El pasado lunes 27 de abril se emitió en abierto el documental titulado «Houston, tenemos un problema» sobre el perverso sistema de desarrollo y venta de medicamentos. Documental producido por la ONG Salud por Derecho en el que diversas figuras del campo científico, institucional y de diferentes ONGs dan la cara para poner patas arriba el actual modelo farmacéutico: «la forma en que investigamos, producimos y vendemos medicamentos es absolutamente enferma e inmoral… inhumano, peligroso, moralmente repugnante y en muchos casos ilegal… el modelo de innovación no está dando respuesta a los problemas de salud»
Todos coinciden en denunciar una línea dominante en el sistema farmacéutico mundial cuya meta es hacer negocio con la salud y la vida de la población: «se socializan los costes de la innovación y se privatizan los beneficios. El sistema está basado en cuánto dinero vas a ganar cuando el medicamento llegue al mercado».
El documental nos recuerda que la investigación básica para el desarrollo de medicamentos se hace en las universidades o los centros públicos en condiciones laborales precarias.
Y cuando esto se traslada a la producción de medicamentos está monopolizado por las grandes compañías farmacéuticas.
El resultado es que los ciudadanos hemos pagado dos veces. Pagamos la investigación básica y volvemos a pagar el precio que estipulan los laboratorios, de forma nada transparente, por sus moléculas.
Menos del 8% del billón de dólares en gasto farmacéutico se dedica a investigación y desarrollo. Probablemente la mitad de esa cifra se gasta en cosas medicamente irrelevantes, como el marketing.
Pero, sin duda, el problema principal es la falta de acceso a determinados fármacos. Los precios altos o bajos fijan la frontera entre vivir y morir.
Un tercio de la población mundial no tiene acceso a los medicamentos. Que está muriendo gente por falta de medicamentos teniendo la capacidad financiera y tecnológica para producirlos es un hecho conocido.
«Los monopolios se aprovechan de que la gente no regatea en salud»
La gente no quiere regatear en temas de salud y eso permite a los que tienen el monopolio pedir lo que quieran.
El cambio de un sistema colectivo, público, universal que permite tratar todas las enfermedades a uno donde cada uno tiene la sanidad que se puede pagar exige dejar claro el precio a pagar por no pagar el precio.
La exclusión y muerte de pacientes es utilizado para demostrar las nefastas consecuencias de no pagar las medicinas.
En estos últimos años estamos viendo como no es un fenómeno exclusivo de los países pobres.
Las farmacéuticas no producen más que para quien puede pagar sus productos. Como el anticanceroso de Bayer Nexavar, al que sólo tenían acceso 200 enfermos en toda la India.
Y qué decir de las enfermedades olvidadas como la leishmaniasis, la enfermedad de Chagas o la enfermedad del sueño… para esta última, la industria farmacéutica dejó directamente de producir la eflornitina, aunque sí la producía para la depilación facial.
Pero también en el primer y segundo mundo sufrimos su dictado.
Estamos enfrentando una verdadera catástrofe, por ejemplo, ante la inexistencia de nuevos antibióticos, justo en la medida que los sistemas sanitarios son puestos activamente, desde los estados, al servicio de los intereses de los emporios financieros y los gigantes farmacéuticos, quienes marcan las líneas maestras y las prioridades sanitarias.
El 80% de los medicamentos son diseñados para tratar, no para curar, y normalmente para tratar el síntoma. Ni tan siquiera la enfermedad.
«Hace falta un poder popular que se plante ante las farmacéuticas»
Las enfermedades crónicas son un gran nicho de negocio: les permiten mantener «el cliente» para toda la vida.
Los antibióticos, valga el ejemplo, no cumplen ese papel. El enfermo los toma, se cura, y la industria pierde el cliente. Además, las resistencias que generan los microbios hacen que los laboratorios no puedan disfrutar de los 20 años de monopolio que les otorga la patente.
Por ello no se están investigando nuevos antibióticos y las resistencias están poniendo en aprietos a muchos sistemas sanitarios.
Cada vez más estudios desmienten la justificación de los elevados precios. Los costes de producción no son los que dicen los laboratorios. Y si lo fueran, demostraría la ineficiencia del sistema de innovación.
En el caso de la Hepatitis C, el revolucionario Sovaldi cuesta más de 50.000 euros el tratamiento de varias semanas mientras que se calcula el coste de producción del medicamento en 250 dólares.
Mientras el precio es inasumible para las personas pero también para los presupuestos sanitarios de países como el nuestro (800 mil enfermos), los laboratorios van a ganar este año entre 15 y 20 mil millones.
Además, el que se estén patentando trozos de conocimiento frena la investigación.
A los investigadores se les mide por cuánto publican en las revistas y por cuánto patentan, no por los problemas que resuelven a la gente.
En «Houston, tenemos un problema» se barajan Por último en el documental se baraja, como alternativas al sistema farmacéutico actual, compartir el conocimiento en código abierto para avanzar más rápidamente, las licencias socialmente responsables para que las universidades exijan a los productores que aseguren el acceso universal a los fármacos hechos con su investigación, un contrapoder público que controle la investigación, más coordinación y cooperación internacional…
Medidas, todas ellas razonables. Pero sin debilitar a los gigantes laboratorios y sus propietarios, los más gigantescos todavía fondos de inversión norteamericanos; sin tumbar el poder político por el cual se distribuye perversamente la riqueza a sus arcas y se encadena nuestra salud a su negocio, no hay nada que hacer.
Es necesario crear un contrapoder popular, que represente los intereses y necesidades de la inmensa mayoría y que cambie las reglas del juego, que ponga coto a los que hacen negocio con la salud.
Y eso sólo es posible con un frente amplio de unidad por la redistribución de la riqueza, por aumentar la democracia y la defensa de la soberanía nacional.
Existen los recursos financieros y científico-tecnológicos para asegurar el acceso a las innovaciones para sanar. Pero es imprescindible redistribuir la riqueza que hoy acaparan unos pocos, aumentar la capacidad de producción autónoma de fármacos y tecnología sanitaria, la capacidad de decisión de los investigadores, profesionales sanitarios y plataformas de enfermos y asociaciones civiles y, para ello, levantar un poder popular que no se someta a las injerencias y extorsiones de los que nos saquean y quieren hacer de nuestra salud un negocio.
Hepatitis ce-ro, recortes cero. Búscalo. Haz que Houston tenga un problema.