Pablo M. Escanciano
Valladares alterna sus trabajos como ecólogo -centrados en estudiar los impactos del cambio global en los ecosistemas terrestres y en los mecanismos de tolerancia y supervivencia a condiciones ambientales extremas- con una prolífica labor como divulgador en medios como eldiario.es, El País o The Conversation, así como en sus propios canales de Youtube, Twitter, Instagram y Facebook. En 2021 fue galardonado por su intenso trabajo con el premio Rey Jaime I de investigación en la categoría de Protección del Medio Ambiente.
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Ahora mismo se está celebrando en Egipto una Cumbre del Clima, la COP27. Aunque aún no ha concluido, ¿cómo valora las noticias que llegan de ella?
Pues de momento, y no es ninguna sorpresa, es que sabemos que los avances son tímidos y que los compromisos son escasos. En parte debido a una situación geopolítica convulsa, que hace que los países sean reticentes a hacer grandes promesas.
Los compromisos para ayudar a los países más vulnerables al cambio climático no terminan de cristalizar, y las nuevas propuestas del mercado de emisiones de CO2 -las que ha hecho John Kerry, enviado de EEUU- no van en la dirección deseable. La idea no debería ser seguir con ese mercado de emisiones que permite a los países desarrollados seguir emitiendo gases y comprando derechos de emisión a los países más vulnerables, que por otro lado tienen más reservas y más espacios naturales. No se trata de eso, sino de reducir las emisiones globales, y para eso los países más desarrollados -los principales emisores- tienen que reducir emisiones, y eso no se está haciendo
La lucha contra el cambio climático está indisolublemente ligada al concepto de «Justicia Climática», que implica -entre otras cosas- tener en cuenta las abismales diferencias socioeconómicas entre los países desarrollados y el Tercer Mundo a la hora de exigir políticas que limiten las emisiones. ¿No es esto contrario a los «créditos de carbono», por el que los países ricos «compran» su derecho a contaminar?
Exacto, de alguna manera se da esa perversión que dices. Los países desarrollados tienen dinero y compran su «derecho» de emitir más allá de sus límites, cuando estamos en un escenario en el que nadie debería poder emitir por encima de sus cuotas, de lo mínimo imprescindible. Este modelo del mercado de emisiones permite un desarrollo injusto, a dos velocidades. Unas regiones del planeta -las menos desarrolladas económicamente, con menos infraestructuras- se ven frenadas en su desarrollo, para que mantengan intactos sus ecosistemas, esos almacenes de carbono y reservas de la biodiversidad. Mientras, los países ricos e industrializados compran su derecho a mantener su negocio a toda máquina, sin variar su ritmo. Y esto no es, ni mucho menos, la idea que debe dominar.
Justamente los que más tienen que hacer para frenar el cambio climático, los que más emisiones deben reducir, son los países desarrollados. Para que nos hagamos una idea, lo que debería ocurrir es que los países del Norte global redujeran sus emisiones un 60% o más, y los países del Sur global redujeran un 30-40% las suyas. Pero las cosas no están planteadas en esos términos, sino algo así como «que todo el mundo haga lo que pueda», basado en las llamadas «Contribuciones de Base Nacional». Pero no puede ser que todos los países contribuyan con el mismo porcentaje a la reducción de emisiones. Los que más contaminan, los más ricos, deben reducir más.
Y esas son las tareas más difíciles -reducir de forma efectiva las emisiones globales, y ayudar a los países más vulnerables- que quedaron pendientes de la anterior cumbre, la de Glasgow, y que me temo que seguirán siendo deberes sin hacer en esta COP27.
Ya vivimos las consecuencias de un clima fuera de control
La dura realidad es que, tras la pandemia, las emisiones de gases de efecto invernadero han repuntado con fuerza, y -según un reciente informe- el riesgo de superar el límite de 1,5 grados de aumento de temperatura global en sólo nueve años es del 50%. ¿Qué consecuencias está teniendo ya el calentamiento global y qué efectos puede tener si se supera ese límite?
