¿Cómo es posible que en la nación donde se ha practicado uno de los mayores genocidios contra las poblaciones indígenas existan quienes eligen como único blanco de sus iras a la colonización española? ¿Se trata solo de un debate histórico sobre el pasado o esta maniobra de distracción tiene decisivas consecuencias prácticas para el presente de los pueblos hispanos?
De Colón a Kissinger
Hay en EE.UU. movimientos en defensa de los pueblos indígenas y sectores académicos que han denunciado y documentado la “cacería del indio”, ejecutada en inglés, sobre la que se asienta su misma constitución como país, ejecutada en inglés. Resulta sorprendente que las campañas con mayor repercusión mediática y apoyo institucional se extiendan contra cualquier rastro de la dominación española. No solo se pretende acabar con las estatuas de Colón, también se ha intentado eliminar de Los Ángeles los monumentos dedicados a Fray Junípero Serra, que evangelizó California.
Para Carmen Sanz Ayán, miembro de la Real Academia de Historia, este rebrote contra las consecuencias de la colonización española era “esperable”, desvelándonos que “es una corriente que procede desde hace tiempo de algunos departamentos de universidades americanas”. No es ninguna novedad. Se corresponde a un programa persistentemente enarbolado por las élites de la superpotencia. Volvamos nuestra mirada a 1984. Entonces, una comisión bipartidaria del Congreso y el Senado estadounidenses, encabezada por Henry Kissinger, elaboró un voluminoso informe sobre la situación en Centroamérica. Tal y como aparece reflejado en un artículo de El País de ese mismo año, “el informe Kissinger acusa a la herencia cultural española de la desigualdad social que existe en la región”. Al abordar una “visión histórica” sobre el problema, la comisión presidida por Kissinger afirma lo siguiente: “Durante los tres siglos de dominación colonial española […], el sistema político centroamericano era autoritario; la economía era explotadora y mercantilista; la sociedad era elitista […] y tanto la Iglesia como el sistema educativo reforzaban los patrones del autoritarismo. El período colonial tampoco facilitó las posibilidades para una experiencia autónoma de gobierno; la vasta población indígena nunca fue integrada a la vida política de las colonias.” En 1984 el presidente estadounidense era Ronald Reagan. Bajo la dirección de Washington se ejecutaba un sanguinario genocidio en Guatemala, causando más de 200.000 asesinatos, la CIA impulsaba acciones terroristas en Nicaragua contra el gobierno sandinista -siendo condenado por ello en la Corte Penal Internacional-, EE.UU. sostenía una feroz dictadura en El Salvador… Pero según el Informe Kissinger, la raíz de los conflictos en Centroamérica estaba en la colonización española.
El indio Gerónimo hablaba español
Esta visión de la historia es un arma que la superpotencia estadounidense empuña. Está asentada sobre manipulaciones y falsedades, pero es difundida por el enorme aparato de propaganda de la más poderosa potencia del momento. Uno de ellos es el cine, transmitido mediante la potencia de Hollywood. Los wésterns nos han vendido la historia de vaqueros colonizando el Oeste, enfrentándose a violentas tribus indias que jamás habían tratado con el hombre blanco.
En un artículo publicado en El País, titulado “El indio Gerónimo hablaba español”, la hispanista María Elvira Roca nos presenta una realidad muy diferente. Gerónimo era uno de los líderes históricos de la resistencia del pueblo apache. Así lo hemos visto en numerosas películas. Lo que no nos habían contado es que Gerónimo hablaba español. Se conserva su partida de bautismo y sus memorias, dictadas a S. M. Barrett en los últimos años de su vida, fueron traducidas desde el español, la lengua materna de Gerónimo, al inglés. Gerónimo se levantó contra un “hombre blanco” que masacró a su pueblo. Pero su rebelión estalló cuando las tierras que su tribu (los apaches Bendoke) habitaba, que antes habían sido dominio español y luego territorio mexicano, se convirtieron en territorio estadounidense. No hay que buscar ningún paraíso idílico antes de que la bandera de las barras y estrellas se posara sobre el territorio apache. Fueron frecuentes durante décadas los enfrentamientos con las tropas españolas, también los ataques de unas tribus indias contra otras. No obstante, a finales del siglo XVIII la situación se había estabilizado. En un vasto territorio de más de 600.000 kilómetros cuadrados, conocido como Apachería, se había creado una sociedad hispanomestiza, donde diferentes tribus apaches (entre ellas los Bendoke de Gerónimo) llevaban una vida sedentaria e integrada en la sociedad colonial española. Sin embargo, esta realidad, ampliamente documentada, debe ser eliminada de la memoria colectiva. No encaja en la falsa fábula de “la conquista del Oeste”. Es necesario fabricar la imagen de unos pueblos indios violentos, incompatibles con la civilización, para justificar su eliminación.
