Dos informes que han hecho temblar a las Cajas

«Aunque algunos estrategas tienen una visión negativa sobre España, nosotros somos aún más pesimistas que la mayorí­a. Con esta desbordante esperanza sobre el futuro de España, comenzaba su informe de coyuntura del pasado 12 de abril Morgan Stanley, nota dividida en dos grandes partes: los riesgos inmobiliarios y de polí­tica fiscal patrios, por un lado, y la cuestión pendiente de la reestructuración de las cajas, por otro»

Frente a la actuación decidida que ha rimado en el mundo anglosajón, España, su gobierno y su Banco Central equivocaron de inicio la dimensión del problema; trataron después de evitar que se manifestaran sus primeras grietas; actuaron precipitadamente en la caída de CCM; continuaron imponiendo la conveniencia política a una realidad cada vez más evidente; y se ven ahora abocados a tomar decisiones dolorosas en el momento más inoportuno. Un despropósito de principio a fin. No en vano, más allá de nuestras fronteras, analistas más o menos fundados siguen gritando que el rey de nuestro sistema financiero está desnudo. (EL CONFIDENCIAL) ABC.- Entre el 2000 y el 2008, los costes laborales unitarios han crecido en Alemania un 1%, en Francia un 18%, en España un 27%, y en Italia un 32%. Hablando en plata: Alemania ha aumentado enormemente su competitividad relativa. De resultas, está arrasando en los mercados europeos, máxime, en los del sur. Para colmo éstos, en proporción no desdeñable, adquieren productos alemanes con crédito alemán. La exacerbación del fenómeno nos viene dada por Grecia, cuya deuda, agigantada por la crisis, alimenta los activos de los bancos franceses y alemanes. El desnivel entre Grecia -y no sólo Grecia-, y Alemania es tal, que la permanencia de ambos en la misma liga no parece viable Opinión. El Confidencial Dos informes que han hecho temblar a las Cajas esta semana S. McCoy (…) No es extraño que dos bancos de inversión de los llamados grandes publiquen de forma simultánea informes acerca de la economía española, en general, y de su sector financiero en particular. Y menos coincidiendo con el periodo de publicación de resultados que acaba de inaugurar Banesto. Sin embargo, sí que resulta noticiable el hecho de que el objeto principal de su análisis sea el segmento de las cajas de ahorro que, como es sabido y con la honrosa excepción de la CAM, son entidades no cotizadas y, por tanto, no sujetas al escrutinio diario de los mercados. Algo que hay que interpretar, sin duda, en términos de advertencia. El tiempo se acaba y los acontecimientos pueden precipitarse. No en vano me comentaba un banquero esta semana que los viernes los pasa de guardia esperando esa intervención “de una grande” que no termina de llegar. Avisados quedan. “Aunque algunos estrategas tienen una visión negativa sobre España, nosotros somos aún más pesimistas que la mayoría”. Con esta desbordante esperanza sobre el futuro de España, comenzaba su informe de coyuntura del pasado 12 de abril Morgan Stanley, nota dividida en dos grandes partes: los riesgos inmobiliarios y de política fiscal patrios, por un lado, y la cuestión pendiente de la restructuración de las cajas, por otro. Yendo directamente a la segunda materia, (…) sus conclusiones sobre el particular no pueden ser más obvias en cuanto a su diagnóstico (exceso de exposición al sector ladrillero –un 273% sobre activos tangibles contra el 123% de los bancos comerciales-, sobre capacidad instalada y baja productividad,…) y terribles por lo que a su curación respecta. A su juicio, y de acuerdo con el test de fuerza que realiza sobre la solvencia de las firmas estudiadas, el remedio pasaría por aplicar al subsector 43.000 millones del FROB en el escenario más pesimista que, entiende, es el que será impuesto por el Banco de España. ¿Cómo llega a esas cifras? Agárrense que vienen curvas. 72.500 millones de recursos propios a cierre de 2009. 