El peso del sector industrial en nuestra economía ha retrocedido drásticamente respecto al que tenía en 2000. El valor de la producción industrial se sitúa en el 13,3% del valor añadido total de la economía española. Para hacerse una idea del grado de desindustrialización salvaje que está sufriendo nuestro país bastará un simple dato. En 1970, el peso del sector industrial en el PIB era del 34%. En 2011 es ya sólo del 16,9%. Una reducción de más de la mitad en apenas cuatro décadas. Y sigue bajando.
España es, según la Comisión Europea, un caso “fronterizo” entre el grupo de cabeza y el de los países “problemáticos”, a los que las deslocalizaciones, los cierres de empresas y la destrucción del tejido productivo amenaza con convertir en una especie de “desiertos industriales”.La pujante industria española de los años 70 del siglo pasado, cuando nuestro país logró situarse entre las 7 naciones más industrializadas del mundo, ha dejado paso a una economía donde el sector servicios –intensivo en mano de obra, pero precario en desarrollo tecnológico y escaso en valor añadido– alcanza ya casi el 70% del PIB. Lo que los expertos llaman la “terciarización”. Es decir, un peso descomunal del tercer sector, los servicios, en el conjunto de la economía, cuyo desarrollo nos sitúa en el umbral de un proceso de empobrecimiento estructural de consecuencias catastróficas para el futuro del país.«Al vertiginoso proceso de destrucción del tejido productivo industrial, se suma ahora una pérdida acelerada de su propiedad» Si a ello además le sumamos que casi un 40% de la cada vez más escasa industria instalada en España está en manos del capital extranjero, el cuadro adquiere un tinte todavía más sombrío. Al vertiginoso proceso de destrucción del tejido productivo industrial de las últimas décadas, se suma ahora una pérdida acelerada de su propiedad. Primero vino el despojo. Ahora asistimos al saqueo. Hacia la “Florida europea”El punto de viraje hacia esta nueva situación se produce a mediados de los años 80, con las negociaciones para la entrada en lo que entonces se denominaba Mercado Común europeo. Las principales potencias europeas, Alemania, Francia, Italia,… exigen el desmantelamiento o la venta a precio irrisorio de una gran parte del tejido industrial español que representa, en términos de competitividad, una amenaza para sus grandes monopolios en un mercado europeo en el que se van a levantar todas las barreras arancelarias para la industria española. La siderurgia, la construcción naval, la automoción, e incluso sectores relativamente marginales como la pesca o la ganadería, se convierten en el objetivo de Bonn, París o Roma.Los Altos Hornos y los astilleros son sometidos a una reconversión brutal que o los elimina o los deja reducidos a la mínima expresión. Todo el sector de la automoción, sin excepción, es trasvasado al capital extranjero. Ebro pasa a manos de FIAT, Motor Ibérica y Santana caen en manos japonesas. Y como colofón, SEAT, la joya de la corona de la industria automovilística española, es vendida a Volkswagen… ¡por una peseta! Eso sí, después de que el gobierno inyecte miles de millones para su reconversión.Por otro lado, Bruselas exige el desmantelamiento de gran parte de la flota pesquera, sector en el que nuestro país es, con diferencia, la primera potencia europea de la época. Asimismo, las presiones de París consiguen que se ponga a España unos límites de producción láctea que están muy por debajo del consumo nacional, lo que significará el sacrificio de gran parte de la cabaña vacuna gallega, asturiana, cántabra o vasca. Hasta tal punto llega el desmantelamiento y la venta a precio de saldo del tejido productivo español que, una vez concluidas las negociaciones, el presidente francés Mitterrand reúne a un selecto grupo de grandes empresarios galos para transmitirles una clara consigna: “España está en venta. ¡Cómprenla!”La clase dominante española, la oligarquía financiera, y sus representantes de la clase política –entonces hegemonizada por el PSOE de Felipe González que consigue una mayoría absoluta tras otra– se pliegan a todas y cada una de las exigencia del gran capital europeo. Y a cambio consiguen reservarse para sí el dominio de algunos sectores en los que queda vetada temporalmente la penetración del capital extranjero: banca y seguros, energía, telecomunicaciones, turismo, transportes, construcción,… y poco más. A cambio de hacerse fuerte y concentrar capital en estos sectores, la oligarquía española no duda un instante en liquidar y malvender una parte sustancial del tejido productivo nacional. «Mitterrand reúne a un selecto grupo de grandes empresarios galos para transmitirles una clara consigna: España está en venta. ¡Cómprenla!» Por