Tres palabras definen las discusiones del reciente Foro de Davos, la reunión anual de la “flor y nata” del capitalismo mundial: riesgos, incertidumbre y “capitalismo inclusivo”. ¿Qué hay detrás de cada una de ellas?
¿Qué es el Foro de Davos?
En 1971, un profesor de economía de la Universidad de Ginebra, Klaus M. Schwab, invitó a 444 altos ejecutivos de compañías europeas en Davos. Su objetivo era introducir las prácticas de administración norteamericanas en las compañías europeas.
El Foro de Davos se financia con las contribuciones de unas 1.000 “empresas miembro”. Deben tener una facturación global de más de 5.000 millones de dólares y “jugar un rol de liderazgo para forjar el futuro de sus industrias”. Es decir, son un selecto club de los mayores monopolios del planeta.
Davos no es ningún «gobierno mundial», pero sí un influyente foro donde anualmente se reúne la flor y nata del capitalismo mundial. Desde altos ejecutivos de bancos y monopolios a líderes políticos.
Los riesgos
La consultora de riesgos Eurasia ha presentado en Davos un informe donde se sitúa que el principal factor de riesgo económico y político para 2020 es… la política de EEUU.
Paralelamente, el FMI reconoce como grandes «factores de incertidumbre» «el conflicto en Oriente Medio» o «las tensiones comerciales»… ambos impulsados desde Washington.
Asistimos a un momento donde incluso los centros del capitalismo reconocen que el principal factor tóxico para la economía es la actuación de la superpotencia.
Incluso los centros del capitalismo reconocen que el principal factor tóxico para la economía es la actuación de la superpotencia
La irrupción de Trump en Davos ha confirmado este diagnóstico. El actual inquilino de la Casa Blanca ha declarado que «EEUU se encuentra en pleno boom económico».
No es una bravuconada más de Trump. Bajo su presidencia la economía norteamericana ha culminado el mayor periodo de crecimiento de su historia, EEUU ha creado siete millones de empleos, y los grandes bancos y monopolios encadenan récords de beneficios.
Pero esta nueva “prosperidad norteamericana” es una amenaza para el resto.
Trump ha sacado el “bazoca” para combatir la emergencia de China. Partiendo de una premisa clara; si la globalización beneficia a Pekín, entonces hay que ponerle límites. Este es el corazón de una “guerra comercial” en la que Washington acaba de firmar una “tregua” con Pekin -la primera parte de un acuerdo que paraliza la aplicación de nuevos aranceles-, pero que sigue situando al gigante asiático en la diana, manteniendo la subida de tasas a productos chinos por un valor de 360.000 millones de dólares.
Unas maniobras norteamericanas contra China que ya han golpeado la economía mundial. El FMI ha publicado que la “guerra comercial” ha costado ya 675.000 millones de dólares y ha restado 0,8 puntos al crecimiento mundial. Y el Banco Mundial o la OCDE han anunciado para 2020 y 2021 el menor crecimiento de la última década.
El crecimiento norteamericano es además un Saturno que devora a sus hijos. Se alimenta de imponer una mayor “cuota de tributos” a los países dependientes.
Los números así lo atestiguan. En lo que va de siglo la economía norteamericana ha crecido un 46%, mientras que la alemana solo lo ha hecho un 26%, la japonesa un 15%, o la italiana un 3,4%… La paradoja es que el centro emisor de la crisis, EEUU, crece el doble o más que el resto de países capitalistas. Y todas las previsiones afirman que esta tendencia se mantendrá. Si en 2020 EEUU crecerá un 2% la economía europea solo lo hará el 1,1%.
Las cada vez mayores exigencias norteamericanas funcionan como una transfusión de riqueza desde las “provincias” al centro del imperio
No es un “misterio”, sino la expresión del poder de la superpotencia. Lo ha expresado en Davos el secretario del Tesoro estadounidense, Steven Mnuchin, al afirmar que “la amenaza de los aranceles ha llevado a muchos a estar dispuestos a renegociar los acuerdos comerciales”.
Bajo la presidencia de Trump, EEUU ha firmado dos nuevos acuerdos comerciales, por una parte con México y Canadá, y por otra con Corea del Sur, que imponen condiciones mucho más favorables a la penetración de productos y capital norteamericano en dos zonas estratégicas de América y Asia.
Pero la ofensiva norteamericana golpea sobre todo a Europa. Lo hemos comprobado en Davos. Francia había anunciado la imposición de nuevas tasas a los gigantes tecnológicos estadounidenses. La amenaza norteamericana de duplicar los aranceles a los productos franceses ha hecho recular a Macron.
El garrote de los aranceles se utiliza por parte de EEUU para derribar barreras a sus mercancías, como cuando Washington amenaza con nuevas tasas si la UE no admite abrir su mercado agrícola a los productos norteamericanos. O se esgrime como mecanismo de presión política, como lo evidencia el ultimátum norteamericano de elevar un 25% los aranceles a los automóviles europeos si la UE no se une a Washington en la denuncia del acuerdo nuclear con Irán.
