El poder siempre quiere revestirse de autoridad. Construyendo falsos pasados, y todavía más falsos presentes, o infundiendo miedo. Y cuando el cómico ni los respeta ni los teme, sino que se ríe de ellos, entonces su capacidad para encuadrar a la población en sus mentiras se resiente.
Representar los discursos y catedrales del poder como un esperpento, mostrando la deformidad y el hedor que se esconde tras el oropel oficial, ha sido siempre un arma de libertad.
De este combate, en el que han militado Aristófanes, Molière, Chaplin… participan Els Joglars teniendo claro cuál es su bando. En 1981, cuando apenas se vislumbraban las miserias de una nueva época, presentaron su primera versión de “Ubú president”, zarandeando el delirio pujolista. Y ahora, no podían dejar de gritarnos que el procés está desnudo.
“Señor Ruiseñor” es una sátira desbocada, sin la mesura de lo “políticamente correcto” que no solo impone un cierto grado de autocensura, sino algo peor, evita presentar como antagónico aquello que lo es.
Para que puedan reinar las élites del procés, esa Cataluña, vital, de miras amplias, debe ser erradicada, extirpada
El procés no es Cataluña, a pesar de su desmedida ambición por apropiársela. Y en “Señor Ruiseñor” se miden las muchas Cataluñas. La que representa un jardinero jubilado por el reuma y convertido en guía del museo dedicado a Santiago Rusiñol, poseído por el personaje del pintor modernista. Y la de una élite que convierte un centro dedicado a la pintura en un Museo de la Identidad en el que se adorará el “cráneo catalán”, diferente del español.
La contraposición entre ambos mundos, que Els Joglars ya exploró en algunas de sus obras más emblemáticas -las dedicadas a Pla o Dalí- es el motor de la obra.
Rusiñol representa la Cataluña hedonista, avanzada y cosmopolita, universal sin dejar de ser local. El modernista impulsor de la tertulia de Els Quatre Gats, frecuentada por un Picasso que inmortalizó las prostitutas de la calle Avinyó en uno de los cuadros emblemáticos del cubismo. Un Rusiñol enfrascado durante la obra en la elaboración de “La morfina” -no una metáfora sino un homenaje a la droga que tomaba- y que fue definido por Pla como “un destructor de fanáticos que representó una sociedad de ciudadanos holgados y juiciosos a orillas del Mediterráneo”.
Pero, para que puedan reinar las élites del procés, esa Cataluña, vital, de miras amplias, debe ser erradicada, extirpada. Por eso el Museo Rusiñol debe ser transformado en un Museu de la Identitat donde se adora el “cráneo catalán”.
¿Un exceso de Els Joglars? ¿Una hipérbole basada en una licencia artística? No. Lo más grave es que es real. Es el pensamiento de Daniel Cardona, homenajeado por Torra como uno de los precursores del independentismo, para quien “un cráneo de Ávila no será nunca como uno de la plana de Vic, la antropología habla más elocuentemente que un cañón del 42”.
Que pocos se hubieran atrevido a denunciarlo de forma explícita, como hacen Els Joglars, no quiere decir que ese sustrato racista, siempre unido al independentismo más intransigente, no existiera.
Hay que borrar cualquier rastro de España. El “Señor Ruiseñor” del título de la obra hace referencia a como se conocía al pintor en Aranjuez. Cuando Alfonso XII le ofreció el título de marqués, Rusiñol prefirió el de jardinero general de Aranjuez. Pero la nueva casta en Cataluña debe recortar la serie “Jardines de España” para transformarla en “Jardins del Païssos Catalans”.
Todas las denuncias que Els Joglars lanzan como puñales están basadas en la realidad. Desde la mención a Carles “Puigdemente” a la actuación de “Tvres” y “TeOdiumCultural” -referencias nada veladas-, o la irrupción de un Jordi Pujol que reclama su condición de padre del engendro.
El cénit de la causticidad se alcanza cuando un burgués agradece al procés “poder sentirse oprimido” mientras conserva sus lujosas vacaciones esquiando. Un “catalán auténtico” del que, sobre todo, no se puede decir que literalmente está desnudo.
Una necesaria, despiadada y liberadora sátira contra quienes son el poder en Cataluña. Que es además un apabullante espectáculo teatral, recuperando el mejor nervio de Els Joglars. Con un espectacular trabajo actoral, encabezado por un Ramón Fontseré que vuelve a desdoblarse, cambiando casi físicamente al transformarse en Rusiñol. Y escenas de una enorme potencia teatral, desde una presentación que recuerda a La Torna a una memorable versión del himno fascista Facceta Nera.
“Señor Ruiseñor” recorre con enorme éxito los teatros de España… menos en Cataluña. Como afirma Ramón Fontseré, parafraseando a Pla, “no estamos vetados, pero no nos alquilan”. Esa es la realidad de una Cataluña donde señalar al poder supone la expulsión de unos circuitos oficiales que aspiran a controlarlo todo.
Pero Els Joglars persisten en sus principios: ”la base de nuestro oficio es esto, con el máximo ingenio, gracia y malicia poner en solfa los tabúes de la sociedad”. Un camino que se abre paso por muchos diques que quieran colocar a su paso. Porque al fin y al cabo, la única verdad es que el rey está desnudo.