23-F

El dí­a que Washington enseñó sus cartas

"España debe fijar dí­a y hora para su entrada en la OTAN". Con estas declaraciones del general Alexander Haig, secretario de Estado de Ronald Reagan y antiguo jefe máximo de la OTAN, se daba el pistoletazo de salida al conjunto de tramas desestabilizadora que culminarí­an en el 23-F.

Casi como cada año, el aniversario del intento de golpe del 23-F ha provocado un verdadero aluvión de reportajes, crónicas, documentales,… en los medios de comunicación. En todos ellos, sin excepción, aparece un elemento común.

Puede apuntarse y disparar –según sea la orientación política de cada medio– contra la monarquía, acusando al rey Juan Carlos I de estar detrás de la trama; se puede acusar a la clase política de estar al tanto y participar de las maniobras de algunos de los golpistas; se puede reducir todo a la fanática nostalgia de un grupo de militares franquistas;… Todo eso está permitido, de todo eso se puede hablar, fabular, especular.

Pero lo que no se puede es señalar a EEUU como el gran instigador del 23-F y el conjunto de acontecimientos desestabilizadores que liquidaron a Suárez, pusieron en peligro la frágil democracia y acabaron, finalmente, integrando a nuestro país en la OTAN, el verdadero objetivo de toda la trama. Ese es el gran tabú de la política española. Hablar de la intervención norteamericana en el 23-F es nombrar a “la bicha”, algo que –como decía Bernarda Alba– “no puede ni debe pensarse”. Es necesario mantener oculto a cualquier precio el papel decisivo de la intervención norteamericana en el 23-F… porque esa misma intervención, e igual de decisiva, sigue ahora existiendo, actuando y marcando el rumbo de la vida política española.

«Lo que no se puede es señalar a EEUU como el gran instigador del 23-F «

La negativa a desclasificar los papeles secretos del 23-F, y por lo tanto el argumento de que “no se puede saber la verdad de lo ocurrido”, abona cualquier explicación, cualquier interpretación acerca de lo ocurrido en aquellos primeros meses de 1981. Lo más paradójico de todo, sin embargo, es que a lo largo de los otros 364 días al año, cualquiera puede acercarse a una librería y acceder a libros –desde numerosos de Pilar Urbano hasta otros que tratan a fondo el papel de EEUU y la CIA en la transición– en los que se narra con todo lujo de detalles, datos y hechos irrefutables cómo detrás de la dimisión de Suárez y el golpe de Tejero estaba EEUU y su objetivo de meternos en la OTAN.

No es verdad que, pese a la negativa a desclasificar los informes reservados de los servicios de inteligencia españoles, no se conozca la verdad de lo ocurrido el 23-F.

Se conocen de cabo a rabo los almuerzos secretos del embajador norteamericano con el general Milans del Bosch en los meses previos al golpe; están más que demostrados los múltiples contactos del jefe de la “Estación Madrid” de la CIA tanto con los golpistas como con los dirigentes políticos que crearon las condiciones necesarias de desestabilización previas al golpe; está detallado cómo los pilotos y las tropas americanas en las bases de Torrejón, Morón y Zaragoza fueron puestos en estado de máxima alerta, preparados para cualquier emergencia, sólo 24 horas antes del 23-F,…

Todo esto –y mucho más– es ampliamente conocido, está abundantemente documentado, son datos y hechos comprobados y comprobables por cualquiera mínimamente interesado en conocer la verdad. Sin embargo, para los grandes medios de comunicación de masas, aquellos que llegan a millones de personas, los que crean climas de opinión pública, orientan el pensamiento de la gente,… todo esto no existe. O, mejor dicho, hay que hacer como si no existiera. Hay que taparlo, ocultarlo, negarlo dando otras explicaciones, incluso inverosímiles. En España se produjo a lo largo de 1980 un conjunto de tramas desestabilizadoras que culminaron el 23-F en un intento de golpe. Pero los grandes medios españoles siguen empeñados en contarnos una “película” sin guión ni director.

Un claro mandato de Washington“España debe fijar día y hora para su entrada en la OTAN”. Con estas declaraciones del general Alexander Haig, secretario de Estado de Ronald Reagan y antiguo jefe máximo de la OTAN, se daba el pistoletazo de salida al conjunto de tramas desestabilizadora que culminarían en el 23-F.

Y no por causalidad. La invasión de Afganistán por parte da la URRS en diciembre de 1979 supone un cambio radical de la situación internacional. El agresivo cuestionamiento de los acuerdos de Yalta que este hecho significa va a provocar una respuesta contundente de la otra superpotencia. La línea Carter de tratar de socavar a la Unión Soviética mediante el apaciguamiento y la bandera de los derechos humanos deja paso a una línea mucho más agresiva. La línea Reagan de rearme, contención militar del expansionismo soviético y reforzamiento de sus alianzas militares, especialmente en Europa Occidental, el centro de disputa entre ambas superpotencias.

Un giro que va a tener una repercusión inmediata en España. Bajo la línea Carter, el nuevo régimen democrático español había podido disfrutar de un relativo mayor margen de autonomía, tanto en el plano interno como en el externo.

