María Moreno no solo ha sido la mujer y compañera de Antonio López, el pintor español más reconocido, referencia mundial del realismo. Ha sido, en sí misma, pintora, con una obra todavía por descubrir.
Cuando en los años cincuenta, se formó el grupo conocido como realismo madrileño, junto a Antonio López o Julio y Francisco López estaban mujeres como Isabel Quintanilla, Amalia Avia o María Calvo. Compartían una misma pasión por la pintura, y la bendita locura de apostar por el realismo en un momento donde imperaba la abstracción. Pero todos, ellos y ellas, siguieron un camino propio.
Sobre María Moreno apenas se han realizado tres exposiciones. Y su familia busca reunir en España su obra completa, puntada a lo largo de cinco décadas. Pero quien se ha acercado a su obra lo ha hecho con devoción.
Lo hace el propio Antonio López, uniendo, como hace en su obra, la pintura y la ética con que se pinta: “Es muy buena pintora. Es mejor no comparar, pero María es una persona muy limpia, muy noble y la admiro mucho. Ella está un nivel superior al mío”.
Pero también Claude Bernard, uno de los más relevantes galeristas franceses, que trabajó con figuras como Freud, Bacon o Giacometti, y que se enamoró de la pintura de María Moreno, exponiéndola en su galería de París.
Su pintura se acerca a los entornos más cotidianos, a su calle, a su jardin, desde una mirada dominada por el amor a la realidad, donde nada es precindible ni subalterno, y en la que la vida de las flores puede ser tan intensa, tan misteriosa y digna de ser plasmada en lienzo, como una joya o una persona.
Contemplar los cuadros sobre la Gran Vía de Antonio y María es un ejercicio fascinante. Algunos comparten incluso casi los mismos encuadres. Pero son dos miradas diferentes. No solo por la diferencia de forma, sino porque transmiten un aire diferente, plasman personalidades distintas, en una pluralidad que siempre se complementó.
Y que encontramos también sosteniendo cada aventura de Antonio López. Como narra Victor Erice, María Moreno fue el sosten de “El sol del membrillo”, ese alocado y maravilloso intento de captar la luz que dio lugar a un fascinante documental premiado en Cannes.
El escultor Julio López, uno de los destacados miembros de aquella “Escuela de Madrid”, definió a María Moreno, a la persona y la obra: “trabaja por devoción, por entrega a un oficio que le gusta. Su pensamiento es limpio. Su obra, amable, delicada, pero no blanda, sino misteriosa y sutil, mantiene la pureza de lo no contaminado”.
Antonio López sobre Maria Moreno
Yo vi como pintaba después de casarnos. Estuvimos un mes pintando en un pueblo que se llamaba Guardamar del Segura, en Alicante. Y a mí me enamoró como pintaba, me pareció que tenía una gracia para pintar maravillosa. No se parecía en nada a nosotros, era una pintura hecha con más naturalidad, con más desprendimiento. No tenía una necesidad de hacer muchísimos detalles, pero captaba la luz y algo del alma de las cosas… que a mí me pareció maravilloso. Para mí fue un descubrimiento extraordinario. (…)
Igual que Velázquez, María empezó oscura y acabó luminosa. Más que los detalles, captaba la luz, el alma de las cosas”.
(Antonio López en “La luz de Antonio”)
María Moreno sobre María Moreno
Siendo muy niña me llevaron a Valencia, allí tuve una libertad enorme y una gran cercanía con la naturaleza. Eso se me acabó enseguida, porque regresamos, pero se me grabó de una manera extraordinaria. La vida en el Madrid de la postguerra era muy dura, muy triste, entre una cosa y otra me separé de la realidad, me ensimismé , y así llegué a la adolescencia. Empecé en la Escuela de Artes y Oficios, me deslumbraba la cultura, la música, y encontraba en ellas una especie de huida de la realidad. Me consideraba un bicho raro, pero creo que debió pasarle a mucha gente de mi generación. Aún no me atrevía a pintar, pero fue aquella timidez, aquella soledad, la que me llevó a buscar un medio para expresarme a mí misma. (…)
En un retrato yo no quiero que me den la apariencia, quiero la clave de la persona. Y eso solo lo logra un pintor infinitamente más dotado que yo. Por eso no he querido hacer retratos. Me siento más cómoda con las flores y los jardines. Ahí lo que intento es dar vida a eso que es breve. Cuando pinto flores lo hago consciente del respeto que siento por ellas, tienen una vida igual de misteriosa, igual de intensa, que una persona. Yo quiero hacer retratos de eso. (…)
“Yo querría poner en el cuadro todo lo que quiero expresar y no puedo hacerlo con la palabra. Soy más pintora de la luz, de las formas bien colocadas. La luz que me gusta utilizar se adecúa bien a ese mundo frágil, sin peso, que se confunde con la atmósfera que le rodea”.
(Comentaríos de María Moreno sobre su obra en el catálogo de la exposición “La luz de la mirada”)