Se cumplen 175 años del nacimiento de Benito Pérez Galdós, el gran novelista español del XIX y retratista implacable de nuestra realidad
Pérez Galdós nació en Las Palmas de Gran Canaria el año 1843. A los dieciocho años marchó a Madrid para estudiar Derecho y allí desarrolló toda su vida literaria hasta su muerte en 1920. Su legado literario es inmenso. Publicó en vida más de treinta novelas, más los 46 tomos de los Episodios Nacionales, una treintena de obras teatrales, unos quince libros de recuerdos, memorias o ensayos, más de 50 cuentos en revistas y otros medios, a lo que habría que sumar un ingente trabajo periodístico, que ejerció durante cincuenta años. Por esos miles de páginas, circulan más de 4.000 personajes, que retratan con precisión, ironía, hondura y sentimiento toda la fauna humana de la España del siglo XIX, la España de la que venimos, nuestro pasado. Galdós es la memoria de España… y por tanto, una parte esencial de la memoria de cada uno.
La obra de Galdós, en las postrimerías del romanticismo, empujada por el realismo a lo Balzac, influenciada por la introspección psicológica y los dilemas morales a lo Dostoievski y teñida levemente por el naturalismo social a lo Zola, creó un molde propio, en el que recogió todo el espíritu y la realidad de una época, en unos momentos en que la novela era uno de los espejos más vivos y punzantes de que disponía la sociedad para conocerse a sí misma y para indagar en los avatares del destino humano. A Galdós no se le puede medir con las varas de hoy, donde la función y naturaleza de la novela ha cambiado sustancialmente, sino con el papel y la función de la narrativa en la segunda mitad del siglo XIX, donde la escritura era no solo un genuino medio de entretenimiento, sino también y ante todo, la crónica más certera de la realidad social de la época. Y, en ese sentido, la obra de Galdós es realmente un portento, por su amplitud, diversidad, empeño, viveza y rigor literario.
Galdós fue como literato y hombre de su tiempo, un personaje singular. A su llegada a Madrid, con dieciocho años, más que asistir a las clases de derecho a la facultad se dedicaba a “gandulear por las calles, plazas y callejuelas, gozando de observar la vida bulliciosa de esta ingente y abigarrada capital”, que era el Madrid isabelino de entonces, una ciudad de 300.000 habitantes, villa y corte (por ese orden), una ciudad en plena mutación, cambio que Galdós viviría y percibiría con toda intensidad: una ciudad que caminaba hacia la modernidad a paso lento pero seguro, y que dejaría en el espíritu y en las páginas de Galdós todo las huellas de esa turbulenta transformación (a su muerte, en 1920, ya tenía 650.000 habitantes). Galdós creó y pobló el Madrid literario, y si este no resulta tan “glamouroso” como el París o la Viena literarios de ese momento, era sencillamente porque eso hubiera sido una falsedad: el Madrid de Galdós, que comienza a ser ya un Madrid burgués, es todavía un Madrid popular, y es esa presencia constante del pueblo la que va a marcar la peculiaridad narrativa de Galdós. La pluma de Galdós está siempre atenta a reflejar el pálpito de las calles, de las gentes, de las tabernas, de las plazas, de los mercados, y ello nutre sus libros con la misma pasión e intensidad que los grandes conflictos del alma humana. Galdós es todo “oídos”, y el lenguaje popular le atrae con tanta fuerza como el estrictamente literario, lo que le valió no pocas veces la incomprensión de ciertos escritores y críticos literarios que cebaron el mito denigratorio de “Galdós, el garbancero”, dando a entender que el puchero donde Pérez Galdós cocinaba sus obras no era el más adecuado para una obra literaria de auténtica valía. De igual forma, su creciente conciencia social, que evolucionó desde el liberalismo hasta las puertas del socialismo, le llevó a chocar ásperamente con los sectores más conservadores y clericales de la sociedad española, que se movilizarían activamente para evitar que Galdós obtuviera el Premio Nobel de Literatura.
Pero Galdós no ha tenido solo detractores. Las cultura española ha estado llena siempre de notables “galdosianos” y defensores de la obra de Galdós, como los escritores Max Aub, Luis Cernuda y Francisco Ayala, y el cineasta Luis Buñuel, que llevó a la pantalla algunas de sus novelas, como “Tristana” o “Nazarín”. También en Hispanoamérica ha habido siempre grandes defensores de Galdós, como Carlos Fuentes, Rómulo Gallegos o Sergio Pitol.
La obra de Galdós es muy rica y diversa. Por un lado están sus obras más acreditadas y de mayor relieve público, como la novela “Fortunata y Jacinta”, publicada en cuatro volúmenes con el subtítulo de Dos historias de casadas, en 1886 y 1887. Se trata de la clásica “novela de adulterio” (como Madame Bovary, Ana Karenina o La Regenta), que es el gran tema de la novela realista de la época. En torno a ese núcleo, Galdós levanta un inmenso fresco narrativo en el que queda reflejada la totalidad social de la época, los conflictos históricos y sociales del momento, y la lucha que se da en cada individuo entre sus instintos y su conciencia moral para conseguir alcanzar una vida justa y vivible.
Por otro lado, está esa enciclopedia monumental de la historia española del XIX que Galdós levantó con los 46 volúmenes de los Episodios Nacionales, que abarcan desde la batalla de Trafalgar, en 1805, todavía en la guerra de la Independencia, hasta la Restauración y el año 1875. Cada episodio de esta serie tiene entidad propia y puede leerse de forma independiente, y desde luego transmite una sensación de vida inigualable. La naturalidad con que Galdós escribía siempre, se combina aquí con una fina ironía que no desdeña a veces un humor, ácido pero compasivo, convirtiendo la lectura en algo más que un paseo por la historia y sus gloriosos o trágicos episodios.
Y por otro lado, y en tercer lugar, están esas novelas, con menor relumbrón, más discretas, que son las auténticas joyas del legado literario de Galdós. Novelas como “La desheredada”, o “Misericordia, o “Tristana”, o “El abuelo”, o tantas otras, que han fascinado a lectores, críticos y escritores, durante los últimos ciento cincuenta años.
Andrés Trapiello, probablemente el escritor que más ha batallado en los últimos tiempos por el reconocimiento de Galdós, ha dejado escrito que “Mientras no se normalice la figura de Galdós en la literatura moderna, mientras no se le reconozca su papel primordial en la renovación y modernización de la novela, no se habrá conseguido nada”.
Dentro de dos años, en 2020, se cumplirá el centenario de la muerte de Galdós en Madrid. Será una buena fecha para comprobar si se ha avanzado algo en el reconocimiento del talento y de la deuda que la novela española tiene con Galdós, sin duda el novelista más importante después de Cervantes, del que siempre se consideró discípulo, o si el mundo literario español sigue yendo a por uvas y mirando con desconfianza a uno de sus grandes.