La línea de Putin, cogiendo los mandos del Estado ruso con mano de hierro, supo aprovechar el empantanamiento de EEUU en Irak para tomar la iniciativa y maniobrar en el panorama mundial.
Cuando en 1991 la URSS implosionó, dejando un enorme agujero negro geopolitico en medio de Eurasia, pocos esperaban que Moscú volviera a resurgir plenamente como actor de primera línea en el panorama internacional. Y sin embargo así ha ocurrido. La Rusia de Vladimir Putin despliega una poderosa y creciente actividad en el globo, siendo uno de los jugadores protagonistas del tablero mundial. La clase dominante rusa -continuadora directa de la burguesía burocrática fascista soviética- tiene proyecto y objetivos geoestratégicos, y ha demostrado voluntad y capacidad -y también no poca audacia y agresividad- para conseguirlos.
En los apenas dos años comprendidos entre la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS- la enorme superpotencia soviética, la más agresiva de los dos poderes que se disputaban la hegemonía mundial, colapsó. Dejando una gigantesca hecatombe económica, política, demográfica y territorial en medio del continente euroasiático y cambiando por completo la lucha de clases a escala internacional. Un nuevo orden mundial, con EEUU como única superpotencia, acababa de nacer de las cenizas de la guerra fría.
La década de los 90, con Boris Yeltsin al frente, Rusia -heredera de la osamenta de la URSS- se debatió en el marasmo de la más profunda crisis económica, quedando relegada casi a un rango tercermundista del que escapó por su mortífero arsenal nuclear. En aquellos años los nuevos oligarcas rusos -procedentes sin excepción de los distintos sectores de la nomenklatura soviética- se debatieron en una guerra interna por el poder, mientras el antiguo ‘glacis’ -los países del Este y las repúblicas exsoviéticas- iban cambiando de alineación. Bien solicitando su inclusión en la OTAN (Polonia, Checoslovaquia, Hungria, Lituania, Estonia, Letonia, Rumanía, Bulgaria,…) y la UE, bien llegando a acuerdos directamente con Washington (Georgia, Azerbaiyán, Kirzguistán, Uzbekistán…).«La línea de Putin, cogiendo los mandos del Estado ruso con mano de hierro, supo aprovechar el empantanamiento de EEUU en Irak para tomar la iniciativa y maniobrar en el panorama mundial.»
La respuesta al caos y al fracaso estrepitoso de la línea Yeltsin vino del otro sector de la antigua nomenklatura. Bajo el liderazgo de Putin -antiguo coronel de la KGB-, un influyente círculo de los antiguos aparatos de Estado tomó la dirección de Rusia, poniendo orden con mano de hierro. El Kremlin acabó violentamente con las disputas de la oligarquía, tomó la dirección de los principales monopolios del país, entre ellos los del clave sector energético y aplastó a sangre y fuego las rebeliones en el Caúcaso (Chechenia o Georgia).
Una vez consolidada en el interior, la línea Putin empezó a maniobrar contra los esfuerzos norteamericanos por degradar a Rusia y reducirla a una potencia asiática de segundo orden. El empantanamiento de los EEUU de Bush en Irak y Afganistán dió la oportunidad a Moscú de tomar la iniciativa.
Conforme el precio del petróleo se disparaba y se formaba una amplia coalición internacional contra Bush, el Kremlin maniobró para recomponer parte del antiguo peso internacional de Moscú. Rusia disparó hasta el 700% sus exportaciones de petróleo y gas, acumulando una ingente cantidad de riqueza en las arcas del Estado, lo que le permitió relanzar la economía rusa, reconstruyendo el sistema sanitario, de pensiones, la red de infraestructuras, la expansión de los grandes oligopolios (gas, petróleo, aluminio,…) así como acometiendo una amplia modernización del ejército que volvió a poner en forma su músculo militar.
Junto a las medidas autoritarias y semidictatoriales contra la oposición política, es este renacimiento económico y la relativa mejora de las condiciones de vida de las masas de Rusia, el que le ha permitido a Putin mantener durante dos décadas triunfos electorales y un apoyo mayoritario de la población, manteniendo el régimen una notable estabilidad política.
El oso y el dragón: dos décadas estrechando lazos
La nueva presidencia norteamericana de Donald Trump ha puesto énfasis -hasta ahora torpemente- en intentar reestablecer los puentes y el entendimiento con la Rusia de Putin, con el objetivo de atraer a Moscú hacia una especie de frente mundial antichino. Pero -sin descartar los eventuales giros de una resabiada oligarquía rusa que se mueve exclusivamente por sus propios intereses geoestratégicos y económicos- los hechos parecen ir en la dirección opuesta a la que busca la Casa Blanca.