Las cada vez mayores exigencias norteamericanas -que incluyen también un aumento de las aportaciones militares de los países de la OTAN- funciona como una transfusión de riqueza desde las “provincias” al centro del imperio. Estas tensiones han vuelto a manifestarse en Davos… Y otra vez se han saldado con una nueva sumisión europea.
Las incertidumbres
“Debemos acostumbrarnos a la nueva realidad que está marcada por la incertidumbre”. Así ha definido en Davos el mundo actual la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva.
Los cambios que temen las élites de Davos no están relacionados con el “cambio climático” -que sitúan en el 11º lugar de los riesgos a afrontar-. Tienen otra naturaleza.
Hoy en día el 60% del crecimiento mundial lo aportan los países emergentes del Tercer Mundo. Encabezados por China, que en el año 2000 suponía el 4,5% del PIB mundial y ahora representa el 13%.
Frente a la propaganda que las presenta omnipotentes, las élites del capitalismo no ven claro su futuro. Y tienen motivos para ello
Para las próximas dos décadas se prevé que estos centros emergentes del Tercer Mundo pasen a aportar un 80% del crecimiento global. Y algunos o muchos de ellos son independientes o gozan de un creciente margen de autonomía respecto a los grandes centros imperialistas.
Esta redistribución económica es también una nueva geografía política… que camina en una dirección opuesta a los intereses de la superpotencia. Estos son los cambios que temen en Davos.
Y las recetas norteamericanas para intentar contener esta tendencia son una permanente fuente de desestabilización. Desde la amenaza de incendiar Oriente Medio tras el ataque contra Irán, a los palos en las ruedas de la economía global a través de la guerra comercial.
Frente a la propaganda que las presenta casi como omnipotentes, las élites del capitalismo mundial no ven claro su futuro. Y tienen motivos para ello.
Sus temores
El lema de la actual edición del Foro de Davos no hace referencia a los recortes, sino que plantea la necesidad de un “capitalismo inclusivo”. Su fundador, Klaus Schwab, afirma que “el capitalismo de accionistas, que considera que el principal objetivo la obtención de beneficios (…) ya no es sostenible”. Y aboga por un “capitalismo de las partes interesadas”, plasmado en un “Manifiesto de Davos”, en el que se defiende que las grandes empresas paguen un porcentaje equitativo de impuestos.
Al mismo tiempo la Business Roundtable, que agrupa 180 grandes bancos y monopolios norteamericanos, acaba de publicar un documento en el que se comprometen a “compensar justamente a los trabajadores” o “tratar éticamente a los proveedores”.
Mientras la máxima responsable del FMI admitía la necesidad de aumentar los gastos sociales planteando que “en la última década, la desigualdad se ha convertido en uno de los problemas más complejos y desconcertantes de la economía mundial”.
¿Se han convertido las élites del capitalismo en un nuevo San Pablo, que de perseguidor de cristianos pasó a ser una de sus más emblemáticas figuras? Nada de eso. No hacen sino dar una respuesta, desde sus intereses como grandes explotadores, a una realidad tan oculta como influyente.
Existe una profunda corriente anticapitalista en el mundo que avanza a pesar de que la oculten
Nos da fe de ella el “Barómetro de Confianza” de la agencia estadounidense Edelman, presentado en Davos. Ante la pregunta de qué opinan sobre el capitalismo, un 56% de los 34.000 encuestados de 28 países distintos, contestaron que “provoca muchos más daños que beneficios”. Un porcentaje que se eleva hasta el 75% en India, o al 69%, más de uno de cada tres, en una gran potencia como Francia. Según esta encuesta, quienes consideran que “el capitalismo funciona bien para ellos”… es solo el 18% de la población.
Expresa una profunda corriente anticapitalista en el mundo. Que avanza también en España. Cabe recordar la encuesta publicada por un medio como El País, donde nos informaba que el 40% de los españoles -y el 60% de las mujeres- considera que “el capitalismo es incompatible con la democracia”.
Dos datos lo explican. Intermon Oxfam acaba de informar que el 1% más poderoso acumula tanta riqueza como el 92% de la humanidad que menos posee. Mientras la OIT (Organización Internacional del Trabajo) ha desvelado que, gracias a los recortes y la reforma laboral, a los trabajadores se nos quita cada año en España 64.500 millones de euros.
Y el FMI “advierte” que este rechazo puede traducirse “en un aumento de la agitación política”. Visible en la mayor huelga obrera de la historia, con 200 millones de participantes en India, culminada con un inabarcable mitin comunista de más de un millón de asistentes; en el giro a la izquierda en España; en las movilizaciones contra la reforma de las pensiones en Francia…
Necesitan evitar que esa indignación rebase los cauces que imponen sus intereses como grandes burguesías mundiales. Difundiendo la imposible posibilidad de un “capitalismo inclusivo”.
Pero, aunque multipliquen su empeño, lo que avanza en el mundo actual no es el apoyo al capitalismo, sino algo que recuerda a las palabras de Marx en El Manifiesto del Partido Comunista: “la sociedad no puede seguir viviendo bajo el imperio de esa clase; la vida de la burguesía se ha hecho incompatible con la sociedad”.