Hacia un bloque al margen de EEUU

Doblan las campanas por la OEA

Las 32 naciones iberoamericanas presentes en la Cumbre decidieron la creación de un nuevo bloque de integración polí­tica y económica que agrupará a todos los paí­ses de América, excepto a Estados Unidos y Canadá

En la reciente Cumbre de Cancún, 32 paí­ses de Iberoamérica han decidido iniciar los pasos, que deben concluir en la Cumbre de Caracas de 2011 o de Santiago en 2012, para crear una nueva organización regional, una Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELC) de la que estarí­a excluido EEUU. La iniciativa constituye una decisión histórica, una contundente respuesta a la nueva estrategia intervencionista de Obama y un paso sin precedentes, justo ahora que se conmemora el bicentenario de la independencia de la América española, en el camino de dotar a las naciones iberoamericanas de una mayor autonomí­a de Washington.

Las 32 naciones iberoamericanas resentes en la Cumbre –todas excepto Honduras, cuyo gobierno fruto del golpe no ha sido reconocido por numerosas naciones del hemisferio– decidieron la creación de un nuevo bloque de integración política y económica que agrupará a todos los países de América, excepto a Estados Unidos y Canadá. Se trata de crear un espacio regional propio que una a todos los Estados iberoamericanos, estableciendo mecanismos de cooperación, integración, resolución de conflictos y solución de problemas regionales. Y cuyo objetivo más ambicioso es el de dotar a la región de una voz propia y autónoma, de acuerdo con sus intereses comunes, en el mundo. La creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, de llevarse a cabo finalmente con éxito, constituiría un golpe mortal para la Organización de Estados Americanos (OEA), el organismo creado por EEUU en 1948, al inicio de la Guerra Fría, para asegurar su dominio sobre la región y, en nombre de la “lucha contra la expansión comunista en el continente”, crear una cobertura jurídico-política para la protección y la defensa de sus intereses de hegemonía regional y global. La muerte de la OEA A lo largo de más de 60 años, la OEA ha cumplido fielmente esta misión. Pese a enarbolar la bandera de la defensa de la democracia y los derechos humanos, la OEA no dijo nada en 1954 cuando la CIA derrocó mediante un golpe de Estado al presidente constitucional de Guatemala, Jacobo Arbenz, por pretender nacionalizar y poner al servicio de su pueblo las inmensas plantaciones bananeras de la United Fruits. A principios de los años 60, la OEA expulsó a Cuba de su seno por “instaurar un régimen autoritario”, aunque no tendría ningún inconveniente en apoyar la dictadura de Anastasio Somoza en Nicaragua unos años después. En 1965 avaló la invasión por 42.000 marines yanquis de la República Dominicana y el bombardeo de la ciudad de Santo Domingo por la VII Flota yanqui. En la década de los 70 mantuvo un silencio ominoso e impasible ante la cadena de golpes de Estado (Brasil, Uruguay, Chile, Argentina,…) que arrasaron el Cono Sur. La misma actitud que ha mostrado esta década, cuando las maniobras desestabilizadoras de Washington y los intentos de golpes de Estado han vuelto a resurgir en Iberoamérica ante la emergencia de gobiernos de izquierdas y antiimperialistas (Venezuela en 2002, intento en Bolivia y golpe efectivo en Honduras en 2009). Es frente a este organismo de hegemonía e intervención yanqui en el continente americano contra el que se levanta el nuevo proyecto gestado en la histórica Cumbre de Cancún. En ella, la inmensa mayoría de los presidentes iberoamericanos le han dado un apoyo sin fisuras. A pesar de que los gobiernos más pro-yanquis de la región, como el del colombiano Álvaro Uribe, hayan tratado de introducir puntos de conflicto y cizaña. Pero sin poder oponerse abiertamente a él dado el respaldo entusiasta del resto de países, especialmente el de dos de sus mayores propulsores, Bolivia y Venezuela, pero también, y esto es de una trascendencia excepcional puesto que ellos dos solos representan el 70% de la población y el PIB regional, México y Brasil. La creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELC) supone una contundente respuesta a la nueva estrategia de Washington para la región, que desde la llegada de Obama a la Casa Blanca se ha traducido en un aumento de las presiones, la injerencia y la intervención política y militar del imperio al sur de Río Grande. La instalación de bases militares yanquis en Colombia (a las que van a seguir de forma inminente las de Panamá), el golpe de Estado en Honduras, la amenazante reactivación de la Flota del Atlántico Sur y el Caribe o la desestabilización propiciada por Washington en Argentina y Venezuela ha sido contestada con un nuevo y cualitativo paso en la unidad y la integración de Iberoamérica, al margen de EEUU y en contra de sus intereses de dominio regional. Todavía queda, evidentemente, un largo trecho por recorrer para alumbrar el nuevo proyecto. Camino que inevitablemente va a estar plagado de obstáculos y todo tipo de zancadillas puestas