La relación entre Rusia y China -junto a India los dos jugadores activos más poderosos de Eurasia- lleva estrechándose desde 1996, y de forma especialmente intensa desde 2006, año en el que nacen formalmente los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), un agrupamiento de poderosas economías emergentes establecida como un claro contrapeso a la hegemonía estadounidense. Dentro de este bloque, las relaciones bilaterales entre el oso y el dragón son particularmente intensas, a todos los niveles: económico, político, diplomático y militar.
En lo económico, los ya fructíferas y poderosas lazos entre ambos países están a punto de dar un salto cualitativo con la iniciativa china de la Nueva Ruta de la Seda, un gigantesco plan de infraestructuras ferroviarias y de comunicaciones que unirá a 68 países (el 40% del PIB mundial) de Asia, Europa y Oriente Medio. El proyecto supone no sólo la intensificación de los lazos comerciales entre China y Rusia, sino que todas las repúblicas ex-soviéticas del Asia Central -Kazakhstán, Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán o Kirguistán- reforzarán su rumbo actual de alejamiento de Washington y retorno a la órbita de Moscú. Además, la Nueva Ruta de la Seda puede intensificar los lazos del triángulo China-Rusia-Irán, descrito hace años por uno de los más importantes estrategas norteamericano, Z.Brzezinski, como «la más peligrosa» de las coaliciones euroasiáticas para los intereses de Washington.
En cuanto a la cooperación económica Pekín-Moscú, la puesta en marcha del Banco de Inversiones de los BRIC -que cuenta con una astronómica reserva de divisas- supone no sólo una poderosa palanca financiera para el desarrollo mutuo, sino el desafío más serio a la hegemonía del dólar en el sistema monetario global y al dominio del FMI y el Banco Mundial.«Las relaciones bilaterales entre el oso y el dragón llevan más de una década intensificándose a todos los niveles, en lo económico, político, diplomático y militar»
En lo político y diplomático, además de las periódicas reuniones bilaterales o los encuentros en las cumbres de los BRICS, los gobiernos de Putin y Xi Jinping mantienen una sintonía de alto nivel y una posición común en muchos de los principales asuntos internacionales, como en la guerra de Siria o en la crisis de Corea del Norte.
En lo militar, las recientes maniobras navales conjuntas de naves de guerra chinas con la flota rusa en el Báltico son un claro ejemplo de cómo ambos ejércitos estrechan sus lazos militares y tienen un interés común en mostrar su fuerza ante EEUU y la OTAN. Sendos países han reforzado su agenda de cooperación en el terreno armamentístico y militar, incluyendo la compra de avanzados sistemas de defensa rusos por parte de China.
Sin embargo -a pesar de que estrechen su cooperación en este terreno- esto no debe ser confundido con que China y Rusia tengan una alianza militar. En su línea de ascenso pacífico, Pekín no busca firmar ninguna alianza estratégica que pueda ser entendida como un desafío abierto en el terreno militar al poderío norteamericano.
Rusia, un jugador clave en Oriente Medio
La declinante influencia norteamericana en Oriente Medio, producto de su decadencia estratégica y multiplicada por sus reveses en la región, es una alfombra por la que avanza el poder ruso.
El fracaso estrepitoso de EEUU en su intento por derribar el régimen sirio de Bashar Al Assad tuvo su puntos de inflexión con la entrada de Moscú en la guerra, respaldando a Damasco. En un tenso juego de tensión y distensión, de pactos y agresiones entre el ejército sirio, la aviación rusa y los ‘rebeldes’ respaldados por EEUU, ambos bloques juegan una sangrienta partida de ajedrez al este de Siria.
El poder de Washington en la región -ya seriamente erosionado tras los fracasos de Irak y Afganistán- se resiente aún más, al mismo tiempo que se expande el del Kremlin, que ha tejido un eje Moscú-Teherán-Damasco-Hezbollah, opuesto al sistema de alianzas pronorteamericano. Las relaciones de cooperación entre Rusia e Irán son especialmente intensas en terrenos tan sensibles como la energía nuclear de uso pacífico, pero también en el terreno diplomático Moscú -junto a Pekín- ha actuado en el Consejo de Seguridad de la ONU contra cualquier iniciativa norteamericana para aislar a Teherán.
