Comienza la cuenta atrás para la retirada norteamericana de Afganistán.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha prometido retirar las tropas estadounidenses de Afganistán antes del 11 de septiembre, el vigésimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001. El nuevo presidente norteamericano ha dicho que es hora de poner fin a lo que describió como una “guerra eterna”.
Dos décadas ha tardado EEUU en decidir poner fin a la ocupación de este país. Y no es porque ahora se han dado cuenta que no podían continuar. Ya en 2014, un informe de 2.000 páginas encargado a la Agencia Especial Reconstrucción de Afganistán (SIGAR) sacaba una conclusión tan clara como dolorosa para Washington: la guerra de Afganistán fue un desastre desde el principio, había creado un régimen corrupto y, sobre todo, se había convertido en imposible de ganar.
Las tres administraciones norteamericanas -la de Bush, luego la de Obama y la de Trump- decidieron ocultar y tergiversar los testimonios y las conclusiones, sobre todo las más desfavorables. Presentando una versión oficial en la que se producían avances en la guerra y «pacificación» de Afganistán, y donde la victoria, si se mantenía el esfuerzo militar, era posible.
Los números de veinte años de ocupación supuran sangre. Fruto de la invasión de 2001, hay que contar 150.000 civiles muertos, unos 162.000 heridos y 1,2 millones de desplazados.
Para EEUU Afganistán ha sido un pozo sin fondo que se ha tragado una ingente cantidad de recursos. La suma de lo destinado por los Departamentos de Estado y Defensa, la Agencia para el Desarrollo Internacional (Usaid) -y sin incluir otras agencias como la CIA- arroja una cantidad de casi un billón de dólares (978.000 millones).
Es una derrota más de una superpotencia que -a pesar de su incomparable poder, y de su abrumadora superioridad militar- hace mucho que no gana una guerra.
Había y hay poderosas razones geopolíticas para seguir clavando las garras en este país. Afganistán se encuentra enclavado en el corazón de Eurasia. En la espalda de Irán, una potencia regional enemiga de Washington. En el costado de Pakistán, una potencia nuclear con rasgos autónomos, en el que el manejo de la rivalidad con India son claves para el dominio de Asia. Afganistán está en el vientre del espacio de influencia rusa de las repúblicas ex-soviéticas. Pero sobre todo, Afganistán es la puerta de atrás de China, el gran rival geopolítico de la superpotencia norteamericana.
Por eso han estado allí dos décadas, en una guerra que no podían ganar. Las tropas de EEUU y la OTAN se irán, pero no del todo. El New York Times informa que se mantendrá una “combinación difícil de cuantificar de fuerzas de Operaciones Especiales clandestinas, contratistas del Pentágono y agentes de inteligencia encubiertos” dentro de Afganistán después de septiembre.
Es una derrota más de una superpotencia que -a pesar de su incomparable poder, y de su abrumadora superioridad militar- hace mucho que no gana una guerra.