76.000 millones de pérdidas previstas en el periodo 2010-2012. (…) En cualquier caso resulta curioso que, frente al 13,8% del que hablaba recientemente AFI como tasa de mora pico en 2011, Morgan Stanley sitúa tal porcentaje en el 14,24% de los activos (adjudicados, subestándar y morosos) ¡ya, a finales de 2008! Tampoco es que sea la alegría de la huerta Sergio Gámez, el analista de BoA/Merrill Lynch que firma ayer un documento llamado Roadmap to the Cajas (…), en lo que pretende ser una aproximación global al segmento de las Cajas de Ahorro. En su opinión, pueden desaparecer entre un 35% y un 45% de las entidades existentes en la actualidad con un impacto en términos de sucursales y plantilla del 24% y el 17% del total respectivamente. Y es que, señala, si el 44% de ellas sufrieron pérdidas en el último trimestre de 2009, “la suma agregada no ofrecerá beneficios en 2010” (pág. 10). Por lo que respecta a la mora, el autor coloca el nivel actual en el 12,5% y no es tan agorero en términos del impacto que la actual coyuntura va a tener sobre la cuenta de resultados del conjunto de estas instituciones financieras (…) Sea como fuere hay un hecho cierto. Frente a la actuación decidida que ha primado en el mundo anglosajón, España, su gobierno y su Banco Central continúan contemporizando por lo que a la restructuración de bancos y cajas se refiere. Uno por acción (tolerancia con las tasaciones, provisionamiento lento, ley del suelo…) y el otro por omisión de su dogma de independencia. Equivocaron de inicio la dimensión del problema; trataron después de evitar, por un mero interés electoral, que se manifestaran sus primeras grietas; actuaron precipitadamente en la caída de CCM, sentando precedentes que se han convertido en compromisos futuros adicionales; continuaron imponiendo la conveniencia política a una realidad cada vez más evidente; y se ven ahora abocados a tomar decisiones dolorosas en el momento más inoportuno: cuando los ojos de la comunidad internacional están vueltos sobre nuestro país. Un despropósito de principio a fin. No en vano, más allá de nuestras fronteras, analistas más o menos fundados siguen gritando que el rey de nuestro sistema financiero está desnudo. ¿Hasta cuándo? EL CONFIDENCIAL. 14-4-2010 Opinión. ABC La variable política Álvaro Delgado-Gal Somos propensos a pensar en las crisis económicas como se piensa en el tiempo. Quiero decir, en el tiempo meteorológico. Consideren ustedes, por ejemplo, una sequía. Se declara la sequía, deja de llover durante dos años, y por fin el cielo abre otra vez las compuertas y fecunda la tierra baldía. Todo vuelve a ser como antes, con el retraso, o el inciso, de los dos años sin lluvia. Pero las crisis largas no son así. No vienen y se van sin dejar más rastro que algunas industrias quebradas y tantos o cuantos millones de prejubilados. Las crisis largas, las largas de verdad, cambian a la gente, a los políticos, y a las instituciones. El cambio, a veces, se produce por reducción al absurdo: lo que funcionaba mal, empieza, sencillamente, a no funcionar. Otras veces la crisis es genuinamente creadora y alumbra monstruos -y también soluciones- por entero originales. ¿En qué situación nos ha colocado la crisis a los españoles o, generalizando, a los terrícolas de estos comienzos del tercer milenio? Todavía es pronto para hacer diagnósticos cataclísmicos, aunque no para señalar que el asunto ha desbordado el perímetro de las crisis menores y que nos enfrentamos a un futuro quizá inédito. Formularé este barrunto recalando en tres episodios diversos, tanto por su magnitud como por su localización geográfica. Empiezo por la Unión Monetaria Europea. La mejor manera de comprender el invento, es recordar el mito de Pasífae, la princesa que se ayuntó con un toro blanco. La princesa es el proyecto ilustrado y filantrópico de una Europa pacificada y unida. El toro, la voluntad francesa de atar corto a Alemania. El Minotauro, es la propia Unión. Me encontraba en Francia cuando alcanzó su clímax el debate sobre el Tratado de Maastrich. L`idée fixe, la obsesión que campaba por toda la prensa, así de izquierdas como de derechas, era la necesidad de neutralizar a Alemania, recientemente acrecida por su costado oriental, enjaretándole una divisa que los franceses pudieran controlar en alguna medida. Alemania pasó por las horcas caudinas: terminó renunciando al marco en favor del euro. La historia no es una idea en movimiento sino el precipitado de compromisos en ocasiones incongruentes, y nada impedía en principio que de un pacto entre partes recíprocamente recelosas pudiera surgir algo tan formidable como una futura unión política. Nada lo impedía, lo repito, aunque el arranque resultara, por así decirlo, un pelo chungo. Sea como fuere, se echaron las firmas que había que echar y se adornó esa decisión trascendente con una rúbrica o consigna: la consigna era que las economías habrían de converger en vista de que la moneda única no les dejaba otra alternativa. Al son de esa consigna también España entró en el euro, con resultados muy buenos en el corto plazo. Después ha venido el tío Paco con las rebajas. En efecto, las naciones no han convergido, sino que han divergido. Entre el 2000 y el 2008, los costes laborales unitarios