El crimen fue en Granada

Jordi Cuevas Gemar. Barcelona, 1965. Licenciado en Historia y Derecho. Activista social y político. Secretario de junta de Alternativa Ciudadana Progresista, y miembro del Comité Central del PSUCviu.

http://www.elcatalan.es/crimen-fue-granada/

El 16 de agosto de 1936 –hace ahora ochenta y un años–, el poeta Federico García Lorca fue detenido por la Guardia Civil en casa de su amigo Luis Rosales, donde se había refugiado tras triunfar el golpe de estado fascista en la ciudad de Granada. Dos días más tarde, el 18 de agosto, fue asesinado y sepultado clandestinamente en una fosa común, junto con otras tres personas: un maestro y dos humildes banderilleros.

Según el hispanista Ian Gibson, fue el general golpista Gonzalo Queipo de Llano, poderoso “Virrey” de Andalucía, quien ordenó su muerte: “Que le den café, mucho café”, dicen que dijo. Curiosamente, dos días más tarde –el 20 de agosto–, el propio Queipo de Llano propalaba desde los micrófonos de Radio Sevilla la falsa noticia del asesinato –a manos, por supuesto, de “las hordas marxistas”– de los escritores derechistas Jacinto Benavente, Pedro Muñoz Seca (éste sí que murió, aunque varios meses más tarde) y los hermanos Álvarez Quintero, mientras callaba culpablemente su propio y vergonzoso crimen. Del cual sin duda no se arrepentía, pues desde aquellos mismos micrófonos había venido alentando abiertamente, desde los primeros días de la sublevación militar, al asesinato sistemático de los militantes de partidos y sindicatos de izquierdas, e incluso se había burlado con crueldad de las violaciones cometidas contra “las mujeres de los rojos” por los mercenarios marroquíes traídos por Franco desde el norte de África.

Cuando finalmente se hizo pública la muerte del poeta –los rumores sobre la misma sólo empezaron a difundirse a partir del 10 de septiembre, aunque de forma extremadamente confusa y haciendo gala de un increíble cinismo por parte de la prensa fascista, que la atribuía a “los rojos” y la decían ocurrida en Madrid o Barcelona–, fue otro gran poeta español y republicano el encargado de transmitir la noticia al mundo. El 17 de octubre de 1936, Antonio Machado publicó su dolorosa elegía, “El crimen fue en Granada”, cuya lectura aún nos conmueve, y que fue musicado en 1938 por el compositor norteamericano Elie Siegmeister. Pero el propio Machado fue también víctima de la Guerra Civil: murió en febrero de 1939, tras una penosa marcha por carreteras heladas, huyendo de las tropas franquistas, apenas atravesada la frontera francesa.

Lorca y Machado se han convertido en símbolos universales de la lucha por las libertades, y de la cultura puesta al servicio del pueblo. Simbolizan también a las millones de víctimas que en todo el mundo ha producido la barbarie fascista: ésa que todavía mata, como mataba hace pocos días a una joven defensora de los derechos civiles en Charlottesville, Virginia.

Durante la larga noche de la dictadura, los versos de Antonio Machado –como los de Lorca, Alberti o Miguel Hernández– nos ayudaron a muchos a conservar viva la llama de la esperanza, y la ilusión por la libertad. No sólo en España: también frente a las dictaduras argentina, uruguaya, chilena… Y no en pocas ocasiones, lo han hecho acompañados por la música y la voz del cantautor Joan Manuel Serrat: el mismo que desafió al régimen franquista, negándose a representar a España en el festival de Eurovisión si no se le permitía hacerlo cantando en catalán.

Sin embargo, un supuesto “historiador” llamado Josep Abad ha propuesto hace poco –en un informe encargado y pagado con dinero público por el Ayuntamiento de Sabadell, donde el poeta tiene en la actualidad dedicada una plaza– eliminar el nombre de Antonio Machado del callejero urbano, por considerarlo ejemplo de un modelo pseudo-cultural franquista.

El tal Abad –miembro de la independentista Assemblea Nacional de Catalunya, y también de la hispanófoba Plataforma per la Llengua– argumenta en su informe que Machado, “a pesar de su aureola republicana y progresista”, era “un personaje hostil a la lengua, la cultura y la nación catalana”. Junto a él, propone eliminar de las calles y plazas de Sabadell los nombres de otros escritores como Quevedo, Góngora, Calderón, Bécquer, Espronceda, Moratín o Larra, cuyo único delito reconocible es el de ser, todos ellos, simplemente españoles. Y ya de paso, también el de algunas otras figuras históricas, como Riego o la Pasionaria.

Ante la tormenta de críticas desatadas en las redes sociales, el alcalde de Sabadell ya ha anunciado que no se le cambiará el nombre a la Plaza Antonio Machado, cosa de la que nos congratulamos. Pero el incidente es un ejemplo claro de la voluntad radicalmente erradicatoria, contra todo lo que suene o huela a español, que alienta en una parte muy significativa del nacionalismo independentista que actualmente gobierna en Cataluña. Algún líder de la izquierda catalana ha hablado certeramente de “limpieza étnica simbólica” en las redes sociales, y ha sido a su vez insultado por ello.

En el nacionalismo catalán existe la tendencia simplificadora, y nada inocente, de identificar a todo lo español con el oscurantismo y el franquismo, y presentar la historia de los últimos tres siglos –de la Guerra de Sucesión, a la Guerra Civil– como la de una lucha genocida e imperialista de España contra Cataluña. Con ello se insulta y se ningunea la memoria de los cientos de miles de españolas y españoles muertos en defensa de las libertades, y se mete en el mismo saco a las víctimas y a sus verdugos: a Queipo de Llano, y a García Lorca.

El crimen fue en Granada. Pero también en Málaga, en Badajoz, en Guernica o en Barcelona. Porque la lucha por la libertad es universal, no tiene fronteras. Y los que quieren imponer muros, y fronteras, son los que están en el otro lado: los enemigos de la libertad, de la democracia y de la justicia. Por mucho que a veces se llenen la boca de grandes palabras. Y por mucho que acusen a los demás, justamente, de lo que ellos mismos hacen.