Artur Mas es un vástago, el mayor de cuatro hermanos, de una familia del textil con ramificaciones en la metalurgia, que cumplía con todos los ritos de un nacionalismo burgués bien pensante acostumbrado a cubrir sus chanchullos financieros bajo una capa de cortesía, orden y buenas maneras. Tortel después de misa los domingos, palco en el liceo, tenis en Pedralbes y luego veraneo en Fornells de Menorca, velero en el club náutico de Platja d`Aro con aperitivos y sobremesas en el círculo de familias conocidas y amigos de toda la vida, una pijería catalana impenetrable para cualquier charnego.
Después de estudiar en el Liceo Francés y en el Aula Escuela Europea, Arturito Mas se licenció en Económicas en la Universidad de Barcelona para dedicarse a empresas del sector privado familiar y guiado por un par de cocodrilos, Prenafeta y Macià Alavedra, no se ahorró ningún fracaso. Al parecer no era lo suyo, pero metido en el negocio peletero de Tipel y luego en La Seda de Barcelona, su órbita mercantil y la del hijo mayor de Jordi Pujol, hoy coronado de pufos, entraron en contacto y de ahí vino que un día Arturito Mas aterrizara suavemente hasta sentarse a la mesa familiar del President de la Generalitat para tomar una escudilla y carn d’olla donde nuestro hombre ejercería, sin duda, todo su encanto. Oi que és maco i llest aquest noi? ¿Verdad que es guapo y listo este chico?, diría Marta Ferrusola.
Sin duda, no habría sido nombrado heredero si hubiera medido un metro noventa de estatura. En efecto, Arturito, en adelante Artur, era un tipo listo, ordenado, medido, ambicioso, trabajador, voluntarioso y obediente, virtudes menores que pueden convertir a cualquiera en un alto funcionario, pero nunca en un aventurero dispuesto a lanzarse al vacío. A partir de entonces Artur Más fue absorbido por Jordi Pujol Soley y dentro ya de la política catalana recorrió todas las alfombras hasta convertirse en el heredero del gran patrón y alcanzar la presidencia de la Generalitat.
Pero he aquí que debajo de los zapatos de tafilete de este hombre correcto y funcionarial, hecho a la balanza de tendero, comenzó a temblar el suelo de Cataluña apenas iniciada su legislatura. Primero fue el rechazo por el Tribunal Constitucional del Estatut que había aprobado el Parlament y el pueblo catalán en referéndum. El PP había desplegado mesas petitorias por toda España en una campaña en contra y este hecho fue considerado una afrenta a Cataluña que desencadenó una sucesión de tormentas que no ha cesado. Diadas cada año más enardecidas hasta alcanzar un millón de banderas esteladas en la calle; el Nou Camp convertido en una olla de gritos de independencia en cada partido; el nivel de corrupción que ya inundaba a toda Convergència, un volcán que no paraba de echar lava, el 3% de la coima empresarial, la confesión del padre de la patria, Jordi Pujol, declarándose delincuente fiscal, todo un gancho en la mandíbula cuadrada de Artur Mas que lo dejó zombi en la lona del cuadrilátero.
(…) He aquí a un funcionario al borde del abismo, a un burócrata desmelenado, a un contable servicial al que la demencia colectiva le está obligando a soplar las nubes y a soñar tortillas. Puede que Artur Mas en el fondo no sea más que aquel pijo de club náutico, lleno de argucias de seductor, que está viendo ahora con horror cómo la locura independentista, que su ambición y torpeza han propiciado, le está deshaciendo el tupé, la raya del pantalón y el nudo de la corbata.
Original en: http://politica.elpais.com/politica/2015/11/21/actualidad/1448128501_970089.html