«Humillante derrota de EEUU en Afganistán», «Cinco amargas lecciones para Estados Unidos de la derrota en Afganistán». No son titulares de prensa de la extrema izquierda antiimperialista, sino de rotativos como El Mundo o El Confidencial, de inequívoca orientación pronorteamericana. Estamos ante una derrota sin paliativos de la superpotencia norteamericana, ante un acontecimiento que sin lugar a dudas va a tener hondas consecuencias -inmediatas, y a medio y largo plazo- en la geopolitica mundial.
Muchos hablan estos días de la semejanza entre la derrota de EEUU en Vietnam y la precipitada salida de las tropas norteamericanas de Afganistán. Es difícil no comparar las imágenes de los desdichados afganos en el aeropuerto de Kabul con las de los helicópteros de EEUU saliendo a toda prisa de la embajada yanqui en Saigón en 1975.
Esa comparación debe hacerse con sumo cuidado. Porque aunque la huída de Afganistán refleja, como la de Vietnam una derrota en toda regla de la superpotencia norteamericana, un duro revés que -como el de los años 70- va a tener consecuencias en la geopolítica mundial, nada tienen que ver los talibanes -comparables con los regímenes más fascistas, reaccionarios y tenebrosos que haya parido la historia- con un partido comunista y revolucionario como el Vietcong. El régimen de los fundamentalistas va a incrementar hasta extremos indecibles la opresión sobre amplias capas del pueblo afgano, por supuesto sobre las mujeres, pero también sobre las clases trabajadoras y los intelectuales.
La derrota afgana no es una más en la historia del hegemonismo norteamericano. Hace mucho que en Washington sabían que esta guerra no se podía ganar. Hace dos años, una exclusiva del Washington Post -«The Afghanistan Papers»- revelaba la espesa capa de mentiras que el Pentágono y la Casa Blanca tuvieron que contar para mantener la más larga y costosa ocupación militar que nunca haya afrontado EEUU. «Se ha mentido constantemente al pueblo estadounidense. Cada dato fue alterado para presentar el mejor cuadro posible, para presentar la idea de que estábamos haciendo lo correcto y de que podíamos la guerra», dijo entonces John Spocko, director de la Agencia Especial para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR).
Los «papeles de Afganistán» arrojaban una conclusión tan clara como inaceptable para Washington: la guerra de Afganistán fue un desastre desde el principio, había creado un régimen corrupto detestado por amplias capas de los afganos -algo que tiene mucho que ver con la vertiginosa velocidad a la que los talibanes han reconquistado el país- y, sobre todo, se había convertido en imposible de ganar.
Pero ¿por qué?. ¿Por qué EEUU y hasta cuatro presidentes han dedicado billones de dólares a mantener una guerra costosa y desastrosa?.
La respuesta está en el mapa. Afganistán no tiene grandes recursos naturales, pero su inmenso valor geopolítico está en su ubicación geográfica. Es el centro de Asia Central. Está en el vientre del espacio exsoviético y de unas repúblicas -Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán- por donde ahora confluyen los intereses de Rusia y China, y por donde habrá de transitar la Nueva Ruta de la Seda. Afganistán está en la frontera nororiental de la República Islámica de Irán, uno de los enemigos regionales de EEUU en Oriente Medio, y se recuesta sobre el borde norte de Pakistán, otro polvorín geopolítico cuyos conflictos son clave para modular a otro gigante cercano, la India.
Pero sobre todo el estrecho corredor afgano de Wakhan conduce a una puerta trasera en la espalda de China, el principal enemigo geoestratégico de la superpotencia. Concretamente lleva a la región musulmana china de Xinjiang, donde EEUU busca utilizar las tensiones étnico-religiosas contra el gobierno de Pekín.
Por eso, EEUU se ha resistido durante 20 años a retirarse de Afganistán. Hasta que la fuerza de los hechos no le ha dejado otra. Todo su apabullante poder militar no le ha servido para evitar una humillante derrota que dificultará su intervención político militar en un área de inmenso valor estratégico.