70 años al frente de una potencia imperialista

El reinado de Isabel II… desde la lucha de clases

Frente a la confusión de la visión mitificada y alejada de la realidad que se está difundiendo sobre su reinado y trayectoria, vamos a valorar del reinado de Isabel II -y de la misma monarquía británica- desde la lucha de clases. Estamos hablando de alguien que ha ocupado durante siete décadas la jefatura del Estado de una de las principales potencias imperialistas.

La muerte de Isabel II ha dado lugar a una oleada de reportajes en todos los medios. Se han seguido minuto a minuto las ceremonias de duelo y la coronación del nuevo rey, Carlos III.

No solo se ha “informado”. Se ha utilizado la cobertura de este acontecimiento, de importancia global, para introducir todo un mensaje ideológico y político.

Dirigiendo toda la atención hacia la persona de la reina fallecida, y presentando como únicos contratiempos a los que ha debido hacer frente las turbulencias en el seno de la familia real -la muerte de Diana de Gales, los escándalos protagonizados por sus hijos…-. Como si no estuviéramos hablando de alguien que ha ocupado durante siete décadas la jefatura del Estado de una de las principales potencias imperialistas.

Alabando “toda una vida de servicio”, y destacando la “neutralidad” mantenida a lo largo de todo su reinado, como si la Corona pudiera estar por encima de las clases, y el Estado que Isabel II ha encarnado no tuviera dueño.

Al hacerlo, se nos ofrece -y no es una cuestión menor- una visión distorsionada de los últimos 70 años, donde desaparece el imperialismo y los pueblos son relegados a un papel pasivo.

Vamos a leer de una forma radicalmente diferente, desde la lucha de clases, el significado del largo reinado de Isabel II.

Encarnando a un Estado

Ni Isabel II, ni Carlos III, ni ningún monarca, es un “funcionario público”, tal y como se nos pretende presentar a la reina recientemente fallecida. Representan a una clase y a un Estado. Solo es posible comprender desde aquí el papel de la Corona.

Los reyes británicos están el corazón de una de las principales burguesías monopolistas del planeta. Y como corresponde a la diferente colocación en la cadena imperialista, su fortuna es muy superior a la de los reyes españoles. La fortuna personal que lega Isabel II está valorada en 462 millones de dólares. Pero el patrimonio de la Corona británica asciende a 28.000 millones de dólares. Y la revista Forbes lo eleva a 262.000 millones. Una parte se remonta al medievo, como el patrimonio del Ducado de Lancaster. Convirtiendo a la Corona en el primer terrateniente de Reino Unido. Otros activos son más modernos, y llevan el sello del capitalismo financiero, como los millones de acciones, o los 10 millones de dólares que la Corona británica posee en paraísos fiscales.

Pero la importancia de la monarquía en Reino Unido va mucho más allá de su patrimonio, expresión de siglos de dominio y usurpación. Ostenta la Jefatura del Estado, del que es su vértice nodular, dando nombre al país -Reino Unido- y dotando al dominio de la clase dominante de una estabilidad más allá de los vaivenes políticos.

Desde 1688 el capitalismo y el imperialismo inglés han ido inseparablemente unidos a la Corona. Las formas medievales que hemos visto en la coronación de Carlos III se corresponden al momento en que la aristocracia acata el papel dominante de la burguesía, buscando un lugar privilegiado en el nuevo Estado burgués. Que pone a su servicio elementos del feudalismo, como la religión. Por eso el rey es también el jefe de la Iglesia Anglicana.

El culto a la Corona es en Reino Unido una forma de encuadramiento ideológico de la población, que Isabel II ha sabido ejercer con maestría.

Y los pueblos echaron abajo el imperio

Represión y genocidio británico contra la rebelión Mau-Mau, en Kenia

Como no podía ser de otra manera, la trayectoria del reinado de Isabel II está unida a la política imperialista y a las sacudidas globales que ha provocado.

Si se ciñó la Corona, cuando no estaba destinada a ser reina, es porque en 1936 se forzó la abdicación de Eduardo VIII, no por haberse casado con una divorciada, sino por su excesivo alineamiento con la Alemania nazi.

Pero si Isabel II está unida a algo es a la idea del “imperio”. En su discurso de coronación declaró que “toda mi vida, por larga o corta que sea, estará consagrada al servicio de mi país y de mi imperio”.

Pero el imperio británico se resquebrajó bajo su reinado. Cuando accedió al trono, en 1952, dos de las principales “joyas de la Corona” imperial, Egipto y la India, habían conquistado su independencia. En los años sesenta lo hicieron 20 territorios más. Hoy Reino Unido conserva unos pocos enclaves coloniales -como las Malvinas, arrebatadas a Argentina, o Gibraltar- pero el imperio se ha desmoronado.

En muchos obituarios se ha destacado “la templanza con que Isabel II aceptó el fin del imperio”. Los hechos difieren de esta visión idílica. Fue un huracán revolucionario lo que barrió el mayor imperio colonial.

Y no fue un proceso tranquilo y plácido.

En 1953 el imperio británico, bajo el nombre de la Reina, impone una salvaje represión en Kenia, ante la rebelión Mau-Mau, encerrando a 70.000 personas en campos de concentración y emprendiendo una salvaje campaña de ejecuciones, torturas y asesinatos.

