La fugaz visita de la presidenta del Congreso norteamericano -la demócrata Nancy Pelosi- a la isla de Taiwán, ha levantado una enorme tensión a las ya de por sí tirantes relaciones entre Pekín y el gobierno de Taipéi. No hay asunto más sensible para China que el de Taiwan, y alentando los impulsos separatistas de la isla, la superpotencia norteamericana no sólo da un salto en la agresividad del cerco al gigante asiático, sino que pone en peligro la paz en el Extremo Oriente… y en el mundo.
Ignorando las advertencias del Departamento de Estado y de su propio entorno, y por supuesto las de Pekín, la presidenta de la Cámara Baja de EEUU, Nancy Pelosi, cambió el itinerario de su viaje oficial por Asia y decidió hacer una fugaz escala (de menos de 24h) en Taiwán, donde fue recibida con toda la pompa por su independentista presidenta Tsai Ing-wen. Se trata de la primera visita en 25 años de un cuadro de alto nivel de EEUU a la isla.
A pesar de que la propia Casa Blanca se ha desmarcado de la visita, la propia Pelosi, uno de los grandes pesos pesados del Partido Demócrata, defendía en el Washington Post su escala en Taipéi. “Es esencial que Estados Unidos y nuestros aliados dejemos claro que nunca cederemos ante los autócratas. La visita de nuestra delegación honra el compromiso inquebrantable de EEUU de apoyar la democracia vibrante de Taiwán”.
La visita de Pelosi -que doce días después era reforzada por la llegada a la isla de una comitiva de cinco senadores y congresistas norteamericanos, tanto republicanos como demócratas, que mantuvieron reuniones con líderes taiwaneses sobre seguridad regional y comercio- ha sido considerada por China como una de las mayores afrentas recientes contra sus reclamaciones de soberanía hacia la isla, y ha elevado la tensión en el Estrecho de Taiwán a su máximo en décadas.
Pekín ha acusado a Washington de entrometerse «en la soberanía e integridad territorial de China», y ha desplegado grandes maniobras militares alrededor de la isla, con ejercicios balísticos de fuego real en las aguas de Taiwán y ensayos sobre desembarcos anfibios, al tiempo que ha suspendido las importaciones de decenas de productos alimentarios procedentes de Taiwán, con la que no tiene relaciones oficiales pero sí vínculos comerciales multimillonarios, una medida muy criticada por la oposición en la isla, y de la que culpan a la presidenta Tsai Ing-wen.
La visita de Pelosi ha sido considerada por China como una de las mayores afrentas recientes contra sus reclamaciones de soberanía hacia la isla, y ha elevado la tensión en el Estrecho de Taiwán a su máximo en décadas.
El asunto más sensible para Pekín
Para situarnos en la gravedad de la visita, hagamos una comparación, un ejercicio de ficción. Imagínense que en 2017, en medio de la máxima tensión entre el Govern de Cataluña y el Gobierno español por el referéndum del 1-O y de la DUI, Carles Puigdemont hubiera recibido en Sant Jaume a un poderoso líder mundial -por ejemplo, Vladimir Putin- para recibir de una potencia extranjera el apoyo a la causa secesionista. ¿Pueden imaginar cómo hubiera subido la tensión y la temperatura -ya de por sí volcánica- ante un problema de la máxima sensibilidad para España?
Pues poco más o menos esto es lo que ha ocurrido entre China y Taiwán. Históricamente, la isla ha formado parte del gran crisol de culturas y etnias que forman parte de China. Pero tras perder la guerra con los comunistas de Mao, los nacionalistas del partido Kuomintang se replegaron a Taiwán en 1949 y -siempre con la ayuda de EEUU, ya convertida en superpotencia- continuaron con su régimen. Situada a apenas 180 Km de la costa de la región china de Fujian, la isla de Taiwán, donde viven 23 millones de habitantes, es un territorio autogobernado, reconocido como independiente sólo por un pequeño puñado de 15 países del mundo, entre los que (de momento) ni siquiera está EEUU.
La República Popular China continental siempre ha ansiado la reunificación del país, pero la injerencia norteamericana siempre ha estado detrás de las sucesivas crisis del Estrecho de Taiwán
La República Popular China continental siempre ha ansiado la reunificación del país, pero la injerencia norteamericana siempre ha estado detrás de las sucesivas crisis del Estrecho de Taiwán (1954, 1958, 1995-97). También Washington estuvo detrás de que los gobiernos de Taipéi hayan rechazado siempre el ofrecimiento de Pekín de integrarse en la República Popular bajo la fórmula «un país, dos sistemas», que sí aceptó Hong Kong. Así que no hay ninguna duda: el asunto de Taiwán -el reconocimiento del principio de «Una Sola China»- es cuestión la más sensible no sólo en las relaciones entre China y EEUU, sino para las relaciones de Pekín con cualquier nación del mundo.
La actual Cuarta Crisis del Estrecho de Taiwán -a diferencia de las anteriores- tiene lugar en un contexto de creciente hostigamiento de EEUU hacia China. Desde el giro en política exterior de Obama conocido como ‘Pivot to Asia’, la geopolítica estadounidense ha ido intensificando su centro en la contención del ascenso de China y en el levantamiento de un cerco militar a lo largo de sus 14.000 km de costa, una alambrada en la que Taiwán es la clave de bóveda.
