El orden del día, premio Goncourt 2017, puede leerse como una novela histórica, pero también como una obra de política ficción que esboza un posible y terrorífico porvenir. Los grandes empresarios que financiaron el ascenso de Hitler al poder conservaron sus privilegios tras la guerra. Algunos participaron incluso en la creación de la Unión Europea y garantizaron el porvenir de sus empresas mediante acuerdos opacos con el poder político. Muchos han financiado a partidos políticos democráticos. Podemos aventurar que no se conforman con controlar el presente. También desean apropiarse del futuro.
Un lunes cualquiera de febrero de 1933. Un grupo de 24 industriales se reúnen a puerta cerrada, sin orden del dia, en el Reichstag, en presencia de Hitler y Goering, que les exigen que financien su inminente campaña electoral. Los empresarios aceptan sin rechistar. Creen que así lograrán evitar el ascenso del comunismo y entrarán en una nueva era de prosperidad. Representan a empresas como Bayer, Agfa, Opel, IG Farben, Siemens, Allianz o Telefunken. “Son nuestros coches, nuestras lavadoras, nuestros artículos de limpieza, nuestras radios despertadores, el seguro de nuestra casa, la pila de nuestro reloj. Están ahí, en todas partes, bajo la forma de cosas. Nuestra vida cotidiana es la suya”, reza un desgarrador pasaje al inicio del libro.
Los poderosos empresarios no son individuos comunes, sino que ostentan el poder real, efectivo, con una perfecta discreción. Destacan por su prudencia, su elegancia, su insuperable cinismo. Sus negocios trascienden su destino individual, pues en nuestro tiempo “las empresas no mueren como los hombres. Son cuerpos místicos que no perecen jamás”.
Describe cómo esos industriales alemanes se aprovecharon de los judíos de los campos de concentración, utilizándolos como mano de obra esclava. y, en un salto al futuro, cómo los Judíos de Brooklyn reclamaron indemnizaciones a Krupp en 1958, y cómo, en dos años de negociaciones, la indemnización bajó de 1.250$ a 750$ y luego a 500$, para acabar declarando que no podían pagar: “los judíos habían costado demasiado caros”.
El orden del día, premio Goncourt 2017, puede leerse como una novela histórica, pero también como una obra de política ficción que esboza un posible y terrorífico porvenir. Los grandes empresarios que financiaron el ascenso de Hitler al poder conservaron sus privilegios tras la guerra. Algunos participaron incluso en la creación de la Unión Europea y garantizaron el porvenir de sus empresas mediante acuerdos opacos con el poder político. Muchos han financiado a partidos políticos democráticos. Podemos aventurar que no se conforman con controlar el presente. También desean apropiarse del futuro.
En esta última obra de Éric Vuillard (Lyon, 1968), los políticos no actúan de una forma menos indigna que los grandes empresarios. Lord Halifax acepta la invitación de Göring a su mansión campestre, participando en sus cenas y cacerías. Sabe que es un megalómano aficionado a los uniformes de fantasía, un morfinómano de reacciones imprevisibles, pero no le molesta su compañía. Presiente una secreta afinidad. Halifax vuelve al Reino Unido convencido de que el nazismo no es una ideología aberrante. Escribe al primer ministro Baldwin, celebrando el anticomunismo de sus anfitriones. En un alarde de sinceridad, elogia el nacionalismo y el racismo, fuerzas pujantes que no deben considerarse “contra natura ni inmorales”. En su famoso mensaje afirma: “Aunque hay mucho en el sistema nacionalsocialista que ofende profundamente la opinión británica, no soy ciego a lo que él (Hitler) ha hecho por Alemania, y los logros, desde su punto de vista, para mantener el comunismo fuera de Alemania.”
La historia sigue con el canciller austriaco, Kurt von Schuschnigg como protagonista y la infame invitación de Hitler para entrevistarse con él. La subsiguiente bajada de pantalones del canciller fue tan digna de un Oscar como su retiro dorado en la Universidad de Saint Louis como catedrático de Ciencias Políticas. Poco después los nazis eran “invitados” a ocupar Austria y a proclamar la unión con Alemania.
El estilo de Vuillard dramatiza la historia, nos acerca a los hechos complementando los datos con detalles ficticios e hipótesis y opiniones del mismo autor, transmitiendo una sensación de vértigo histórico al estar viviendo, y no observando desde la distancia temporal, esos trascendentales momentos, como en la cena entre el premier Chamberlain y el ministro nazi de Exteriores Von Ribbentrop, actor frustrado, que alargó una comida en Downing Street para evitar una reacción de los británicos frente al Anschluss (Anexión) de Austria . “Solemos creer en las grandes decisiones y los grandes desgarros, cuando si miramos con precisión suelen ser una serie de telefonazos, amenazas, golpes bajos, bluffs… Eso también era interesante: contar cómo un cataclismo de aquella amplitud se anunció de una manera bastante mediocre”.
Éric Vuillard nació en Lyon en 1968 y actualmente vive en Rennes.
Conocido como escritor, cineasta y dramaturgo, es autor de varias obras por las que ha recibido varios premios: Conquistadors (2009, premio Ignatius J. Reilly 2010); La bataille d’Occident (premio Franz Hessel, 2012, premio Valery Larbaud, 2013), entre otros. En España se publicó su título Tristeza de la tierra: una historia de Buffalo Bill (2015). Su obra más reciente es El orden del día (Premio Goncourt 2017)
Su método de composición literaria es similar al que caracteriza al montaje cinematográfico, actividad que también ha practicado como director de dos películas, L’homme qui marche y Matteo Falcone.
Todas sus novelas son históricas pero no en el sentido tradicional. En sus libros, los hechos históricos se travisten de literatura. O tal vez sea al revés. Al autor no le parece especialmente novedoso, puesto que este vínculo se remonta a los tiempos de la Ilíada, que ya era un poema y un ensayo histórico a partes iguales. “La historia y la literatura tienen una relación muy antigua. En el fondo, casi podríamos afirmar que sus destinos se han confundido hasta la actualidad. El futuro es inquietante. La historia es un recurso en la relación con la realidad que los escritores suelen mantener”, afirma Vuillard.
“Llegué a esa conclusión sin una reflexión previa. Mientras escribía ‘Conquistadors’, leí un libro sobre la primera guerra mundial y ahí encontré una frase que me pareció muy interesante. Pensé que se podía escribir de una forma más brillante y poética, con un carácter más irónico y un ritmo más marcado. Hacía referencia a los colores utilizados por el ejercito austríaco que servían para distinguir a los soldados. Esos colores eran un símbolo reaccionario del antiguo régimen pero para mí fueron la clave de la ineficacia de ese ejército. De ahí surgió mi libro ‘La bataille d’Occident’.
Vuillard no se inventa nada. Para el autor, los hechos siempre son los hechos. “No sé cómo podría inventarme diálogos para Hitler. Sería indecente e incluso obsceno”,“El papel de la ficción cambia en función del momento político en que nos encontremos. Por ejemplo, cuando se vive en un periodo de fuerte autoridad, la ficción puede ser una manera de escapar a la censura. Hoy no nos encontramos en esa situación. Recurrir a la ficción puede ser engañoso. Como lector, me siento cada vez más ávido de realidad, de obtener claves de comprensión”.
“Cuando uno escribe debe tener el convencimiento de que sus palabras van a revelar lo que es el mundo. No sirve decir la verdad a medias. En el curso de la escritura lo que nos hace temblar es la verdad. Porque la verdad es lo que nos toca, nos emociona y nos hace pensar”