Y en 1956, Inglaterra y Francia intervienen militarmente contra la nacionalización del canal de Suez, decretada por el gobierno egipcio de Nasser. Su fracaso evidenció la decadencia de las viejas potencias.

El imperio británico fue finiquitado por una fuerza irresistible, la lucha de los pueblos, que liquidó el colonialismo y dio lugar al Tercer Mundo.

Tropas británicas encañonando a prisioneros argentinos en la guerra de las Malvinas (1982)

Pero incluso en la era post imperial, la Corona sigue siendo un elemento clave de la política imperialista británica. Isabel II, y ahora Carlos III, no son solo reina o rey de Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte. También de otros 14 países, algunos tan importantes como Canadá o Australia. También es el Jefe de la Commonwealth, donde se integran 54 países, que representan a una población de más de 2.500 millones de habitantes. La mayoría de ellos excolonias británicas, pero también países como Mozambique o Ruanda. Una institución que permite a Londres seguir ejerciendo una influencia política, económica, militar…

Isabel II mantuvo hasta el final su compromiso imperial. Hace tan solo cuatro meses concedió el estatus de “ciudad” a Puerto Stanley, en las Malvinas, lo que provocó una queja del gobierno argentino.

El apéndice europeo de EEUU

“La reina Isabel II hizo aún más profunda la alianza inquebrantable entre EEUU y el Reino Unido. Contribuyó a que fuera una relación especial”. Con estas palabras el presidente norteamericano, Joe Biden, glosaba la figura de la reina. No es extraño que decretara varios días de duelo oficial con motivo de su fallecimiento.

Isabel II encarnó la apuesta del grueso de la gran burguesía británica, incapaz de mantener un imperio y sin proyecto propio alguno, basando su importancia global en su cercanía “especial” con la superpotencia. Expresada en la estrecha relación entre la reúna británica y los 14 presidentes norteamericanos que ha visto pasar.

Imagen de los bombardeos de la OTAN sobre Libia, en la que los aviones británicos tuvieron un papel destacado

Londres ha acompañado a EEUU en todas sus agresiones militares. Bajo el reinado de Isabel II, Reino Unido ha participado en 24 guerras imperialistas, la mayoría de ellas bajo mando norteamericano, como recientemente ha sucedido en Irak y Afganistán.

Actuando como auténtico “apéndice europeo” de EEUU. Cuando en 1973 ingresó en la entonces Comunidad Económica Europea, frente a la oposición de un De Gaulle que, como así sucedió, vaticinaba las nefastas consecuencias de “aceptar a un caballo de Troya de EEUU”: Y cuando en 2016 el Brexit actuó como una bomba de desestabilización en el seno de la UE.

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Contra el pueblo británico

El pueblo británico también ha sufrido las consecuencias del dominio de clase que la Corona representa. Con Margaret Thatcher, a finales de los setenta, se emprendió una salvaje campaña de recortes en servicios públicos, jibarización de las políticas sociales… No fue la decisión de “una política ultra”, sino una apuesta estratégica de la gran burguesía británica, mantenida en lo esencial por los futuros gobiernos. Que incrementó la explotación, elevando las desigualdades.

Y, bajo el reinado de Isabel II, se ejecutó un “experimento social” de largo alcance. Detrás de la inflexible posición de los gobiernos de Thatcher ante las masivas huelgas mineras estaba el objetivo nada oculto de quebrar la columna vertebral del movimiento obrero.

Crisis e incertidumbre

La muerte de Isabel II agudiza la incertidumbre en un Reino Unido en crisis y sacudido por convulsiones. Desde el Brexit a un independentismo escocés que reclama un nuevo referéndum. Cuando una enorme crisis energética está llevando el precio de la luz a niveles inasumibles. O con una especie de “italianización” de la política británica, que tras la dimisión de Boris Johnson ha vivido cuatro presidentes en cuatro años.

Las luces rojas de las élites británicas se encienden ante el reinado de Carlos III. Su prestigio y apoyo popular está a años luz de la reina fallecida. Y llega en el peor momento, con muchas carpetas calientes que están encima de la mesa en la política británica. Como la forma en que finalmente acabe resolviéndose el Brexit, y la relación que debe establecer Reino Unido con Europa. La cuestión de Irlanda del Norte, agravada por el Brexit, al volver a levantar aduanas con el resto de la isla, que está aumentando los apoyos a la reunificación de Irlanda. O la espina escocesa, con un independentismo que puede resurgir tras la muerte de un elemento de unión como era Isabel II.

Además de una Commonwealth cuya supervivencia está en peligro. Algunos de sus miembros ya habían declarado que tras Isabel II abandonarían el club, o dejarían de aceptar como soberano al monarca británico.

La crisis del Reino Unido es la crisis del campo imperialista bajo mando norteamericano. Trasladada con mayor intensidad a Londres, uno de sus puntos neurálgicos. La pérdida de presencia e influencia global de Reino Unido es también un problema para EEUU.

Esta es una valoración del reinado de Isabel II, y de la misma monarquía británica, desde la lucha de clases. Frente a la confusión de la visión mitificada y alejada de la realidad que se está difundiendo.