El terror de los padres fundadores
Si repasamos la posición de quienes en EE.UU. son venerados como “padres fundadores” de la nación, encontramos un planificado proyecto de genocidio, de exterminio de la población india. El 4 de junio de 1779, George Washington, primer presidente estadounidense, ordenó la invasión del territorio habitado por los iroqueses. Sus órdenes fueron tajantes: “Es fundamental destruir no solo a los hombres, sino también sus poblados y plantaciones. Se arrancará todo lo sembrado y se impedirá cualquier nueva plantación o cosecha. Lo que no pueda lograr el plomo, lo harán el hambre y el invierno”. Entre junio y diciembre de 1779, 40 poblados y comunidades iroquesas con sus correspondientes tierras fueron arrasados. Muchos iroqueses murieron, y quienes sobrevivieron fueron obligados a servir como esclavos.
Otro de los “padres fundadores” de EE.UU., Thomas Jefferson, defendía que “las tribus atrasadas” debían ser “alejadas [es decir, expulsadas violentamente de sus tierras] junto con sus bestias de los bosques”. Uno de los presidentes estadounidenses “totémicos” de su periodo fundacional, Andrew Jackson, era conocido con el sobrenombre de Cuchillo Afilado, pues alardeaba de “conservar siempre el cuchillo de escalpar a los indios a los que he matado”. Defendía que “la nación cheroqui debe ser exterminada”, y que “es conveniente matar a las mujeres indias para evitar que se reproduzcan”. Cuando, gracias a una invasión y ocupación militar, EE.UU. arrebató a México el 55% de su territorio, una enorme extensión que multiplica por cuatro la española, ese genocidio planificado se extendió contra los pueblos indios que allí vivían. Así sucedió en California, cuando ya bien entrado el siglo XX, y bajo dominio estadounidense, se exterminó al 80% de la población indígena. El brazo ejecutor de aquella limpieza étnica, el coronel John C. Fremont, uno de los padres del estado californiano, da incluso nombre a una ciudad. Pero en Los Ángeles las estatuas que deben ser derribadas son las de Colón.
Muchas maniobras de distracción
En el artículo mencionado más arriba, María Elvira Roca afirma que “las mentiras de las películas del Oeste conectan con otra maniobra de distracción: la que tapa a los responsables del exterminio nativo de EE.UU.”. Y tiene buena parte de razón. Si se dirige únicamente la mirada hacia “las atrocidades de la colonización española”, se oculta cómo las élites de EE.UU. asentaron su expansión sobre un premeditado genocidio de la población indígena. Si se conecta la esclavitud con un dominio español atrasado y dominado por la Inquisición, se borra que el floreciente y democrático capitalismo estadounidense prospera gracias al trabajo esclavo. Thomas Jefferson, redactor de la Declaración de Independencia de EE.UU., al que define como “un gran imperio de la libertad”, era en realidad un terrateniente esclavista. Y, cuando se desmiembra a Texas de México para incorporarla a EE.UU., una de las primeras decisiones adoptadas fue la instauración de la esclavitud, abolida en la constitución mexicana de 1824.
No obstante, la mayor maniobra de distracción es la que nos ofrece el Informe Kissinger. Tras más de un siglo de ocupación estadounidense de Centroamérica ―con invasiones, patrocinio de dictaduras y golpes de Estado, magnicidios y genocidios planificados desde Washington, etc.―, se señala como responsable del atraso a una colonización española finiquitada hace 200 años. Al cargar las culpas sobre imperios ya extintos se exonera a los imperios que hoy siguen imponiendo su dominio.