Los EEUU ya han reaccionado a estos reveses, con la reciente gira de Donald Trump por Arabia Saudí e Israel -junto a Egipto, sus gendarmes en la zona- buscando armar una especie de ‘OTAN sunnita-sionista’ que reestablezca el liderazgo hegemonista en Oriente Medio. Pero sus movimientos tienden a fortalecer el sistema de alianzas antagonistas, acercando aún más a Moscú y Teherán.
El vecindario europeo y las tensiones con la OTAN
Las recientes maniobras «Zapad («Occidente», en ruso)-2017″ de los ejércitos ruso y bielorruso cerca de la frontera con Polonia y los países bálticos han llenado de inquietud a sus vecinos y a la OTAN.
El régimen de Putin mantiene la aspiración imperialista soviética de disponer de un área de influencia y control en el antiguo glacis europeo de la superpotencia. En esa exigencia se mezcla la sensación de vulnerabilidad -desde la perspectiva rusa, es una evidencia que EEUU aprovechó la debilidad de los 90 para extender el dominio occidental hasta las mismas puertas de Rusia- y la ambición de tutelaje sobre lo que Moscú llama el «extranjero próximo». Con la excepción de Bielorrusia, todas las demás piezas del antiguo Pacto de Varsovia -Polonia, las repúblicas Bálticas, Ucrania…- se le han vuelto en contra. El Kremlin «concibe todos sus movimientos, en Ucrania, en el resto de la exURSS y en Siria, como defensivos y únicamente destinados a restaurar un supuesto equilibrio, previamente violado por Occidente con sus sucesivas injerencias en el espacio eurasiático» afirma Nicolás de Pedro para Política Exterior.
La guerra de Ucrania y la anexión de Crimea, tras la «revolución naranja» -instigada por Washington al modo de los ‘golpes blandos’- que depuso al presidente pro-ruso Yanukovich y elevó al poder a las fuerzas pro-occidentales, supuso una verdadera prueba para Rusia. Dentro del antiguo glacis soviético, Ucrania no es una pieza más, sino un pivote geopolítico. Una Rusia con Ucrania bajo control puede aspirar al liderazgo de un activo imperio euroasiático, mientras que sin Kiev se convertiría en un Estado predominantemente asiático, analiza Brzezinski en su Gran Tablero Mundial.«Las calculadas provocaciones militares de Rusia en las fronteras orientales de la UE tienen un objetivo político. Moscú no busca calentar una eventual escalada militar y armamentística que consume muchos recursos necesarios para su desarrollo»
Por eso, en febrero de 2014 el ejército ruso se lanzó a intervenir militarmente en Ucrania, reconociendo la independencia de las dos regiones rusófonas del este del país, armando a sus milicias pro-moscú y anexionando la península de Crimea -con su estratégica salida al Mar Negro- al Estado ruso. La réplica de Washington y de la UE se redujo a sanciones económicas que apenas han causado problemas a Rusia.
Mientras la OTAN -ya durante los últimos años del mandato de Obama y aún más con la presidencia de Trump- refuerza su presencia militar en la frontera rusa, en una carrera alentada desde Washington pero también desde cierta histeria anti-rusa de los gobiernos limítrofes con Moscú, el Kremlin saca músculo con alguna provocación ocasional como las de las maniobras ‘Zapad’. El régimen de Putin se siente cómodo situando el pulso entre Rusia y los socios europeos de la OTAN en el plano militar. Mientras que para los gobiernos de la UE -sobretodo para Berlín y París- cualquier escalada de provocaciones militares en la frontera oriental tiene un alto coste político y electoral, para Putin contribuye a alimentar la retórica nacionalista de «Occidente está contra nosotros» que lo refuerza en el poder.
Sin embargo, la política de provocaciones calculadas del Kremlin en las fronteras orientales de la UE tiene sus límites. Aunque Rusia tiene un potente brazo militar -que utiliza como palanca política para alcanzar sus metas- una escalada de conflictos o una carrera armamentística puede acabar siendo desastroso para sus proyectos geoestratégicos. «El conflicto contribuye a la marginación de Rusia en las instituciones y en los proyectos internacionales y comporta también el peligro de grandes pérdidas económicas, ya que Moscú emplea excesivos recursos militares y políticos que detrae de las tareas de modernización y desarrollo que el país necesita», afirman analistas rusos como Ivan Timofeev.
