El 31 de enero se ha hecho efectiva la salida de Reino Unido de la Unión Europea. Pero quedan muchos cabos sueltos por atar, tanto en Gran Bretaña como en el Continente. ¿Qué consecuencias va a tener el Brexit en una sociedad británica fuertemente polarizada entre el «exit» y el «remain», o que integra a cientos de miles de trabajadores europeos? ¿Y en Escocia o Irlanda del Norte? ¿Qué relación política, económica o comercial se acabará estableciendo entre Londres y Bruselas? El Brexit se ha acabado, pero no sus dolores de cabeza.
«Consummātum est», o como le gusta a Boris Jhonson, «Get Brexit Done». Tras tres años y medio de un farragoso y complejo laberinto político, que ha dividido y polarizado a la sociedad británica prácticamente en dos mitades iguales, el Reino Unido ha salido de la UE.
Los pronósticos inmediatos que esta salida implica no son nada halagüeños. El Banco de Inglaterra ha advertido que Gran Bretaña experimentará una pérdida de casi el 5% de su PIB en los próximos 10 años. Lo cual, de producirse, tendrá un enorme coste no solo económico, sino social, traduciéndose en mayores ataques contra los intereses de unas clases populares británicas que ya han visto como la precariedad y la atomización de sus derechos se instala de forma estructural en sus vidas.
Pero además el Brexit va a incidir de forma directa en dos importantes fisuras territoriales: en Escocia y en Irlanda del Norte. Especialmente en unos escoceses que votaron mayoritariamente en contra de la salida de la UE y que ahora claman por un nuevo referéndum de independencia.
Hay muchos más cabos sueltos. Londres ha hecho las maletas y ya no vive con Bruselas, pero ahora hay que seguir negociando los términos del divorcio. ¿A qué tipo de relación llegará Reino Unido con la UE?
Está por decidir. Pero para poder saber cómo se responderá esa pregunta, es preciso partir de una clave. Si el Brexit -además en su versión «dura»- ha acabado imponiéndose ha sido porque ha habido poderosas fuerzas que apostaron por ello, dentro y fuera de Reino Unido. Hay un «suegro» que ha arruinado este matrimonio: se llama Donald Trump.
El presidente norteamericano, y el sector de la clase dominante yanqui por él representado, es el que ha estado alentando desde el principio a las fuerzas y cuadros más anti-UE, desde el ultraderechista Nigel Farage hasta el propio Boris Johnson. Si las negociaciones entre Londres y Bruselas han sido tortuosas, es porque desde Washington se ha hecho todo lo posible para boicotearlas.
La Casa Blanca busca que Reino Unido corte todas sus relaciones con la UE, para que Londres tenga las manos libres para firmar un Tratado de Libre Comercio con EEUU, al estilo de los que Washington ha trabado con Canadá o México, y que suponen condiciones ultrafavorables para que los grandes capitales de Wall Street puedan adueñarse de las arterias de la economía británica.
Tampoco hay que descartar que -en el empeño de la línea Trump para golpear y degradar a Europa para encuadrarla mejor- los centros de poder hegemonistas y sus mayordomos británicos no apuesten por crear en Gran Bretaña un modelo económico ultraliberal y agresivo, una suerte de “paraíso fiscal” encubierto, que consiga arrastrar al “gran dinero” europeo, ávido de ganancias y bajas cargas de impuestos. Un parásito que minaría las fuerzas de la UE.
El Brexit se ha consumado. Pero hay Brexit después del Brexit. Los centros de poder que lo han impulsado van a seguir haciéndolo, socavando las fuerzas de Europa al servicio de los poderes del otro lado del Atlántico.