Los cuatro años de Trump significaron la elevación de la hostilidad norteamericana hacia China en múltiples frentes -guerra comercial, azuzamiento de las contradicciones en Hong Kong o con los uigures, o el cuestionamiento del principio de «Una Sola China»- pero no pudieron contener el camino emergente de Pekín. La llegada de Biden a la Casa Blanca no sólo no ha rebajado esa hostilidad, sino que se ha intensificado al mismo tiempo que se ha afinado. Al contrario que los exabruptos trumpistas, la nueva política hacia Beijing pone mucho más el acento en el uso de sus contradicciones internas, o en lograr un amplio frente internacional de aliados contra la emergencia china. Ejemplos de lo último son alianzas como el AUKUS, el QUAD, o el nuevo Concepto Estratégico de la OTAN aprobado en Madrid que señala a China como «amenaza sistémica».
«Biden sigue la misma estela [que Trump]. Republicanos y demócratas comparten la idea de que Taiwán es un importante talón de Aquiles de China y meterán el dedo en el ojo cuanto puedan mientras le convenga. Ambos partidos se han afanado en establecer un nuevo marco legal para agilizar y multiplicar las ventas de armas a Taipéi, incrementar los vínculos económicos, comerciales, financieros y tecnológicos, contener la sangría de aliados diplomáticos y elevar el perfil político de los intercambios», dice Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China, y autor de ‘Taiwán, el problema de China’ (Catarata) y Taiwán, una crisis en gestación (Popular).
Para EEUU esta crisis «brinda una oportunidad para presentar ante la opinión pública a una China que amenaza la estabilidad regional, un peligro para la supervivencia del orden liberal y también para escenificar su compromiso con las democracias frente a las dictaduras, como aseveró Pelosi. (…) La pretendida percha moral y esa inestabilidad servirían de argumento para avanzar a marchas forzadas –como ya lo están haciendo– para asentar el AUKUS, el QUAD, para extender la OTAN hacia la región, en un intento desesperado por quebrar la emergencia de China», asegura Ríos.
Para EEUU esta crisis brinda una oportunidad para presentar ante la opinión pública a una China que amenaza la estabilidad regional y como argumento para avanzar a marchas forzadas asentando el AUKUS, el QUAD, y para extender la OTAN hacia la región
¿Por qué es tan importante Taiwán para China?
Aunque los gobiernos de Taipéi se han echado en manos de EEUU, los vínculos históricos, culturales, familiares y económicos entre la China continental y Taiwán siguen siendo muy poderosos. Hasta un millón de taiwaneses vive en el continente chino, muchos dirigiendo fábricas y las empresas taiwanesas han invertido unos 60.000 millones de dólares en China.
Taiwán ocupa un importantísimo papel en áreas clave de la industria y el comercio mundial. La mitad de los semiconductores del planeta se producen en la isla. Allí fabrican ordenadores Acer y Asus, y tienen importante presencia otras compañías como Microsoft, Google o IBM.
Si China pudiera girar el curso de la política en Taiwán y lograr un acercamiento de la isla al continente -y una eventual y ansiada reunificación- «lograría una mejor salida al Pacífico, en términos económicos y militares. Porque en la actualidad, la salida de China al mar no es limpia; está entorpecida por una cadena de islas, desde Indonesia a Japón, pasando por Filipinas y Taiwán», remarca Ríos.
Por eso, para China «Taiwán no solo es irrenunciable en su proceso de modernización, sino que es también la estocada con la que podría poner fin a la hegemonía de EEUU en la región y en el mundo», dice Xulio Rios.
Para China, Taiwán no solo es irrenunciable en su proceso de modernización, sino que es también la estocada con la que podría poner fin a la hegemonía de EEUU en la región.
¿Qué va a hacer Pekín ante este desafío?
La visita de Pelosi se enmarca dentro de una dinámica de intensificación de los lazos entre Washington y Taipéi en los todos los ámbitos: político, económico, tecnológico, y también militar. Por mucho que EEUU no reconozca formalmente la independencia de Taiwán, para todo el mundo es ya una evidencia que EEUU ha desechado el principio de «Una Sola China» y que Biden no va a desandar ese paso dado por Trump. Ante este desafío, China no puede permitirse el lujo de no reafirmar la más importante de sus líneas rojas, y tiene que enseñar su músculo militar.
¿Pero va a llegar Pekín a la invasión de la isla? Aunque tal cosa no puede descartarse si el desafío independentista alentado desde EEUU sigue dando pasos adelante, China no quiere llegar ahí, y sabe que Washington usa a Taiwán como un capote para sacarla de sus casillas y de su ascenso pacífico a la categoría de primera potencia económica mundial.
Es de esperar que China mantenga la “paciencia estratégica”. Una guerra por Taiwán sería demasiado arriesgada y podría conducir a un desastre que afectaría a su proceso de emergencia
«Es de esperar que China mantenga la “paciencia estratégica” y siga los sabios consejos de [el arte de la guerra de] Sun Tzu. Sus prioridades pasan por primar la estabilidad y el desarrollo. Una guerra por Taiwán sería demasiado arriesgada y podría conducir a un desastre que afectaría a su proceso de emergencia. La mayor garantía para el futuro es hacer valer su soberanía económica a nivel global y formar desde ella ese orden alternativo que imagina con su red de socios, que paso a paso va configurando», asegura Xulio Ríos.
«En relación a Taiwán, es de imaginar que seguirá aplicando la acupuntura política, si cabe con mayor precisión, para revertir las hegemonías actuales en la isla, muy dividida en torno a la unificación. El uso excesivo de medidas militares no ayuda en este sentido y probablemente será más operativo influir en el comportamiento de aquellos sectores económicos que puedan pasar factura electoral al gobierno [independentista, en las próximas elecciones de noviembre]». La clave puede ser las sanciones económicas, dice el director del Observatorio de la Política China.