Cuando el atroz genocidio contra la Franja de Gaza cumple su primer año, sumando más de 41.000 palestinos asesinados y más de 95.000 heridos, la inmensa mayoría mujeres y niños, Israel -siempre con el apoyo político y militar de EEUU- da un nuevo salto mortal en su escalada pirómana, poniendo a Oriente Medio más al borde del estallido de una gran conflagración de lo que lo ha estado en estos doce meses.
Con su batería de ataques contra Líbano -dos cadenas de atentados terroristas, primero con los buscas y luego con los walkies- y con brutales bombardeos por todo el país, incluida la capital, Beirut, en los que han muerto más de 600 libaneses, junto a miles de heridos, incluídos cientos de mujeres y niños, y con el asesinato del líder de Hezbollah, Hasan Nasralá, el Estado de Israel culmina los ataques más mortíferos contra Líbano en veinte años.
En pocos días y un país de unos 6 millones de habitantes, los bombardeos han creado un millón de desplazados, que tratan de escapar de las ciudades, objetivo de los misiles israelíes. Para justificar lo que no es otra cosa que un cruel castigo colectivo, además de un crimen de guerra y una flagrante violación de la legislación internacional, el gobierno de Netanyahu no tiene reparos en usar la misma hipócrita retórica que viene usando en Gaza. acusando a Hezbolá de ocultarse y esconder armas entre los civiles, asegurando que ordena a los residentes evacuar, y a continuación bombardeando zonas residenciales o edificios civiles sin apenas ofrecer a los habitantes la posibilidad de ponerse a salvo.
Brutales ataques que todo indica que preceden al inminente inicio de una invasión terrestre de Israel sobre Líbano -la tercera, tras la de 1982 y la de 2006- dando un peligroso e incendiario salto cualitativo en una espiral de guerra que pone a todo Oriente Medio al borde de una gran conflagración de dimensiones devastadoras y de enorme peligro no sólo para la región, sino para Europa y la Paz Mundial.
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Un avispero demasiado grande
Porque a nadie se le escapa que atacando brutalmente a Líbano y descabezando a Hezbollah, Israel apunta siempre hacia Irán, los grandes valedores de la milicia chií.
La brutalidad de los ataques israelíes, las dos cadenas de atentados (con buscas y walkie-talkies) así como la información de dónde estaban sus objetivos principales, incluido el propio Nasralá, indican que el Estado de Israel venía planificando esta escalada incendiaria desde hace mucho tiempo, y que ha acumulado infiltrados dentro de las filas libanesas.
Sin embargo, si finalmente y como parece inminente Israel invade por tierra Líbano, puede encontrarse un avispero demasiado grande, incluso para sus poderosas y brutales fuerzas armadas. Porque aunque descabezada, Hezbollah es conocida por ser la milicia más poderosa del mundo, e Israel ya tuvo que retirarse derrotada en la anterior invasión.
La milicia chií cuenta con 50.000 activos militares, seguramente 100.000 combatientes contando a las reservas, y pueden movilizar cuatro veces más teniendo el cuenta su apoyo social. Cuentra un arsenal de más de 100.000 proyectiles con los que podría llegar a saturar el «Escudo de hierro» israelí. Muchos de sus combatientes están entrenados por Irán y tienen larga experiencia en otras guerras (Siria), son expertos en tácticas de guerrilla -especialmente en combates urbanos- y dominan la geografía agreste del sur de Líbano. Además, cuentan con la retaguardia de Siria y su frontera para abastecerse sin problemas.
A todo ello hay que añadir la extensión de los bombardeos a Yemen, de nuevo buscando provocar la respuesta de Irán, los valedores de las milicias chiíes de este país.
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¿Por qué? ¿Cui bono?
Ante una escalada tan bárbara y criminal como insensata y aventurera, en la que parece que Israel puede meterse en una guerra demasiado grande para sus capacidades, combatiendo en demasiados frentes contra demasiados enemigos, hay que preguntarse ¿por qué? ¿Cui bono? (¿a quién beneficia?)
En la práctica totalidad de los informativos y tertulias se nos ofrece una explicación. La de que todo responde a los intereses mezquinos de un pirómano, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, que está decidido a llevar a su país de guerra en guerra para seguir en el poder, evitando que la vorágine de violencia decaiga para así escapar de los casos de corrupción que podrían llevarlo a la cárcel.
No es una explicación naíf, ni neutral. Oculta a los verdaderos responsables de esta espiral bélica, que no están en Tel Aviv, sino en Washington. ¿Acaso alguien puede pensar que Israel o Netanyahu podrían lanzarse a invadir Líbano y a incendiar todo Oriente Medio sin contar con el aval y el respaldo de los EEUU?
Hay quien puede pensar que al avivar el fuego de la guerra en la región, Netanyahu y los halcones belicistas de Tel Aviv, bien conectados con sus contrapartes de la clase dominante norteamericana, están echando una mano a Donald Trump -con quien Netanyahu cultiva una sintonía mucho más sonada que con Biden o Kamala Harris- en la decisiva contienda electoral que atraviesa EEUU.
Puede ser, pero tal cosa no desgrava ni un grado de responsabilidad en esta escalada de muerte para Joe Biden (señalado con toda razón como «Genocide Joe» en las manifestaciones antibelicistas de EEUU) ni a su vicepresidenta y ahora candidata demócrata, Kamala Harris. A lo largo de todo este año de barbarie genocida sobre Gaza, la actual administración norteamericana no sólo ha respaldado a Netanyahu y le ha protegido de cualquier iniciativa sancionadora en la ONU, sino que le ha enviado casi sin interrupción armas y munición. La última entrega, en agosto, de 20.000 millones de dólares, incluyendo 50 aviones de combate F-15.
Los misiles que caen sobre Gaza o Beirut son todos ‘made in USA’. La superpotencia norteamericana no es una mera cómplice de los crímenes y agresiones de Israel, sino la coautora de esta barbarie y la directora última de esta escalada.
Toda esta espiral de violencia y guerra está creando las condiciones para una guerra de grandes dimensiones en Oriente Medio, un conflicto que involucre a Líbano, Siria, Irán, Yemen… y que obligue a EEUU a intervenir a gran escala en una zona en la que tras las derrotas de Irak y Afganistán ha perdido peso e influencia.
Una gran conflagración que puede servir para alinear a algunos peones díscolos. Como una Arabia Saudí que en los últimos tiempos ha pedido entrar en los BRICS junto a Irán, iniciando con la intermediación china un rumbo de distensión con Teherán. O como una Turquía que ha llegado a amenazar con atacar a Israel si persiste en sus ataques en Oriente Medio.
Detrás de esta peligrosísima escalada de guerra está una superpotencia norteamericana que desata una mayor agresividad cuanto más avanza su ocaso imperial.