El cambio climático ya está impactando, como hemos visto en un año salvaje. En la Península Ibérica hemos visto en 2022 olas de calor históricas, con récord de temperaturas en 31 provincias, olas que han durado 40 días cuando solían durar una media de 7… Estamos viendo ya las primeras consecuencias de un clima absolutamente fuera de control.
Pero esto puede ir mucho más allá si se superan los conocidos como «tipping points» [puntos de inflexión climáticos, umbrales de aumento de temperatura que, de cruzarse, conducen a cambios drásticos e irreversibles en el sistema climático global], con efectos en cascada como las fichas del dominó. Por mencionar uno: que el calentamiento funda las masas de hielo del Ártico, y los suelos helados (el permafrost), liberándose mucho CO2 o metano almacenado en estos suelos, y retroalimentando de forma descontrolada el efecto invernadero. Y este es sólo uno de los 9 puntos de inflexión que se han identificado, grandes aspectos del sistema climático terrestre (los sistemas de selva tropical y ecuatorial, los sistemas oceánicos, etc…), que el calentamiento en estos niveles de 1,5ºC comienzan ya a disparar, y que amenazan con sacar al clima de su capacidad de control, de volver a una situación de normalidad, a los niveles preindustriales.
Tenemos una capacidad cada vez más pequeña de contener los impactos que tiene un clima descontrolado, que ha ido activando ‘tipping points’ muy alejados, pero que acaban afectando al clima global. Cosas como la Amazonia, los arrecifes de coral o las corrientes de circulación oceánicas nos pueden parecer remotas, pero acaban teniendo un impacto en cascada sobre todas las zonas del planeta, y tienen mucho que ver con las sequías que estamos sufriendo en España. Si no atajamos el origen del problema, que son las emisiones de gases de efecto invernadero, todo esto no hará sino crecer hasta descontrolarse.
El límite de 1,5ºC que fijó la Cumbre de París era un límite de seguridad, y hablo en pasado porque por desgracia la comunidad científica ya piensa que es poco menos que imposible que no lo rebasemos. Hace poco The Economist publicaba una portada un poco lacónica de «digamos adiós al 1,5», y eso refleja el sentir de muchos científicos. Matemáticamente, si hiciéramos todo lo que hay que hacer, podríamos quedarnos por los pelos en un calentamiento de 1,5ºC, pero por desgracia las inercias geopolíticas, económicas y sociales -y también climáticas- lo hacen prácticamente imposible.
Y entonces tenemos que mirar al siguiente límite, también establecido en París, que se trazó en los 2ºC de calentamiento global, y poner todas las medidas para no sobrepasarlo. En la anterior cumbre, en la COP26 de Glasgow, se cerraron promesas muy flojas que nos llevaban a escenarios de 2,4 o 2,6ºC, así que hay que hacer los deberes para mejorar lo último que quedó en el aire en Glasgow. Hay que arremangarse, pero la baja representatividad en Egipto de los gobiernos de países como China, la India o Rusia, o de la propia Unión Europea -con problemas económicos y la tensión en Ucrania de por medio- y muy poco animados a hacer propuestas ambiciosas, nos ponen en escenarios muy complicados.
La esperanza viene de los «países de enmedio», de las naciones que no son del G20 pero tampoco subdesarrollados. Hay como unos 80 países de desarrollo intermedio que podrían jugar un papel clave en la cumbre, porque sumados todos pueden reducir significativamente las emisiones. Y quizá ellos, que tienen menos límites, menos compromisos, puedan tomar decisiones más valientes, y servir de ejemplo e inspiración para los países más grandes.
Los países ricos «compran» derechos de emisiones
Es evidente que el factor principal para frenar el calentamiento global consiste en políticas de descarbonización, que reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero. Pero ¿no deberían complementarse con medidas ambiciosas de crear sumideros de carbono, por ejemplo, impulsando fuertes políticas de reforestación con flora autóctona? ¿Son pensables políticas climáticas que vuelvan a «enfriar» la temperatura global?
