El Pentágono exige su tributo, también en euros

La línea Trump está decidida a fortalecer el músculo bélico de EEUU, elevando un 10% sus ya enormes presupuestos militares. Relanzando, mediante la propuesta de un «Ejército del Espacio» una especie de “neokeinesianismo militar”, una gigantesca inversión pública en alta tecnología militar, fácilmente reversible para aplicar a otros ámbitos. Buscando así un doble objetivo: fortalecer la hegemonía norteamericana en el terreno más fundamental de todos (el militar), al tiempo que la revitalización de la industria militar y tecnológica-aeroespacial se convierte en un potente motor para la economía estadounidense.

Es con este precepto geoestratégico bajo el que hay que comprender los esfuerzos recurrentes, insistentes y hasta marciales de la administración Trump para que sus aliados europeos de la OTAN aumenten sus gastos militares. Trump y sus sucesivos secretarios de Defensa no han perdido ocasión ni cumbre de la Alianza Atlántica para exhortar a sus vasallos europeos de que deben pasar a destinar, sea como sea y rápidamente, el 2% de sus respectivos PIB a renovar y modernizar sus respectivas fuerzas armadas. 

Pero las órdenes de Washington no son solo un «gasten más en Defensa y compren armamento», sino un nada disimulado «compren made in USA, compren equipos y armas a las empresas del complejo militar-industrial norteamericano». 

Ante las exigencias norteamericanas de que los países de la OTAN eleven su gasto en defensa, algunas burguesías monopolistas europeas han pretendido usar ese mayor dispendio económico para invertir en desarrollar en la UE una industria de Defensa propia, la llamada Cooperación Permanente Estructurada (Pesco, en sus siglas en inglés). 

Un tímido embrión de lo que podría llegar a ser -salvando las gigantescas distancias- un «complejo militar-industrial europeo», que como el de EEUU, rentabilizara la costosísima inversión en I+D+i en armamento y sistemas bélicos en tecnología de doble uso (militar y civil) para poder desarrollar lucrativas patentes para los grupos monopolistas de Alemania, Francia y otros países de la UE.

Washington considera que las normas europeas para desarrollar la Pesco son demasiado restrictivas (en materia de propiedad intelectual, transferencia de tecnología y control de exportación) y que impedirán la participación de sus empresas en el desarrollo de armamento en Europa. 

Todo eso ha levantado las iras de Washington. «Estáis desarrollando una política industrial bajo la fachada de una política de seguridad”, dijo airadamente Michael Murphy, subsecretario de Estado de EEUU para asuntos europeos, a los embajadores de la UE, durante el encuentro con el Comité de política y seguridad de la UE (COPS) en la capital norteamericana. «¿Cómo osáis», le faltó decir.

En un tono indisimuladamente amenazador, Murphy advirtió a los diplomáticos europeos de que “cualquier crisis importante en Europa requerirá irremisiblemente una respuesta con EEUU». La Administración Trump ha advertido a la UE de que se expone a quedarse sola ante “las amenazas” -como Rusia o el terrorismo- si sigue adelante con su plan. 

Los gastos de Defensa de los vasallos europeos son una fabulosa fuente de financiación de la industria militar norteamericana, que copa año tras año en torno al 80% del mercado mundial de exportaciones de armamento, un negocio que ha movido de media anual unos 150.000 millones de euros entre 2006 y 2016, según los datos del informe del año pasado del Departamento de Estado estadounidense sobre gasto militar y transferencia de armas. 

La incipiente industria militar europea representa -de momento- una ridícula competidora. En 2016, las exportaciones de armas y equipos militares de EEUU alcanzaron los 135.000 millones de euros. Las europeas apenas llegaron a 16.000 millones de euros en el mismo año.

Pero el complejo militar industrial yanqui no tolera que sus vasallos le hagan la más mínima sombra. El moloch del Pentágono exige su tributo. No solo en soldados y misiones de la OTAN. En dólares y en euros, también.