Asistimos a una ofensiva por parte de los Puigdemont-Torra, utilizando como munición la apertura del juicio contra los políticos independentistas presos. Pero ya no lo hacen como hace un año, cuando impulsaron el 1-O o la DUI. Ahora Puigdemont preside un inexistente gobierno en el exilio, y Torra es el president de la Generalitat más desprestigiado, rechazado incluso por sectores del independentismo.
No debemos bajar la guardia. Conservan un poder importante, y son “peligrosos a cualquier velocidad”. Pero cuando aceleran, cuando los Puigdemont y Torra muestran su verdadera cara, es cuando recogen el rechazo social de la sociedad catalana.
Desde Londres, Carles Puigdemont se permitía amenazar al presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, afirmando que “su tiempo se termina”. Atreviéndose a anticipar que para el independentismo “comienza una nueva era en la que la unilateralidad no debe ser rechazada”.
Son palabras que intentan crear zozobra y preocupación. Pero que son, sobre todo, una reacción ante el dolor que les causa contemplar al gobierno español reuniéndose en Barcelona… sin que ellos hayan podido hacer nada para impedirlo.
Puigdemont sabe que ya no es posible en Cataluña avanzar por ninguna “vía unilateral”. Pero intenta potenciar el enfrentamiento, esperando obtener de él réditos políticos. Un camino aventurero que ya rechaza abiertamente ERC, y cada vez más sectores del PDeCAT.
Si Puigdemont no está precisamente en una posición de fortaleza en Waterloo, la de Quim Torra en Barcelona es de abierta debilidad.
El “presidente vicario” de la Generalitat se ha permitido apelar a la “vía eslovena”, punto de partida del sangriento desguace de la ex Yugoslavia, situándola como referencia del camino hacia la independencia. Provocando con ello el espanto de la inmensa mayoría de los catalanes.
Cuando fue investido, advertimos del peligro que suponía colocar en la presidencia de la Generalitat a un personaje tan retrógrado como Torra. Su actuación al frente del govern catalán lo ha confirmado.
Mientras desde la Generalitat se obligaba a los mossos, la policía autonómica, a permanecer impasibles un pequeño grupo de CDR bloqueaba con impunidad durante 15 horas la autopista A-7.
Torra ya empujó a los CDR, afirmando que “hacéis bien en apretar”. No es que se haya convertido en un “activista”. Cuando esos mismos CDR ocuparon la bolsa de Barcelona, Torra fue uno de los primeros en denunciarlo. No es al poder financiero -al que Torra sirvió como alto ejecutivo de una aseguradora en Suíza- al que había que “apretar”.
Cuando maniobran para subir la tensión social en Cataluña, lo que buscan es amedrentar y silenciar a los catalanes que no aceptan sus planes de ruptura. En Cataluña los miembros de la oposición, o quien disienta del independentismo oficial, puede ver recortada su capacidad para difundir públicamente sus ideas, sufriendo antidemocráticos escraches, puede ver como su casa o la de sus familiares son señaladas como “enemigos públicos”, puede ser insultado, calificado de “fascista”, expulsado de un “pueblo catalán” dentro del cual solo debe ser aceptado quienes comulgan con la independencia…
Conviene colocar esta ofensiva en su contexto. Ya no asistimos a grandes manifestaciones independentistas. Sino a la actuación de pequeños grupos radicalizados. Más aparatoso en las formas, pero más débil en el fondo.
A pesar de ello, no conviene bajar la guardia. Los Puigdemont y Torra siguen controlando todo el poder autonómico, y eso, aún con el retroceso sufrido, les confiere la capacidad de hacer daño.
No debemos aguantar ni un día más con Torra en la presidencia de la Generalitat. Debe dimitir inmediatamente. Hay que acabar con un presidente y un govern que utilizan el poder autonómico para atacar a los catalanes que no están dispuestos a seguir sus proyectos de fragmentación, división y enfrentamiento.