por Washington y sus gobiernos títeres en la región. Pero la firme voluntad de construcción de este bloque político autónomo regional ha quedado puesta de manifiesto por el anuncio, realizado conjuntamente por el mexicano Calderón y por el venezolano Hugo Chávez, de proponer a Lula –cuyo segundo e improrrogable mandato concluye el 1 de enero de 2011– como candidato a la secretaría general de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. La inmediata proyección, la voz y el peso mundial que la figura y el prestigio internacionales de Lula daría al bloque es innegable. La constitución de la CELC es un salto verdaderamente cualitativo en el proceso de unidad e integración de las naciones latinoamericanas. Hasta ahora, Iberoamérica había ido forjando, a medida que se desarrollaba su voluntad de obtener un mayor grado de autonomía de EEUU, distintas instancias multilaterales de integración económica subregional como la Comunidad del Caribe, el Mercosur, la Comunidad Andina o el Sistema de Integración Centroamericana. Algunos de los cuales han dado paso a diversas formas de unidad política y diplomática, si bien más tenues y quebradizas, como los parlamentos Andino, Centroamericano o Latinoamericano u organismos de resolución de conflictos, tipo el Grupo Contadora y su sucesor, el actual Grupo de Río que acaba de aprobar la creación de la CELC. Sin embargo, el proyecto de creación de la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe en la medida que persigue crear una nueva Organización de Estados Americanos (OEA) “sin el norte, sin el imperio, sin Estados Unidos y Canadá”, supone un verdadero salto cualitativo, un paso indispensable para liberarse del dominio y la dependencia norteamericana. El eje México-Brasil Aunque el eje bolivariano Caracas-La Paz-Quito es el motor que está dinamizando el proceso de creación de la CELC, el otro telón de fondo que multiplica su dimensión lo constituye el todavía nonato eje México-Brasil. En paralelo a las negociaciones en el Grupo de Río para el alumbramiento de la CELC, Brasil y México han retomado las conversaciones iniciadas en 2004 con vistas al establecimiento de una alianza estratégica, que incluye la firma de un tratado de libre comercio entre ambos países, al cual acompañaría un proyecto de cooperación económica a largo plazo con objetivos hasta el 2030. Alianza que, de consumarse definitivamente, puede significar la creación de un nuevo equilibrio hemisférico. Hace ahora más de medio año, a finales del verano de 2009, el presidente brasileño Lula vaticinó que México y Brasil podrían empezar a funcionar como un gran G-2 iberoamericano. En las vísperas de la Cumbre de Cancún se ha retomado el impulso y han arrancado oficialmente las negociaciones para alcanzar un “acuerdo estratégico de integración económica”, cuyo desarrollo posterior debería conducir a un Tratado de Libre Comercio entre las dos mayores economías de Iberoamérica. Un paso que, de forma similar a lo que ocurrió en Europa en 1963 con el giro de De Gaulle hacia la reconciliación con Alemania y la conformación de un eje franco-alemán como motor de la unidad e integración europea, puede significar el punto de partida para una verdadera integración económica, como base de una posterior unidad política, de la región. Estamos hablando de dos economías que son en la actualidad la décima (Brasil) y la decimotercera (México) del mundo. Y que juntas suman el 70% del PIB total de Iberoamérica y el 50% de su población (sin contar a los cerca de 12 millones de mexicanos en EEUU), con lo que una alianza o un tratado de libre comercio entre ellos tendría como consecuencia una expansión sin precedentes del comercio interregional. El mensaje lanzado por Lula ante un grupo de empresarios mexicanos esta pasada semana en el mismo Cancún, tras la Cumbre del Grupo de Río, no ha podido ser más explícito: “no tengan miedo de Brasil, no es más peligroso que muchos socios que tiene México”. Para Brasil, una alianza estratégica de este tipo, además de reforzar su creciente liderazgo regional, supondría la posibilidad de entrar directamente en los dos mayores mercados del mundo, EEUU y la UE, con los que México tiene formado un tratado de libre comercio. Para México, por su parte, además de aprovechar la emergencia económica brasileña y su cada vez más destacada posición internacional. un acuerdo así permitiría diversificar su economía y sus mercados, abriendo la posibilidad de ser menos dependiente del gran vecino del norte, sin necesidad incluso de alterar su presencia en el TLCAN. A nadie se le escapan las dificultades de un proyecto de esta envergadura y la feroz oposición que va a encontrar en Washington, para quien mantener un control absoluto sobre la economía y la política de México es, por múltiples razones, vital. Sin embargo, como afirmaba un editorial de uno de los diarios mexicanos más influyentes, El Universal, México y Brasil juntos son “mucho más que dos”, y su alianza podría tener unas consecuencias impredecibles para el equilibrio de poder en la región.