En 1999, Rocío Wanninkhof fue asesinada y se condenó a Dolores Vázquez, la pareja de su madre, por el crimen. En el 2003, tras el asesinato de Sonia Carabantes, se descubrió al verdadero asesino. El documental de Tania Balló ofrece una radiografía de cómo se construyó la culpabilidad sobre la base de la lesbofobia.
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¿Cómo decides emprender el proyecto del documental?
Este es un caso que me rondaba la cabeza hacía muchos años. Es un caso paradigmático por los muchos elementos que interpelan a la sociedad: la construcción de un falso culpable, los prejuicios con los que se culpa a una mujer a partir de estereotipos, que ahora identificamos como lesbofobia, una mala investigación, unos agentes, un sistema judicial, y una prensa que cuando fallan convierten el caso del asesinato de una chica en algo paradigmático que explica la sociedad.
Esto se junta con la aparición de plataformas en la industria a las que les interesa este tipo de documental. También es verdad que no me imagino haciendo esto diez años después de lo ocurrido, sino 20, porque el paso del tiempo es importante.
¿Cómo ha sido el acercamiento a las familias para transmitir que buscas otra cosa, no el morbo?
Me acerqué con humildad y sinceridad. Es cierto que mis películas tratan siempre de mujeres y con una línea que me avala. Siempre he respetado sus decisiones, las he filmado desde donde querían ser filmadas, sin predisponer lo que quería que me dijeran, ni la imagen que quería que me dieran, explicándome aquello que querían explicarme libremente. No he recibido sino agradecimiento y estoy muy contenta. He conseguido la película que quería y la que les dije que iba a hacer.
“Es un caso que explica la sociedad de ese momento”
¿Qué parte hay de la tesis que se busca demostrar, y qué parte te la encuentras?
Es complejo. Es verdad que había una tesis muy profunda por mi parte sobre cómo se había construido esa cuestión, sobre cómo se había construido una falsa culpable, a partir de estereotipos y de encajar la personalidad de una sospechosa en la necesidad de construir el ideal de un asesino. Pero cuando te enfrentas a la narrativa audiovisual te das cuenta que nada es blanco o negro, y golpes directos.
Beatriz Gimeno lo comenta en el libro sobre el caso, a través de un juego de eufemismos, como el de “la mejor amiga”, para no utilizar el término lesbiana. Se trata de explicar al espectador que una noticia, la forma de encuadrar a una imagen, la repetición de adjetivos sin que haya espacio a la disidencia, construye una imagen mental. “Dolores Vázquez es una mujer antipática” y ella todavía no había interpelado ni una sola vez a la cámara. Solo tenemos una imagen suya siendo detenida.
Después, todo sorprende. Tenía en la memoria muchas imágenes, pero descubrí otras. Yo la tenía en la cabeza como una mujer alta y fuerte, y me di cuenta de que nada de eso era verdad. Masculinizaron su figura.
“Se la masculinizó cuando ni siquiera había dicho ni una palabra”
Había sido un crimen pasional, lo que ahora decimos de género y machista, pero que tenemos adherido a la peor versión de la masculinidad: la ira, el odio, los celos… todo ese argumentario se atribuye a una mujer.
Impacta la rueda de prensa cuando ya se sabe que no es culpable, en la que se transforma en una mujer valiente… si no conoces el caso, hasta ese momento la consideras culpable.
Ayudó que es una película que puede verse en todo el mundo. Tenía que conseguir que la gente comprendiera, conozca o no el caso, cuáles fueron las condiciones, para reforzar la crítica. El gesto impulsivo era dar muchas cosas por sabidas. Hay que saber que desde su estreno, el mismo día, lo pueden ver en España y en Nueva Zelanda. Hay mucha gente que no sabía cómo había acabado y no recordaban que había sido exculpada.
Son muchos los que entran en este juego de los fallos, pero no soy partidaria. Las cosas se hicieron muy mal, pero no de forma maquiavélica. Es mucho más estructural.
