Cuando estamos a las puertas del segundo aniversario del 1-O, asistimos a un escenario en Cataluña donde el fracaso de las “aventuras unilaterales” se ha traducido en un retroceso del “procés”, cuyas élites aparecen cada vez más divididas y enfrentadas.
Los hechos, incluido la celebración de una diada con menor participación y proyección política que en años anteriores, avalan este diagnóstico. Pero conviene evitar la complacencia de considerar el “procés” poco menos que desactivado. Están divididos y en retroceso, pero siguen siendo peligrosos. Especialmente cuando, tras la publicación de la sentencia del juicio a los políticos independentistas encarcelados, y en medio de un panorama europeo especialmente convulso, vamos a asistir a nuevas maniobras para hurgar en la herida abierta en 2012.
¿De dónde venimos?
El 6 y 7 de septiembre, el Parlament de Catalunya fue tomado por el “procés”. Para poder aprobar un camino de ruptura sin contar con la mayoría suficiente para ello se pulverizó no ya la Constitución sino el propio Estatut catalán, y se maniató a la oposición privando a sus diputados de sus derechos políticos.
Fruto de ello, con una exigua mayoría parlamentaria -inferior a los dos tercios que el propio Estatut fija para aquellas decisiones de especial trascendencia-, y que representaba a menos del 50% de los votantes, se aprobaron la Ley de Referéndum, que dio lugar al 1-O, y la llamada “ley de desconexión con España”.
Pocos días más tarde, el 1 de octubre, un referéndum convocado sin las mínimas garantías democráticas, sin participación ni posibilidad de fiscalización por parte de la oposición, y en el que solo participó el 38% del censo, se esgrimía como la carta que justificaba imponer la independencia contra la voluntad mayoritaria en la sociedad catalana.
No fue una maniobra improvisada. Posteriormente hemos conocido como las élites del “procés” llevaban meses, incluso años, preparando, en la sombra y a espaldas del Parlament, la ejecución de la ruptura.
Conviene que lo recordemos, ahora que, con la publicación de la sentencia del juicio al “procés”, asistimos a una completa subversión que pretende presentar como “proceso democrático” lo que en realidad fue una imposición antidemocrática.