han crecido en Alemania un 1%, en Francia un 18%, en España un 27%, y en Italia un 32%. Hablando en plata: Alemania ha aumentado enormemente su competitividad relativa. De resultas, está arrasando en los mercados europeos, máxime, en los del sur. Para colmo éstos, en proporción no desdeñable, adquieren productos alemanes con crédito alemán. La exacerbación del fenómeno nos viene dada por Grecia, cuya deuda, agigantada por la crisis, alimenta los activos de los bancos franceses y alemanes. ¿Cómo salir del enredo? Desde las páginas del Financial Times, Martin Wolf increpa a los alemanes para que ahorren menos y consuman más; desde París Christine Lagarde, ministra de Economía, pide a Merkel que suba los sueldos y modere la competitividad de sus conciudadanos. El problema, probablemente, no tiene solución. El desnivel entre Grecia -y no sólo Grecia-, y Alemania es tal, que la permanencia de ambos en la misma liga no parece viable. La reciente creación, a tipos nada generosos o en todo caso superiores a los exigidos por el Fondo Monetario Internacional, de una línea europea de crédito orientada a cubrir la deuda griega en la contingencia de que ésta no logre colocarse en los mercados, es un compromiso de emergencia entre el vértigo que produce el cuestionamiento de la moneda común, y la renuencia, y al fin y al cabo la impotencia de Alemania, para financiar indefinidamente a los insolventes. Pero la pelota está en el tejado, y caerá de un lado u otro según sople el viento durante los próximos meses. La crisis ha alterado, en fin, la consigna de partida. El euro, una herramienta concebida para que Europa se dotara de un formato nacional, ha pasado a ser admitido, de momento y a regañadientes, como un mal menor. Abramos el diafragma. Hasta hace unos meses, el gobierno americano, y detrás de él el británico y luego los demás, parecían haber descubierto las bondades del neokeynesianismo. Se trataba de combatir la crisis inyectando liquidez en los bancos y supliendo a través de una política de expansión fiscal la baja demanda privada. Detrás de esta estrategia operaba el recuerdo de la Gran Depresión, agravada por una equivocada política de restricción crediticia. Pero se han generado déficits descomunales, y empiezan a surgir dudas sobre la sostenibilidad de la política seguida hasta la fecha. De añadidura la opinión, máxime la norteamericana, percibió el rescate de los bancos como una colusión culpable entre los políticos y el dinero gordo. En otras palabras: como un favor que la oligarquía se ha hecho a sí misma a costa del contribuyente. La eclosión de movimientos como el Tea Party, auspiciado por Glenn Beck, un periodista friki de la Fox que se educó en un colegio de la Inmaculada Concepción y ha acabado abrazando la fe mormona, revelan un grado de exasperación ciudadana potencialmente peligroso. El Tea Party abomina de la clase política en bloc, no de un partido en concreto, y ha operado ya efectos importantes. Verbigracia, la pérdida por los demócratas, en Massachussets, del escaño que Ted Kennedy dejó vacante a su muerte. Si la economía se recupera en un lapso breve, el Tea Party reventará como una pompa de jabón. Si las cosas se torcieran, podríamos asistir a una contestación al sistema mucho más seria que la que afligió a ese país durante la guerra del Vietnam. Y los USA son una nación sólida. Excuso decirles lo que ocurriría en Grecia si vienen mal dadas, o en España si nos colocamos en la tesitura de Grecia. El tercer punto brota de una comprobación melancólica. Antes de que llegaran las vacas gordas, las democracias occidentales se hallaban afligidas por dos problemas a largo plazo letales: el de las pensiones, y el del gasto sanitario. Tras la buena racha el problema sigue intacto, o mejor, se ha agravado, puesto que las expectativas materiales han enfilado un curso descendente. ¿Por qué no se ha hecho nada? Porque no lo han querido, ni los votantes, ni los partidos. Mejor aún: no lo han querido los partidos porque no lo querían los votantes, y no lo han querido los votantes porque no han tenido a bien contarles la verdad los partidos. Ahora disponemos de menos tiempo y menos recursos. No es descartable que la falta de numerario nos devuelva a la realidad, y entonces la crisis habrá sido para bien. Pero tampoco se puede excluir que la prudencia cortoplacista, aliada a procedimientos perversos de atracción del voto, nos juegue una mala pasada. En esa contingencia muchos, o algunos, darían en la flor de sentirse aventureros. Y las aventuras salen a veces bien, y casi siempre, mal. ABC. 14-4-2010