Dime quien eliges y te diré qué planes tienes. Esta máxima podría aplicarse a EEUU respecto a Venezuela. Tras reconocer a Guadió como presidente y anunciar que todo el poder de la superpotencia se pondrá en tensión para forzar el derrocamiento del gobierno de Maduro, el secretario de Estado de Trump, Mike Pompeo, hacía público el nombramiento de Elliot Abrams como emisario que centralizaría todos los asuntos relacionados con Venezuela.
Pompeo lo presentó con palabras rimbombantes: “ Elliott será un verdadero activo en nuestra misión de ayudar al pueblo venezolano a recuperar la democracia. Su pasión por los derechos y las libertades de todos los pueblos hacen que encaje a la perfección”.
Los hechos de la trayectoria de Elliot Abrams son mucho más sombríos.
Inicia su carrera política como miembro del círculo del senador demócrata Scoop Jackson, uno de los representantes de la exigencia de “mano dura” contra la URSS y furibundo detractor de Kennedy. Allí conoció a Richard Perle o Paul Wolfowitz, que tras el 11-S emergerán dentro del nódulo más agresivo y aventurero en el gobierno de Bush hijo.
Será con la llegada de Reagan a la presidencia, con la ofensiva global que despliega, frente a Moscú pero también contra las luchas y movimientos populares, que Abrams comienza a labrarse una sangrienta hoja de servicios.
Tras actuar como asesor especial del secretario de Estado, el general Alexander Haig, es nombrado secretario de Estado adjunto para Asuntos Interamericanos. Uno de los editorialistas del Washington Post, uno de los principales periódicos norteamericanos, recuerda “las manifestaciones rabiosas de Abrams durante las audiencias parlamentarias en defensa de los escuadrones de la muerte y los dictadores, negando las masacres, mintiendo sobre las actividades ilegales de EEUU”.
Abrams mostró su apoyo público al genocidio de 200.000 indígenas perpetrado en Guatemala. Fue ejecutado por escuadrones de la muerte creados por el ejército guatemalteco bajo el asesoramiento de la CIA.
En diciembre de 1981, el batallón de élite del Ejército de El Salvador Atlacatl ejecuta una masacre en la población de El Mozote, donde, según la Comisión de la Verdad de El Salvador, “asesina deliberada y sistemáticamente” a más de 800 civiles, entre ellos mujeres y niños. Este batallón había sido instruido y financiado por EEUU, dentro de una ofensiva de terror contra el avance de la guerrilla del Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí.
Abrams no solo negó los hechos en el Senado, afirmando que las acusaciones eran “propaganda comunista”, sino que elogió “la profesionalidad” del batallón Atlacatl. Años después, valoraba que “la política de El Salvador” -inspirada por EEUU y responsable de miles de asesinatos y centenares de masacres- había sido “un logro fabuloso”.
La misma justicia norteamericana condenó a Elliot Abrams por el escándalo “Irangate”. Una oscura trama donde se desviaba dinero de la venta ilegal de armas a Irán para financiar las actividades de la “contra”, la organización terrorista de oposición al gobierno sandinista en Nicaragua.
EEUU fue condenado por terrorismo en la Corte Penal Internacional, donde se consideró probado que “los Estados Unidos de América, al entrenar, armas, equipar, financiar y abastecer a las fuerzas contras o al estimular, apoyar y ayudar por otros medios las actividades militares y paramilitares en Nicaragua y contra Nicaragua han actuado infringiendo la obligación que les incumbe con arreglo al derecho internacional consuetudinario de no intervenir en los asuntos de otro Estado”.
Y Abrams fue condenado a dos años de cárcel. El gobierno de Bush padre lo indultó y el de Bush hijo lo rehabilitó nombrándole director de la Oficina de Oriente Próximo y África del Norte del Consejo de Seguridad Nacional. Desde allí fue uno de los máximos defensores de la invasión de Irak.
A pesar de concentrar su atención en Oriente Medio, Abrams tuvo tiempo para volver a intervenir en Hispanoamérica, concretamente en Venezuela. El periódico británico The Observer documenta como el intento de golpe para derrocar a Hugo Chávez en 2002 fue planificado durante meses en EEUU. Y según el rotativo británico “el personaje crucial en en torno al golpe fue Abrams, que opera en la Casa Blanca como director del Consejo de Seguridad Nacional para democracia, derechos humanos y operaciones internacionales”.
Abrams está mezclado en las operaciones más turbias de la superpotencia norteamericana. En los genocidios y golpes militares directos durante la Guerra Fría, y en las maniobras de subversión más encubiertas. De hecho fue uno de los fundadores de la NED (National Endowment for Democracy), la cobertura “legal” de la CIA para impulsar cambios políticos y desestabilización en países que Washington quería reconducir.
Este es el personaje elegido por Trump para pilotar “la transición en Venezuela”. Un especialista en guerra sucia, un inspirador de genocidios, un profesional de las operaciones para derrocar gobiernos.
No son necesarios calificativos. Los hechos, y las personas elegidas, hablan por sí solos de cuales son las verdaderas intenciones de EEUU en Venezuela.