Bueno, tanto como enfriarla no, pero sí reducir la velocidad a la que se produce el calentamiento. Sin duda, los proyectos de reforestación, algunas campañas masivas como las que ha hecho la propia China o en otras partes del mundo, son positivas y contribuyen a hacer menos grave el problema. Pero por la magnitud de las emisiones, esas medidas no pueden ser capaces de compensarlas, de eliminar el exceso de CO2. Como otras medidas -la economía circular, el fomento de las renovables o de la eficiencia energética- ayudan, van en la buena dirección, contribuyen a reducir las amenazas y los problemas, pero por sí solas no pueden resolverlos. Ni siquiera sumándolas todas.
Lo que es central, el factor decisivo, es reducir las emisiones. Ese es el origen del problema, y si no se aborda de forma decidida no hay forma de detener el calentamiento. Y para reducir las emisiones hay que cambiar el modelo energético de raíz y reducir drásticamente el consumo energético.
Y no confundamos esto con la adaptación, con adaptarnos a las consecuencias del cambio climático que ya estamos sufriendo. La adaptación es muy importante y Europa, que tiene infraestructuras y recursos para adaptarse, debe ayudar a los países más vulnerables a las consecuencias del cambio climático. No me refiero a eso, sino a la mitigación del cambio climático.
La mitigación tiene que ver con la eficiencia energética, con la circularización de la economía, con la reforestación y las energías renovables. Pero insisto, todo eso -con ser positivo- no funcionará si no se aborda el problema clave: la reducción de las emisiones y del consumo energético.
El factor decisivo es reducir las emisiones.
Me disculpo de antemano, pero me temo que no podemos dejar de hablar de las declaraciones de la presidenta de la Comunidad de Madrid, que ayer dijo -entre otras lindezas- «que la emergencia climática va contra la evidencia científica». Como científico, ¿qué sintió al enterarse? ¿Qué hay detrás de este negacionismo?
No, no te disculpes (risas). Yo es que creo que hay que pasar a exigir la tipificación de un nuevo delito, que debe pasar a tener graves consecuencias para los políticos. Un delito que consiste en decir algo a sabiendas que es falso, en sede parlamentaria, en este caso en la Asamblea de Madrid. Creo que esto debe ser delito, y no simplemente objeto de debate o de reproches. Porque lo que está en juego son vidas, millones de vidas. Tenemos que tener tolerancia cero con la falsedad y la mentira en sede parlamentaria.
Recordemos que, en esa misma cámara parlamentaria, hace pocos meses, el consejero de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero, dijo que no hay que asustarse porque «en los veranos hace calor». Hay que recordarle a este señor que en España, este año, han muerto 5.000 personas por las olas de calor [según el sistema de monitorización de la mortalidad diaria por todas las causas, elaborado por el Instituto de Salud Carlos III]. ¿Entonces, si un consejero de Sanidad no se preocupa de la vida de las personas, quién se va a preocupar?
No se pueden negar los informes de cien mil científicos
Los políticos en su vida privada son libres de decir lo que quieran, pero la presidenta de la Comunidad de Madrid no puede negar la evidencia científica y decir lo que le apetezca sobre las oscilaciones climáticas de la historia de la Tierra. No puede negar la evidencia científica avalada por las 27 Cumbres del Clima, avalada por el programa de las Naciones Unidas, por la Organización Mundial de Meteorología, que avalan los manifiestos, los estudios y los informes de cien mil -¡cien mil!- científicos. Cien mil científicos de izquierdas, de derechas, comunistas y capitalistas, basándose sólo en evidencias objetivas y constatables. Esta señora está negando una evidencia mayúscula, reconocida internacionalmente por comités científicos, humanitarios, económicos y políticos.
¿Cómo es posible que diga todo eso en sede parlamentaria y no tenga consecuencias no ya políticas, sino penales? Este negacionismo tiene consecuencias en la vida de las personas. Estamos acostumbrándonos a tolerar cualquier tipo de declaración y a verter cualquier tipo de afirmaciones. Y esto no se puede aceptar. Que el cambio climático existe, y que está provocado por la actividad humana no es opinable.
Ella sabe que lo que ha dicho no es cierto, y no vale con retractarse. Tiene que tener consecuencias.