debajo de todo este proceso empieza despuntar ya el proyecto que las grandes oligarquías europeas tienen diseñado para nuestro país. Convertirnos en una especia de “Florida europea”, es decir, el lugar perfecto donde jubilados alemanes, británicos o nórdicos pasen sus últimos años disfrutando de un clima y un ambiente agradable. Y en el que gran parte de los trabajadores españoles no tengan otro futuro que servirles.Espejismo roto37 años después de aquello, lo que parecía ser un buen negocio para la oligarquía –y nefasto para el país– se está revelando como un espejismo. Su monopolio en los sectores energético y de las telecomunicaciones ha desaparecido. El candado puesto a la banca nacional ha quedado roto tras el rescate bancario y el memorándum impuesto por la troika. La gran empresa pública de la electricidad, Endesa, tras su privatización ha quedado controlada por los italianos, y en la otra, Iberdrola, los fondos extranjeros poseen ya una participación mayoritaria. Lo mismo que ocurre en Repsol y es inminente que pase con Gas Natural-Fenosa, donde el 35% de su capital ha sido puesto a la venta. En el mercado de las telecomunicaciones, las antiguas Airtel y Amena, nacidas de la liberalización del sector, son hoy propiedad británica (Vodafone) y francesa (Orange). La subasta de Novacaixa Galicia va a abrir las puertas a la presencia del capital extranjero en el sistema bancario nacional. Los grandes tour-operadores europeos controlan gran parte del flujo turístico, mientras grandes cadenas hoteleras empiezan a caer en manos del capital extranjero. La compañía de bandera española, Iberia, ha sido absorbida por el capital británico, alemanes y franceses se disponen a asaltar la inminente privatización del transporte ferroviario e incluso gran parte de las líneas de transporte de pasajeros por carretera son hoy propiedad del capital alemán. Y en el sector de la construcción, el hundimiento de la burbuja inmobiliaria ha atraído a los grandes fondos especulativos internacionales que poseen ya una parte importante del negocio inmobiliario del país. Y el estallido de la crisis, con el consiguiente proyecto de intervención y saqueo sobre los países del sur de Europa dictado por Washington y Berlín, no está haciendo más que agudizar y acelerar esta doble tendencia: hacia la desindustrialización del país y hacia el trasvase al capital extranjero de los restos de la industria nacional. Los últimos datos ofrecidos por el Instituto Nacional de Estadística son esclarecedores al respecto. La presencia del capital extranjero en la industria española ha ido creciendo de forma sostenida desde que estalló la crisis. En 2008, el número de empresas extranjeras instaladas en España ascendía a 1.717. En 2011, último año del que se tienen datos, son ya 2.216 las filiales de multinacionales instaladas en nuestro país, lo que representa un aumento de casi un tercio en apenas 3 años.Pero no sólo eso. Paradójicamente, el número de empresas industriales extranjeras apenas representa el 1,75% del total, sin embargo su volumen de negocio alcanza casi el 40% de la industria española. Lo que quiere decir que, en paralelo a la penetración del capital extranjero, se está produciendo un acelerado proceso de concentración monopolista en sus manos. Uno de cada cinco ocupados en la industria lo hace ya para una multinacional. Que mayoritariamente desechan la inversión en sectores atrasados tecnológicamente y de bajo valor añadido como el textil, la confección, la hostelería o el transporte para concentrarse en sectores como el automóvil, los equipos eléctricos y electrónicos, la fabricación de bienes de equipo, la industria química o la farmacéutica. Francia, Alemania y EEUU son ya hoy los propietarios de gran parte de la industria española, hasta el punto de que el 55% del empleo de la industria química, el 63%, de la industria del motor y el 24% de la industria metalúrgica ha sido generado por filiales de empresas multinacionales extranjeras.Es cada vez más imperiosa la necesidad de un ambicioso plan de reindustrialización del país, modernización del tejido productivo y renacionalización de las industrias estratégicas. Todas las medidas del gobierno (recorte de la inversión pública, privatizaciones, desinversión en I+D+i,…) así como el estrangulamiento del crédito por parte de la gran banca no hacen más que ahondar en la destrucción del tejido productivo nacional y el trasvase de sus sectores más cualitativos hacia el gran capital extranjero. Es urgente poner fin a este auténtico saqueo que constituye, en resumidas cuentas, el mayor botín que las grandes oligarquías financieras mundiales están sacando a base de aumentar la explotación y la plusvalía que extraen a la clase obrera española.