El PEN Club no es cualquier organización. Es la única asociación mundial de escritores, con casi un siglo de existencia, y con centros en más de 100 países. Disfruta de un enorme reconocimiento e influencia internacional, plasmado en el estatus especial consultivo en la ONU y el de asociado en la UNESCO. El artículo difundido por su centro estadounidense no es uno más de los escritos de opinión publicados en su página web oficial. Está firmado por Thomas O. Melia, director del PEN America en Washington.
El texto del PEN Club estadounidense avala punto por punto todas las tesis defendidas por las élites independentistas. Califica a España poco menos que como un país autoritario, donde “lo que está en juego es el derecho a disentir de forma pacífica y de apostar por alternativas políticas”. Ampara el referéndum del 1-O, al que nombran como “un acto de desobediencia civil a gran escala”. Y dibuja una represión española contra el independentismo que “puede disuadir de la protesta legítima y amenazar la vitalidad el debate político en una democracia”.
En el PEN Club conviven muchas sensibilidades. Hay una innegable tradición progresista en su trayectoria. Pero hay quien utiliza la institución para otros intereses. Uno de los centros más activos es el catalán, que ya en 2012 -año de inicio del procés– presentó un informe ante la ONU contra “la campaña calculada y feroz de abolición del catalán llevada a cabo por los sucesivos gobiernos españoles”, calificada como “genocidio cultural”.
Su influencia ha llegado hasta las más altas instancias del PEN Internacional, cuyo director ejecutivo es Carles Torner, ex secretario del PEN catalán, y cuya página web está presidida por un lazo amarillo.
La posición del PEN America, dando munición a los ataques contra España de las élites independentistas, no es un caso aislado. En algunos influyentes sectores de las élites independentistas el procés encuentra amparo y comprensión.
Sucede en algunas de las más poderosas universidades privadas norteamericanas, fábricas de cuadros vinculadas a los grandes centros de poder de la superpotencia. En ellas existen influyentes círculos que amparan el independentismo catalán. De hecho, algunos de los grandes referentes del procés han salido de esas universidades estadounidenses. Es el caso de Xavier Sala i Martín, el ultraliberal economista del procés, profesor en la Universidad de Columbia, y de dos profesores de Princeton, Carles Boix, miembro del Consejo Asesor por la Transición Nacional de la Generalitat, y Jordi Graupera, cabeza de la lista independentista que la ANC abandera en las próximas elecciones municipales. O de Elsa Artadi, actual portavoz del govern de Torra y formada en Harvard.
Este clima de opinión -que siembra simpatías hacia el independentismo en Cataluña- es difundido por medio de diferentes mecanismos. Tomemos dos ejemplos.
Por un lado, la Asociación Nacional de Discursos y Debates de EE.UU. eligió como tema el año pasado una pregunta que sería objeto de discusión en 3.000 institutos de élite norteamericanos: “¿España debería conceder la independencia a Cataluña?”. Unos estudiantes deberían posicionarse en contra, pero otros a favor.
Por otra parte, la independencia de Cataluña ha sido tratada en una de las series de máxima audiencia en la televisión norteamericana. Se trata de “Madam Secretary”, inspirada en secretarias de Estado, como Hillary Clinton, y que trata temas de política internacional. En uno de los episodios, la reunión de los países miembros de la OTAN decide la incorporación de Kosovo. El “malo” con el que debe lidiar la diplomacia norteamericana es… la protesta del gobierno español, al que “le preocupa un posible impulso a la independencia de Cataluña si se arriesga a legitimar una república disidente”.