nombramiento como sacerdote, se opuso a la línea etnicista encabezada por el entonces obispo de San Sebastián, José Maria Setién, más tarde asesor aúlico de IbarretxeEl enfrentamiento entre Setién y Munilla se saldó con el exilio por elevación de éste último, al ser ordenado obispo de Palencia.Desde su nuevo puesto de privilegio en la jerarquía eclesiástica, Munilla se ha destacado como una de las más beligerantes voces de oposición a la orientación filonacionalista de la iglesia vasca.Su nombramiento como obispo de San Sebastián, que ostenta el rango oficioso de cabeza de la iglesia vasca, es una auténtica revolución. Desde el obispado donostiarra, Setién se erigió en un auténtico mulá etnicista. Su sucesor, José María Uriarte, se adaptó rápidamente, apoyando públicamente el plan Ibarretxe.Con Munilla, el Vaticano ha dado un giro de 180º a su posición respecto al “problema vasco”. La iglesia ha sido un auténtico pulmón artificial del régimen etnicista de los Arzallus e Ibarretxe. Y Roma se ha cuidado muy mucho de nombrar obispos cercanos al nacionalismo que protegieran su influencia en Euskadi.Pero los tiempos han cambiado, y el Vaticano, mucho más pragmático de lo que piensan algunos de sus detractores, ha movido ficha en consecuencia.El histórico cambio político que le costó al PNV el gobierno es expresión de un terremoto social mucho más profundo, cuyo epicentro se remonta a las movilizaciones de Ermua.Hoy, los vientos en Euskadi soplan en contra del nacionalismo étnico, que hasta hace muy pocos años pensaba que su hegemonía iba a ser eterna.Con su “cambio de estrategia”, el Vaticano no hace sino confirmar el declive del nacionalismo étnico. Y, con su proverbial oportunismo político, intenta tomar posiciones cuanto antes en el nuevo escenario político. Por mucho que les pese a los Eguibar de turno.Es el signo de los nuevos -y buenos- tiempos.