Vox puso todas sus fichas en la casilla del triunfo de Trump, y ahora está rentabilizando esa apuesta ganadora. Según las últimas encuestas publicadas el partido de Abascal es el que más crece, y está desplegando su influencia tóxica sobre la política española. Actuando como ariete de las propuestas más reaccionarias, y subido en la ola ultra que se ha desplegado tras confirmarse en retorno de Trump a la Casa Blanca.
Hace diez años, cuando los partidos de ultraderecha ya campaban en muchos países europeos, se pensaba que en España, con la dictadura fascista todavía en la memoria, no podía existir un partido ultra que reivindicase en franquismo.
Hoy ese partido, Vox, es el tercero del país, por encima de Sumar y Podemos, obteniendo tres millones de votos en las pasadas generales.
Y hemos asistido indignados a como uno de los diputados ultras, Manuel Mariscal, realizaba una abierta apología del franquismo, afirmando que “la etapa posterior de la Guerra Civil no fue oscura, como nos vende este Gobierno, sino una etapa de reconstrucción, de progreso y de reconciliación para lograr la unidad nacional”.
La ultraderecha se ha instalado ya en la política española como un actor relevante. Cumple, para los grandes centros de poder, el papel de avanzadilla de lo más retrógrado y antipopular. Vox es la única fuerza que se atreve a defender abiertamente el desmantelamiento del sistema de pensiones públicas y su completa privatización. Señalan como enemigos a los inmigrantes, para conseguir que una parte importante del pueblo trabajador sea ilegal y pueda ser hiperexplotada. O jalean sin ningún complejo el genocidio de Israel en Palestina.
Lo preocupante es que esta ultraderecha tóxica está ahora en avance. Así lo expresan todas las encuestas. Vox es el partido que más crece. Desde julio ha subido desde el 10,4% al 13,1%. A pesar de que ha irrumpido otra formación ultra, la encabezada por Alvise, que se lleva el 3,1%.
Y en la Valencia golpeada por la dana, Vox está capitalizando el desplome del PP. A caballo de un rancio populismo respaldado por grupos ultras, que se aprovechan de la indignación para sembrar división y enfrentamiento.
La victoria de Trump es la gasolina que extiende el incendio de la ultraderecha
Corremos el riesgo de que la ultraderecha capitalice una parte de un descontento social en aumento, encuadrando a un sector del pueblo bajo las banderas más reaccionarias.
Acabamos de asistir a un aquelarre ultra donde se ha cedido la sala principal del Senado a una amalgama de grupos que han arremetido contra el aborto, comparándolo con la esclavitud, defendido la pena de muerte para los homosexuales o reivindicar el creacionismo. No es una cuestión anecdótica. Cuando estas atrocidades se proclaman desde una de las principales instituciones del país, y ocupan horas de tertulias en los medios, se las está normalizando.
Ya estamos comprobando como la influencia de Vox deja su sello en la política española. El partido de Abascal ha amenazado con tumbar los presupuestos en las seis autonomías gobernadas con el PP, que depende de los votos de Vox para aprobarlos. La condición de la ultraderecha era redoblar los ataques contra la inmigración. Horas después el PP se negaba a llegar a un acuerdo que permitiera un reparto equitativo de los menores inmigrantes no acompañados, que se concentran en Canarias o Ceuta y Melilla.
Estamos ante un problema global. La ultraderecha ya gobierna en países importantes, desde Milei en Argentina a Meloni en Italia, Gert Wilders en Holanda o Viktor Orban en Hungría. Y en otros, como en Francia, tienen la capacidad para hacer caer al gobierno. Mientras la nueva comisión europea presidida por Von der Leyen contará con dos comisarios ultras, en representación de Italia y Hungría.
Para los grandes centros de poder, también en España, la ultraderecha ejerce el papel de monstruo útil. Inoculando una toxicidad que lo inunda todo y dando carta de naturaleza a las alternativas más reaccionarias.
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Hilo directo con Washington
El factor Trump
El pasado mes de julio Vox realizaba un movimiento arriesgado, que pasó entonces casi desapercibido pero que ahora ha revelado su dimensión. El partido de Abascal abandonaba el grupo del parlamento europeo al que pertenecen los Hermanos de Italia de Meloni, la ultraderecha heredera de Mussolini pero que se presenta como “pragmática”. Y pasaba a integrar el grupo Patriotas por Europa, al que pertenece la ultraderecha húngara de Orban o el Frente Nacional de Le Pen… los ultras más proputinistas, y más estrechamente conectados con Trump.
Esta maniobra europea de Vox miraba en realidad al otro lado del Atlántico. Meses antes de las elecciones norteamericanas, cuando toda la derecha tradicional europea, incluido el PP, anhelaba la victoria de Biden, Abascal lo apostaba todo al triunfo de Trump.
Todos los partidos españoles van a recomponer relaciones con un Trump instalado en la Casa Blanca. Aznar, que calificó públicamente la victoria de Trump como una mala noticia, intentará hacer valer sus privilegiadas relaciones con el sector más duro de los republicanos, entre ellos el senador Marco Rubio, ya designado por Trump como jefe de la política exterior norteamericana. Pero gracias a su maniobra de julio Vox tiene la carta de ser hoy el partido español con una vinculación más directa con el nuevo inquilino de la Casa Blanca.
Como ya sucedió en 2016, ahora la victoria de Trump es la gasolina que extiende el incendio de la ultraderecha.
No es solo un apoyo moral. Detrás de todas las ofensivas ultras encontramos un hilo que siempre conduce a Washington.
En Argentina acaba de celebrarse una convención de la “internacional ultra”. Milei ha sido el anfitrión, exhibiendo su draconiano programa de recortes, que ha empobrecido en un tiempo récord a millones de argentinos. Allí estaba el hijo de Bolsonaro, perseguido por la justicia brasileña por impulsar un golpe o intentar asesinar a Lula. Y contó con una nutrida representación europea, desde Abascal a Le Pen.
Pero quien abrió la reunión fue Lara Trump, nuera del presidente electo norteamericano y vicepresidenta del Comité Nacional Republicano.
En realidad la internacional ultra está impulsada por la Conferencia Política de Acción Conservadora (Conservative Political Action Conference), una organización con sede en Maryland, EEUU. Se fundó en 1974 y agrupa a los sectores más ultras y radicales de la superpotencia, los que han prestado un apoyo cerrado a Trump. Desde hace varios años ha impulsado reuniones internacionales en otros países, con el objetivo de impulsar la unidad de las fuerzas ultras más cercanas al trumpismo.
A otro nivel lo mismo sucede con la indignante conferencia ultra y antiabortista que acogió el Senado. Fue organizada por la Political Networ for Values (Red Política por los Valores) que mantiene una estrecha relación con la ultraderecha religiosa norteamericana, una de las fuerzas de choque del trumpismo.