En torno a la tragedia del Aquarius se concentran dos posiciones radicalmente diferentes sobre un tema clave para el futuro de la UE. El nuevo Gobierno español recibe una catarata de felicitaciones por ofrecer Valencia como «puerto seguro». Mientras el ministro de interior italiano, el ultraderechista Matteo Salvini, es el lógico centro de muchas iras tras negar el desembarco, agitando banderas xenófobas.
Los dos epicentros, tanto el que dibuja una alternativa progresista como el que amenaza con una deriva reaccionaria, están en un convulso sur del continente. ¿Qué está pasando en el sur de Europa, que hace muy pocos años parecía condenado a la degradación y la irrelevancia, y que ahora es una caldera en ebullición?
Todavía recordamos cuando desde el norte anglosajón y germánico se referían a los países del sur de Europa bajo el despectivo apelativo de PIGS, cerdos en inglés. Utilizaban las iniciales de Portugal, Irlanda -a la que pronto sustituyó Italia-, Grecia y España para construir un acrónimo que era en realidad una diana.Todos los problemas de Europa, los que han llevado a una grave crisis que amenaza incluso el futuro de la UE, nacen al otro lado del Atlántico. EEUU diseñó una gigantesca estafa global, para que los que considera sus “Estados vasallos” aumentaran el pago de los tributos encaminados a sostener su dominio imperial. Y Alemania, convertida en virrey del césar norteamericano, se encargó de descargar hacia el sur el pago de estas facturas.
Cuando de lo que se trataba era de repartir las pérdidas, todos los escaparates, desde la “relación transatlántica” a “la UE como proyecto común”, saltaron por los aires. Y los países del sur de Europa, los más débiles y los más dependientes, nos convertimos en blanco de todos los ataques. Para que pagaran la abultada cuenta que EEUU o Alemania les pasaban, no se dudó en hundirlos económicamente o sacudirlos con convulsiones políticas.
Y entonces sucedió lo inesperado, lo que ellos nunca tienen en cuenta: los pueblos existen y actúan. Contra muchas tempestades, enfrentándose a enormes dificultades, levantándose tras caer y retroceder, los pueblos del sur de Europa no solo demostraron una enorme capacidad de resistencia, sino que levantaron un viento que ha acabado obteniendo importantes victorias.
Primero fue en Grecia, donde Syriza, una coalición de izquierdas enfrentada a los draconianos planes de la Troika, llegó al gobierno. Luego vino el Gobierno de progreso portugués, ejercido por el partido socialista pero a través de un acuerdo con el partido comunista y el Bloco de Esquerda. Y a ellos se ha unido España, con la moción de censura que ha desalojado a Rajoy de la Moncloa.
Son gobiernos muy diferentes, pero coinciden en un punto: no existirían sin la fuerza de un viento popular de lucha y movilización que los ha hecho posibles.
¿Y qué pasa con Italia? ¿No está también en el sur de Europa? ¿Por qué entonces ha llegado al Gobierno una fuerza ultraderechista y xenófoba como la Liga de Salvini?
Italia es un caso aparte frente a los países del sur de Europa por dos motivos. Existe una burguesía monopolista fuerte, que se sienta en la mesa del G-7. Y, sobre todo, la intervención norteamericana es más profunda. Recordemos la Red Gladio, el para-Estado controlado por la CIA que durante la Guerra Fría dirigió en la sombra la política italiana.
El país transalpino también ha sido golpeado. En 2011 se impuso un gobierno tecnocrático, de la mano de Mario Monti, vinculado al banco norteamericano Goldman Sachs, sentando las bases de una política de recortes que ha colocado al país en un estancamiento crónico, que la población ha sufrido, con uno de cada tres jóvenes sin trabajo o tres millones de italianos en riesgo de pobreza.
El cóctel explosivo se ha alimentado también con una cada vez mayor intervención de Bruselas, limitando la soberanía en cuestiones claves, especialmente en el terreno económico.
La reacción de la población ha sido contundente. El país donde se firmó el Tratado de Roma, que dio lugar al Mercado Común, antecesor de la UE, es ahora tras Grecia el más antieuropeísta.
Esa respuesta se ha canalizado por cauces progresistas, con un Movimiento 5 Estrellas convertido en el partido más votado en las recientes elecciones. Pero también sectores de la burguesía italiana han reconvertido la antigua Liga Norte -que defendía la independencia de las regiones ricas del norte- en una Liga capaz de encabezar una alternativa para todo el país dirigiendo sus iras contra Bruselas bajo la consigna “Italia primero”, una versión del “America first” de Trump, y con un mensaje abiertamente xenófobo contra la inmigración.
Si se ha podido llegar al inexplicable acuerdo entre el M5E y la Liga, no es solo por factores internos. No se explica por la unión de “populismos de izquierda y de derecha”. Han existido impulsores externos de esta extraña alianza. Uno de ellos ha sido Steve Bannon, exasesor de Trump que tras respaldar al Frente Nacional en Francia se trasladó a Italia para ayudar a la Liga. Y que, cuando nadie pensaba que fuera una opción viable, pronosticó un gobierno conjunto del M5E y la Liga.