La cumbre europea destinada a nombrar los cuatro cargos más importantes de la UE (los presidentes de la Comisión, del Consejo de Europa, del BCE y el Alto Representante de la Política Exterior europea) concluyó, días pasados, sin que se llegara a ningún acuerdo, lo que pone en evidencia la división y el enfrentamiento que ha surgido en el seno de la UE tras los resultados de las pasadas elecciones.
Y es que dichos resultadosmuestran un cambio en la correlación de fuerzas en Europa. La hegemonía absoluta de Alemania probablemente ha llegado a su fin. El debilitamiento del poder de la CDU alemana, el retroceso del poder del PP europeo (en el que la CDU de Merkel llevaba la voz cantante) y el cuestionamiento del bipartidismo (por primera vez, populares y socialdemócratas tienen menos del 50% de los escaños), han alterado todas las previsiones sobre el reparto del poder que se habían hecho antes de las elecciones. Merkel, que lo había apostado todo a la elección de su hombre, Manfred Weber, al frente de la Comisión Europea, se está viendo obligada a una compleja negociación con socialistas (encabezados por Pedro Sánchez) y liberales (bajo la batuta de Macron), que a estas horas no ha llegado todavía a ningún acuerdo. El reparto final de estos puestos dará una primera imagen de la nueva correlación de fuerzas en Europa y, en concreto, de las limitaciones que se van a establecer al poder omnímodo ejercido por Alemania en la última década, en especial durante el período de la última gran crisis económica, que se acabó saldando con una economía alemana enormemente vigorizada, mientas Francia e Italia menguaban, el sur (Grecia, Portugal y España), sometidas al dogal de los rescates, los recortes y los ajustes, las pasaba literalmente canutas, y Gran Bretaña daba el portazo y se iba. Diez años después, el panorama ya no es el mismo. La brecha abierta por Alemania sigue siendo real, pero los países del sur ya no están en el mismo nivel de crisis y sumisión, Italia está planteándose su relación con la UE y Francia intenta sacar partido de este nuevo contexto para plantar cara a Alemania: de hecho es Macron quien encabeza la renegociación del poder en Europa, apoyándose en los líderes socialistas de España y Portugal. En juego está no solo quién ocupa cada cargo, sino también las políticas de la UE para un futuro que se plantea lleno de retos y desafíos.
Lógicamente, Alemania quiere los menos cambios posibles. Y trata de garantizar eso con el nombramiento del pupilo de Merkel al frente de la Comisión. Pero eso es justo lo que menos necesita la UE. Aunque la burguesía monopolista alemana es una de las que más resistencia está ofreciendo a los planes de Trump en Europa, sin embargo es también la que, objetivamente, con sus políticas, más allana el camino para su éxito, al imponer egoístamente sus intereses y perjudicar de forma clamorosa los de sus aliados en la UE, a quienes no duda en tratar como subordinados a los que hay que imponer una severa disciplina y un saqueo brutal. La consecuencia es que se ha abierto un foso enorme dentro de la propia UE, entre Alemania y su núcleo de hierro (Austria, algunos países nórdicos, Holanda…) y, sobre todo, el sur y el este de Europa.
Si la UE quiere hacer frente a la ofensiva desestabilizadora de Trump, salvaguardar su unidad, afirmar su propio proyecto y ocupar un futuro destacado en el mundo, tendrá que fijar una nueva hoja de ruta. Una hoja de ruta que afronte de forma consecuente sellar los dos grandes abismos internos por los que podría descarrilar: el abismo entre unos países y otros, y el abismo dentro de cada país, entre la acumulación de poder y riqueza de las burguesías monopolistas y la creciente precarización y depauperación, no solo de las clases trabajadoras, sino incluso de amplias capas de las clases medias.
La UE solo podrá avanzar hacia una mayor integración y a una reformulación de su proyecto, incluido el capítulo de su propia defensa, si cuenta con la solidaridad de sus socios y, lo que es decisivo, el apoyo activo de la población. Una burocracia encastillada en Bruselas y sin el menor contacto con los pueblos, que no conoce otra cosa que lo que dicen las estadísticas, llevará a Europa al desastre.
Las recientes elecciones europeas han puesto de relieve muchas cosas. Entre otras, que el verle las orejas al lobo (el peligro real de la ultraderecha), sectores significativos de las clases medias y del pueblo trabajador se han movilizado activamente, parando los pies a Trump. Es necesario contar con ese impulso para seguir avanzando. Solo con los despachos no se logrará salir de la actual parálisis.