Los Hermanos Coen y Michael Moore presentan:

El sentido de la vida ¿un capitalismo más humano?

Siempre ocurre ante los acontecimientos decisivos de la Historia. Cuando la sociedad es recorrida por una contradicción que hace tambalear sus cimientos el arte tiene dos opciones: mirar hacia otro lado o afrontarla. Y ante la crisis muchos directores han optado por darle la cara con diferente suerte. En España conocemos la posición de Amenábar con Ágora. Desde el gran Hollywood llegan dos propuestas contradictorias pero geniales: Michael Moore y los hermanos Coen.

Ambos se cuestionan los cimientos del mundo y del ensamiento, algunas de las preguntas inevitables ante la debacle. Pero de forma bien diferente. Moore no abandona la línea que hasta ahora le ha caracterizado, el estilo documental y el testimonio cámara en mano para desnudar las vergüenzas del capitalismo. Los Coen, después de “No es país para viejos” y “Quemar después de leer” han decidido volver a la esencia surrealista de su mejor cine, buscando respuestas, que no dándolas (porque piensan que no las hay), en la lucha entre la fe y la razón. Capitalismo. Una historia de amor Quizás el mejor representante del ala izquierda de la progresía norteamericana nos introduce en el mundo de la crisis situando el mismo marco que utilizara el geoestratega del Pentágono, cuadro histórico de la clase dominante estadounidense y actual asesor de Obama, Zbignew Brezezinsky en su “Gran tablero mundial: la supremacía norteamericana y sus imperativos estratégicos”. En este manual de “como mantener el papel de EEUU de gendarme mundial cuando ya no lo es”, Brezezinsky aborda la decadencia de los principales imperios de la Historia para aprender de ellos. Moore juega con el Imperio Romano y su decadencia: se hundió por sus contradicciones internas y la decadencia de su clase dominante. ¿Les suena? Así Moore desprecia las medias tintas para morder desde el principio en el corazón, recorriendo los últimos 60 años de la historia de EEUU en pocos minutos de cinta. De la borrachera capitalista de los eufóricos años 50 y el ascenso en la calidad de vida de la clase media norteamericana asentada sobre una gigantesca maquinaria de guerra mundial que extiende el terror por todo al planeta, a la llegada de Reagan o la época Bush. Mete el dedo en la yaga, sí, pero luego nos propone curarla con un bronceado. Se coloca como víctima y pide, si es posible, más democracia. Solo en los momentos más cómicos del largometraje, cuando se atreve a pedir lo imposible, acierta. Moore es hijo de un obrero de la cadena de montaje de la General Motors en Flint, la cuarta ciudad más importante de Michigan, “la ciudad de los coches”, ahora un desierto devastado por el desmantelamiento de la industria, una gigantesca bolsa de paro y pobreza. Volviendo a su primera producción “Roger & me” en la que intenta entrar en contacto con el presidente de la General Motors, Moore se atreve con descaro a exigir lo que es nuestro, presentándose en la puerta de Bank of América, Citigroup o General Motors para ejecutar “un arresto ciudadano” y detener para poner entre rejas a los correspondientes presidentes y juntas directivas. Llega incluso a fletar un furgón blindado subiéndolo hasta el hall de una gran banco para recaudar lo que nos han robado o rodear una enorme entidad con una cinta policial de las que delimitan el escenario de un crimen. Por el camino muestra la realidad de la clase obrera norteamericana, sus reivindicaciones y luchas, y cómo el capitalismo se enfrenta a los intereses de la mayoría de la población: obreros, ejecutivos medios, comerciales, hasta reconocidos pastores y un obispo. No sólo entrevista a trabajadores de una cadena de montaje desmantelada, también se dirige a las familias de vendedores de seguros que tras su muerte se han quedado sin nada, mientras las compañías han cobrado miles de dólares fruto de la política de contratar un seguro de vida a cada empleado colocando a la empresa como beneficiaria. O a un grupo de pilotos que mientras tienen en sus manos cientos de vidas en vuelos comerciales se ven obligados a acudir a los centros de caridad porque el sueldo no les permite ni alimentar a sus familias. ¿Cuál es la alternativa…?¿Obama?, pues parece que para Moore sí. Lo que se ha atrevido a imaginar denunciando a los bancos o mostrando cómo se dio el golpe de Estado financiero para dar salida al rescate bancario (muestra las imágenes nunca difundidas de muchos congresistas rebelándose ante una decisión impuesta en la que el poder político aparece como un instrumento de las familias más poderosas de EEUU), se diluye como un azucarillo cuando presenta la victoria del “nuevo emperador negro” como la gran esperanza. La democracia es la solución, un capitalismo más humano. Según una encuesta oficial que el propio Moore reproduce, el 33% de los norteamericanos prefiere el capitalismo, un 30% el socialismo y un 37% no sabe, no contesta. Pero Sr. Moore ¿por qué no ha viajado a Honduras o Afganistán para preguntar si Obama es socialista? Un tipo serio Los hermanos Coen vuelven con un despliegue de surrealismo sarcástico, ácido y demoledor. Una familia judía en un barrio residencial a finales de los años 60 y un cabeza de familia enfrentándose a un cúmulo de desgracias trágicas, como las plagas del Santo Job, pero absurdas, a través de las que los Coen ridiculizan “el estilo de vida norteamericano”; la vaciedad somatizada en situaciones estrambóticas que se dirimen entre la fe y la razón. Tres rabinos como los fantasmas del futuro, el presente y el pasado. Uno que le invita a cambiar su mirada y buscar a Dios en un aparcamiento de coches, otro que lo ilustra sobre lo imprevisible de los mensajes de Yahvéh y de cómo cuando los encuentre no debe esperar que nada cambie en su vida; y el más anciano que ofrece una gran verdad, “cuando la esperanza abandona tu corazón…” busca la salida en una buena emisora de radio. Y si te atreves a ser Dios, a subirte a lo alto de tu tejado, mirar por encima de la valla y observar el sentido de la vida en toda su desnudez… sufrirás una insolación. Las leyes dependen de la agresividad y la fuerza de quien las defiende y el dinero que tengas para pagarles; la muerte es inesperada y la ciencia, siempre que el Estado lo permita, se somete al estatus social y al beneficio. ¿Y la salud? Esclava de una radiografía olvidada. La vida es como un tornado que todo lo arrasa y EEUU como una prisión en la que dentro todo es como una zona residencial presa de la paz de los cementerios, y si pretendes salir algún nazi, socio del club del rifle y buen padre de familia, puede descerrajarte un tiro en la nuca. La mirada de los Coen es rica y corrosiva, pero su pensamiento cojea. El padre de familia es profesor de física cuántica y todos los enigmas llevan a un mismo sitio… en última instancia nada puede explicarse y todo es relativo. Esta contradicción es la que atenaza, en el terreno científico ante los nuevos enigmas que una ciencia prisionera de los beneficios monopolistas no puede contestar, y en el terreno político ante una crisis cuyas respuestas no se encuentran en “el alma de los hombres” sino en los despachos de los grandes centros de poder.