Turquía: el sultán se acerca al zar
La Rusia de Putin y el gobierno turco de Recep Tayyip Erdogan vuelven a tener una estrecha relación, vista con verdadera alarma en los despachos de Washington. La relación Ankara-Moscú atravesó meses de tensión tras el derribo de un caza ruso por Turquía en el contexto de la guerra de Siria. Pero el fallido golpe de Estado contra Erdogan en julio de 2016 -de inequívoco hedor «made in CIA»- volvió a reconciliar a ambos gobiernos, alejando a Turquía de la órbita norteamericana.
Ahora Turquía ha dejado claro su desaire a EEUU al consumar la compra a Rusia -por 2.500 millones de dólares- del sofisticado sistema de misiles antibalísticos S-400. Se trata de un sistema de defensa no compatible con los otros sistemas de defensa y radares de la Alianza, ni tampoco sujeto a las restricciones para su despliegue. «La trayectoria de alejamiento de Turquía respecto a Washington y de acercamiento a Moscú puede tener profundas implicaciones geopolíticas en Oriente Medio o el Caúcaso.»
El acercamiento entre Moscú y Ankara va más allá de gestos puntuales. Desde hace más de una década, ambos países han trabado crecientes vínculos estratégicos, económicos y comerciales, y la buena sintonía política entre Putin y Erdogan -caracterizados por sus modos autoritarios- es bien conocida.
Al igual que Ucrania, Turquía es otro importante pivote geoestratégico: «estabiliza la región del mar Negro, controla el acceso a ella desde el mar Mediterráneo, equilibra a Rusia en el Cáucaso, sigue ofreciendo un antídoto contra el fundamentalismo musulmán y es el pilar sur de la OTAN», sostiene Brzezinski. La trayectoria de alejamiento de Turquía respecto a Washington y de acercamiento a Moscú -y también a Teherán- puede tener profundas implicaciones geopolíticas en regiones tan importantes como Oriente Medio o el Caúcaso.
Putin contra las costuras de Europa
Desde la crisis de Ucrania y el alineamiento de la UE tras las sanciones norteamericanas contra Rusia, las relaciones entre Moscú y los europeos atraviesan sus momentos más tensos. La respuesta del gobierno de Putin es digna de sus orígenes en el KGB, promoviendo la desestabilización de los países europeos y el deshilachado de las costuras de la UE en un momento -tras el Brexit- de máxima debilidad geopolítica.
La inteligencia norteamericana asegura que «Rusia ha intentado influir en las elecciones en toda Europa», interviniendo -como en el caso de las pasadas elecciones francesas- a través de ciberataques y aireando a través de los medios cercanos al Kremlin, como Russia Today” y “Sputnik”, escándalos de algunos líderes electorales.
La Rusia de Putin ha apoyado -incluso económicamente a través de bancos moscovitas- a las principales fuerzas de la ultraderecha europea, profundamente xenófobas y antieuropeístas -como el Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia, la Alternativa para Alemania (AfD) o el holandés Partido por la Libertad (PVV) de Geert Wilders- los cuales a su vez no han ocultado sus simpatías por el Kremlin, exigiendo una política europea «menos hostil» a Putin.
Pero Moscú también agita a las organizaciones de extrema izquierda y a las fuerzas independentistas. «Algunos intolerantes pronto oirán los cantos de sirena –si no los ha oído ya– del club de amigos de Moscú. En la nueva dinámica que se está abriendo paso en el mundo, el independentismo catalán podría llegar a ser utilizado como ariete contra la Unión Europea», decía a principios de año el perspicaz Enric Juliana en La Vanguardia. «Rusia ha pasado a mirar con simpatía los movimientos secesionistas, que pueden ayudarle a reivindicar la identidad política de las minorías rusas en el Báltico, en el Este de Europa y en Asia Central. El 25 de septiembre del 2016 tuvo lugar en Moscú una conferencia de movimientos independentistas de todo el mundo, titulada ‘El derecho de los pueblos a la autodeterminación’, a la que acudió un representante del partido Solidaritat Catalana, hoy extraparlamentario. La tentación rusa existe y los gobernantes de la Generalitat la conocen», asegura Juliana.
Ante estos nexos, surge la hipotesis de que quizá tengan algo que ver las declaraciones de Julian Assange -jefe de Wikileaks refugiado en la embajada ecuatoriana en Londres, cuyas buenas relaciones con las gargantas profundas del Kremlin son un secreto a voces- con su posición favorable a la celebración del 1-O en Cataluña. Precisamente Wikileaks insiste en que “las casualidades en política son extremadamente raras”.