La industria agroalimentaria está en un proceso de concentración monopolista sin precedentes.
Tres futuras mega-corporaciones ,fruto de fusiones y absorciones, se disponen a controlar casi el 60% del mercado de semillas, cerca del 70% de los productos químicos y maquinaria agrícola, y la práctica totalidad de las patentes de transgénicos. Una enorme amenaza monopolista que supone un mayor empobrecimiento de los campesinos de todo el planeta y graves consecuencias contra la biodiversidad.
Hace no mucho, el grueso del agronegocio mundial estaba controlado por un pequeño puñado de seis o siete grandes corporaciones, que controlaban el mercado de semillas, productos químicos agrícolas (fertilizantes, pesticidas) y de maquinaria. Todo está preparado -sólo falta el visto bueno de los entes reguladores de EEUU y la UE- para fusionarlas en tres megamonopolios que pasarían a imponer su dominio sobre el 60% de las simientes, el 70% de los productos agroquímicos y casi todas las patentes de genomas para desarrollar transgénicos.
La gigante farmacéutica y biotecnológica alemana Bayer se dispone a devorar a la no menos mastodóntica Monsanto (EEUU) por 59.000 millones de euros, quedándose con su vasto arsenal de patentes, semillas y productos químicos. Dos rivales monopolistas norteamericanas -Dow Chemical Company y DuPont- se fusionarán en un único conglomerado. Y la multinacional ChemChina se va a hacer con el control del gigante biotecnológico suizo Syngenta por 38.000 millones de euros.
Cuando la biodiversidad es una patente
Este proceso de concentración monopolista -en un sector tan fundamental como la producción de alimentos agrícolas- significa una enorme amenaza para toda la humanidad.
Tres grandes megacorporaciones pasarán a controlar la producción de la mayoría de las semillas del mundo. Pueden ponerse de acuerdo -mucho más fácilmente de lo que lo hacen ya- en fijar los precios a los agricultores, en hundir un tipo de cultivos o en fomentar otros, según dicten sus intereses. Exactamente igual que con todos los insumos básicos para la agricultura: fertilizantes, pesticidas, maquinaria y herramientas.
Pero también en el ámbito científico y tecnológico asociada a la agricultura. Estos tres gigantes podrán imponer sus intereses y criterios a cientos de miles de grupos de investigación e instituciones científicas de todo el mundo, marcando los cauces por donde se tiene que desarrollar el conocimiento, o cercenando y boicoteando líneas de investigación no convenientes para ellos. Algo que ya ocurre hoy, pero de forma mucho más arrolladora.
La orientación principal de los monopolios agroalimentarios en su I+D es la investigación de genes de interés tecnológico: los que confieren resistencia a plagas, mejores características agrícolas o nutricionales, etc… para luego producir organismos genéticamente modificados. Al secuenciar el genoma humano, o el de una semilla, obtienen enormes bancos de información genética (big data) que luego patentan, convirtiendo lo que la naturaleza ha generado en millones de años de evolución… en propiedad privada monopolista. Patentando la biodiversidad, impiden que nadie más que esa multinacional pueda seguir ese camino de investigación.
Desde esa posición dominante, potencian la uniformidad de los cultivos a costa de los agricultores y del medio ambiente. Un ejemplo denunciado hasta la saciedad son la prácticas de Monsanto: uno de sus productos estrella con semillas transgénicas resistentes al herbicida de su marca, el Roundup, un producto que contiene glifosato cancerígeno. Al rociar el agricultor sus campos con el agresivo Roundup, sólo crecerán las semillas transgénicas (cualquier intento de cambiar de simiente fracasará), que deberán comprar año tras año (son estériles) junto a todos los productos marca Monsanto. Quedan enganchados a este monopolio de por vida, como si de un drogadicto fidelizado a un traficante se tratara.
La dictadura de las agrocorporaciones.
“La concentración de nuevas tecnologías e información podrían llevar a que tres empresas controlen el 60% de las semillas y el 70% de los agroquímicos a nivel mundial, en un oligopolio de gran alcance. Significaría un cambio histórico y global en lo que respecta al acceso a productos agrícolas y haría vulnerable todo el sistema de cosechas y ganado por su uniformidad” dice el informe del Panel Internacional de Expertos en Sistemas Alimentarios Sostenibles (Ipes)
El proceso de concentración monopolista en manos de tres gigantes agroalimentarios multiplicará el control que ejercen no sólo sobre el mercado, sino sobre los Estados, sobre su capacidad para imponer leyes, normativas y regulaciones favorables a sus intereses, y lesivos para los de los pequeños agricultores, para los consumidores y para el medio ambiente. Imponiendo marcos legales como el TTIP, el tratado de libre comercio entre EEUU y la UE que blinda los intereses monopolistas de las grandes corporaciones.
Un enorme poder para imponer prácticas de cártel monopolista sobre el precio de semillas y suministros agrarios, pero también para determinar el precio de venta de los productos agrícolas. Siempre dirigido a su máximo beneficio, a ampliar su margen de ganancia a costa del empobrecimiento de miles de millones de pequeños campesinos.
“Los pequeños agricultores son la columna vertebral del abastecimiento alimentario de la humanidad. Representan al 90% de los agricultores de todo el mundo y proveen más del 80% de los alimentos consumidos por los países en desarrollo, especialmente en Asia y el África sub-sahariana”, dice Adrian Bebb, portavoz de Amigos de la Tierra Europa.
El empobrecimiento y la miseria campesina es directamente proporcional a la concentración monopolista. Ellos -las tiránicas megacorporaciones del agronegocio- son el jinete del hambre. Tienen una despiadada balanza en la mano. En un plato la alimentación de la humanidad. En el otro su cuenta de beneficios.