“Sánchez volvió de Biarritz con el orden europeo tatuado”. Así define un analista como Enric Juliana el giro del PSOE tras acudir Pedro Sánchez a la reunión del G-7 en la localidad francesa.
Antes había ofrecido a Unidas Podemos entrar, aunque de forma limitada, en el gobierno. Pero tras reunirse con los líderes de las grandes potencias, Sánchez se convirtió en el máximo adversario de lo que él mismo había propuesto en julio.
En Biarritz quedó claro que, en un periodo de turbulencias, especialmente en Europa, un país tan importante como España, la cuarta economía de la zona euro, había que contener el giro a la izquierda que los electores habían confirmado el 28-A.
E inmediatamente, la posición del PSOE en las negociaciones para la formación de gobierno cambió. De presentarse en abril como garantía de la izquierda frente a la posibilidad de un gobierno del PP con Vox, a querer encarnar, como lo define Enric Juliana, el actual Partido Moderado.
Sánchez es el dirigente del “No es NO”, que abandonó su escaño para no investir a Rajoy con su abstención, de la moción de censura respaldada por Podemos, de los presupuestos finalmente tumbados que ofrecían concesiones sociales como la elevación del salario mínimo por encima de 900 euros.
Pero Sánchez es también el diputado que, desde su escaño, votó afirmativamente cada uno de los recortes presentados por Zapatero, incluida la reforma constitucional impuesta por Merkel para que cobraran antes los bancos sus títulos de deuda que los jubilados su pensión.
Las condiciones provocadas por la agresividad del proyecto de saqueo impuesto por el FMI o la Comisión Europea y respaldado por la gran banca española, hacía preferible a Rajoy en 2016, o a un gobierno de Casado en 2019. Propiciando que la influencia de la mayoría progresista, contra los recortes y por la regeneración democrática, llegara también al PSOE.
Pero el PSOE no era un intruso en Biarritz. Con González o Zapatero, y también con el actual presidente en funciones, sus relaciones con los grandes centros de poder internacionales y nacionales son algo más que fluidas.
El PSOE ha cumplido durante años de forma extraordinariamente eficaz su papel de “pata izquierda” del bipartidismo. Y ahora, en otras condiciones, se dispone a seguir cumpliéndolo.
Las 370 medidas presentadas por el PSOE como su programa de gobierno son la expresión de los límites que no se pueden traspasar. Ni una sola mención a derogar la reforma laboral ni al blindaje constitucional de las pensiones. Nada sobre elevar la presión fiscal a bancos, monopolios o capital extranjero, ni sobre la devolución del rescate bancario, ni sobre acabar con el atraco a las cuentas públicas que supone el pago de los intereses de la deuda, ni sobre la creciente implicación en los planes militares de la OTAN y EEUU…
Se pueden dar algunas concesiones sociales, pero los pilares estructurales del saqueo a la población y a las riquezas nacionales no deben ser puestas en cuestión.
El papel del PSOE como “Partido Moderado” es garantizar que en España la izquierda no se saldrá de estos límites. España es un país demasiado importante -quintuplica el PIB de Portugal y es puntal estratégico del despliegue militar norteamericano- como para que se permitan aquí gobiernos que sí son posibles en Lisboa.