Saber que al final no ha sido indemnizada es determinante…
No era solo 15 años en la cárcel siendo alguien que entra como una criminal más, era Dolores Vázquez, la gran mala de España. Dolores sale de prisión a la espera de un nuevo juicio, y por suerte, y a la vez por desgracia, se encuentra al asesino porque es asesinada otra chica.
El libro de Beatriz Gimeno, la que era presidenta de la FELGTB, da dimensión del calado de los estereotipos…
Son 20 años que nos han servido para poder decir qué es homofobia. Pero en ese momento, Beatriz lo cuenta muy bien en el libro que publicó en 2008. Es el único ensayo serio sobre este caso, desde la perspectiva que a mí me interesa, claro.
¿Por qué no respondió el movimiento LGTBI? Pocos años antes pasó lo del caso Arny, y ahí sí que hubo cierto movimiento. Cuando leí el libro de Beatriz lo comprendí… porque era estructural. La homosexualidad femenina no era visible y ni los movimientos LGTBI se dieron cuenta.
“La homosexualidad femenina no era visible, ni tenía un espacio de reivindicación”
¿La homosexualidad femenina ha estado siempre mucho más prohibida?
No era algo consensuado. No tenía un espacio de reivindicación social y popular. Este caso coloca en el centro de la opinión, la realidad, y plantea una cuestión que se tapa y es la idea de familia. Una de las cosas que se le niega a Dolores Vázquez es la figura materna respecto a Rocío. Tiene una relación con la madre de 15 años, ve crecer a la niña y la cuida. Pero cuando aparece públicamente, se le masculiniza para entender ese rol familiar. Hay titulares en la prensa diciendo que ella hacía de padre. Dos mujeres no pueden construir una familia con normalidad, sino que una de ellas asume el rol de la peor versión de la masculinidad.
¿Por qué te iniciaste con ‘200 kilómetros’ en tu carrera cinematográfica?
Lo de SINTEL fue una experiencia colectiva maravillosa. La posibilidad llega de Georgina Cisquella y Pere Joan Ventura, que rodaron ‘El efecto Iguazú’, cuando salía de la escuela de cine. Éramos amantes del documental. Aparte de que como primera película el género es más barato, yo siempre me reivindico a pleno pulmón como documentalista, y es el género en el que me siento como en casa.
Te agradezco que me preguntes, porque hasta tengo el cartel colgado en mi casa. Éramos un grupo de jóvenes que nos enfrentábamos a una realidad desconocida: las relaciones del trabajador con el sindicato. La lucha obrera nos quedaba muy lejana como generación. Éramos 14, nos autofinanciamos y filmamos por toda España. El contraste directo de la convivencia con un sector de la sociedad que luchaba por sus derechos y que se sentía traicionado por los sindicatos, fue un choque que a mí como ciudadana me permitió entender, articuló con mucha mas fuerza los valores con los que convivo hoy en día y sobre los que construyo todo el patrimonio de mis películas: la persistencia, la lucha, que vale la pena..
“La lucha de SINTEL construyó los valores con los que hago películas”
Tardé muchos años en volver a dirigir la siguiente película, pero fraguó el lugar a partir del que yo quería construir la mirada, me enseñó a nunca dar por hecho, deja que la historia te sorprenda, a no ir predispuesta a que algo va a pasar, a mirar a través de la cámara, no solo a filmar…
Luego ‘Las Sin Sombrero’ me ayudó a poner una línea clara sobre el lugar de las mujeres en la historia y el análisis del tratamiento de las figuras femeninas.
¿Y las dificultades de trabajar con el documental?
Muchas. Una sociedad con una estructura documental tiene herramientas de crítica social. No es lo mismo un documentalista que un periodista. Un documentalista no tiene la obligación de informar, sino permanecer ante la necesidad de plasmar una idea para que la sociedad tenga una herramienta para analizar los gestos colectivos a través de historias individuales que nos representan. El documental es el arte de lo real, es filmar la realidad que permite construir una herramienta que se perpetúe en la memoria, y lo tenemos que proteger.