Bajo la dirección de Suárez, la línea de consenso con la izquierda había permitido llevar más lejos de lo inicialmente diseñado por Washington el modelo político y el régimen de libertades. Mientras en el plano externo, Suárez empieza a desplegar una política neutralista que, sin abandonar la órbita de dependencia a EEUU, busca ganar un mayor margen de autonomía para la defensa de los intereses nacionales, acentuando la dimensión iberoamericana y mediterránea de la política exterior española.

Hechos como la visita de Suárez a La Habana, rompiendo el bloqueo político decretado por Washington; el recibimiento en Madrid de Yasser Arafat –calificado entonces por el Departamento de Estado norteamericano como el terrorista número uno del mundo– con honores de jefe de Estado; el envío de una delegación a la Cumbre de Países No Alineados, gesto insólito en un país con bases militares norteamericanas en su suelo; el continuo apoyo de España en la ONU a las propuestas de los países neutrales y del Tercer Mundo –lo que Suárez denominaba como una “tercera vía” frente al alineamiento incondicional con EEUU o la URSS– y el continuo relegamiento de la entrada de España en la OTAN son ya inadmisibles con la nueva política de “ley y orden” internacional que Reagan está desplegando.

«La política neutralista de Suárez es inadmisible para la nueva política de “ley y orden” internacional de Reagan»

Cambio de rumboEl rumbo de la política española, tanto en lo interior como en lo internacional, marcha a contrapelo de las exigencias norteamericanas derivadas de la nueva situación mundial creada por la invasión de Afganistán.

Las nuevas exigencias Washington pasan por una España “segura”, estable y sometida a sus dictados; una España dentro de la OTAN, dócilmente alineada en la lucha contra la otra superpotencia y por supuesto sin veleidades neutralistas o tercermundistas en su política exterior.

Y en la medida que Suárez ofrece crecientes resistencias a ese cambio de rumbo, EEUU se va a lanzar a convulsionar y desestabilizar a través de múltiples canales la situación. Todos los mecanismos de intervención interna que los servicios de inteligencia norteamericanos han ido construyendo en paralelo e incrustando en el seno del nuevo régimen democrático se activan con el objetivo de derribar los obstáculos que se oponen a la nueva urgencia de sus planes. Suárez y su política el principal de ellos.

Tanto el terrorismo de “extrema izquierda” (ETA, GRAPO, con más de 100 asesinatos en 1980) como el de extrema derecha (Fuerza Nueva, Batallón Vasco-Español, 16 asesinatos en ese año) se recrudecen con una virulencia nunca vista ni antes ni después. Los medios de comunicación a derecha (ABC, El Alcázar, YA,…) e izquierda (El País, Diario 16,…) se lanzan a una feroz ofensiva contra Suárez, denunciando su incapacidad y exigiendo su dimisión. La jerarquía de la Iglesia se lanza con furia contra el timorato proyecto de ley del divorcio. La CEOE descalifica la política económica del gobierno al tiempo que reclama más mano dura contra trabajadores y sindicatos. La cúpula militar exige –bajo la bandera de frenar “la ruptura de la unidad de España”– tomar medidas urgentes y excepcionales para paralizar el desarrollo autonómico y para acabar “a cualquier precio y de cualquier forma” con el terrorismo. El PSOE se pone a la cabeza de la desestabilización al presentar en la primavera de 1980 una moción de censura parlamentaria, que aun sabiendo de antemano que está perdida sirve sin embargo para crear más inestabilidad y sensación de desgobierno.

Acosado desde todos los frentes, Adolfo Suárez dimite el 29 de enero de 1981. El programa de gobierno de su sustituto, Leopoldo Calvo Sotelo, responde punto por punto al giro a la derecha que los círculos oligárquicos y Washington reclaman imperiosamente.

Sin embargo, la trama de presiones y conspiraciones que se ha ido tejiendo en los meses anteriores ha ido muy lejos, y mientras una parte de ella se detiene una vez alcanzado el objetivo, otra parte toma sus deseos por realidades y continúa con sus preparativos. «Las nuevas exigencias de Washington pasan por una España “segura”, estable y sometida a sus dictados»

La amenaza del ruido de sables en los cuarteles, que era una parte de la sinfonía puesta en marcha por EEUU para desestabilizar al país y obligar a Suárez a capitular, desemboca el 23-F, en plena votación para la investidura de Calvo Sotelo, con el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero irrumpiendo en el Congreso con sus tropas, mientras el capitán General de la IIIª Región Militar, Jaime Milans del Bosch, decreta el Estado de Guerra en Valencia y saca los tanques a la calle. El intento de golpe es finalmente abortado: con el relevo de Suárez por Calvo Sotelo, Washington ya tiene en sus manos las bazas que necesita y no es necesario ir más lejos. Ha levantado sus cartas y ha mostrado a todo el mundo: “estos son mis poderes”. El que no se atenga a mis dictados, ya sabe lo que puede esperar.