De acuerdo con un reporte del portal electrónico The Intercept, el gobierno de Estados Unidos presionó al de Alemania con dejar de suministrarle información de sus servicios secretos sobre planes terroristas si Berlín brindaba asilo al informático estadunidense Edward Snowden, quien se encuentra actualmente asilado en Rusia. El periodista Glenn Greenwald, quien apoyó al ex analista de la Agencia Central de Inteligencia estadunidense (CIA) a filtrar los datos obtenidos, aseguró que dicha información le fue revelada por el vicecanciller alemán, Sigmar Gabriel. Washington, por su parte, también ha negado la versión y ha afirmado que nuestra relación a nivel de servicios secretos ha salvado vidas.
A más de dos años de que se dieron a conocer las primeras filtraciones realizadas por Edward Snowden sobre los programas de espionaje masivo de Estados Unidos, que involucraron, entre otros actores internacionales, al gobierno de Alemania, continúan saliendo a flote datos sobre el alcance y las implicaciones negativas de una diplomacia estadunidense renuente a asumirse parte de un entorno internacional multipolar y que exige transparencia.
En el caso de Alemania, el conocimiento público de este requerimiento de sumisión, que raya en el chantaje por parte de Washington, pone al gobierno de Berlín en una disyuntiva difícil: reducir su respuesta a meros actos de simulación o presentar una explicación que satisfaga el comprensible malestar de su población ante lo que se revelaría como un acto de supeditación a la superpotencia. La presunción de que Estados Unidos presionó al gobierno alemán cobra verosimilitud a la luz de la actitud obsecuente que mostraron diversas naciones europeas en el contexto de la persecución emprendida en contra del ex analista de la CIA. En el caso de Alemania, las revelaciones tienen el componente adicional del espionaje realizado –según revelaciones del propio Snowden– por Washington contra el gobierno de Berlín. Pese a que esa revelación habría hecho suponer un costo político para Estados Unidos en su relación con el país más poderoso de Europa, éste mostró una respuesta tibia y ambigua, que fue duramente cuestionada por sus propios habitantes.
Es necesario ponderar el perfil de un poder planetario que en las décadas recientes ha encontrado contrapesos planetarios y regionales como Brasil, China y Rusia e Irán, pero que ha consolidado un dominio en Europa occidental que difícilmente resiste a sus designios. Para Berlín, un gobierno que se presenta como referente internacional de la legalidad, es imperativo que esclarezca a la brevedad este episodio de presumible chantaje por parte de un régimen que ha atentado no sólo contra la necesaria confidencialidad de las comunicaciones de la clase gobernante, sino también contra la privacidad de millones de personas y contra la seguridad del país.
En otro sentido, si ese es el grado de supeditación que ejerce Estados Unidos sobre los países más desarrollados y con mayor capacidad tecnológica y económica, no se requiere de mucha suspicacia para imaginar el férreo control que puede ejercer sobre naciones menos avanzadas, como la nuestra, ni el inmenso poderío suplementario que les otorga esa conducta.