“Vamos pa’ atrás”. ¿Quién no ha oído esa frase tantas veces en los últimos años, sea en el bar, en el trabajo, o en la universidad? Los millennials vivimos peor que lo hacían nuestros padres a nuestra edad. La precariedad laboral y el alto índice de paro juvenil han provocado que perdamos poder adquisitivo. La Emergencia Climática amenaza el futuro de nuestro planeta. Santiago Abascal y compañía gozan de toda la cobertura mediática y política para dar rienda suelta a sus embustes francos y abiertos. La falsa promesa del capitalismo de progreso infinito se quiebra ante nuestras narices. Ante esta situación, las clases populares y, en especial, la juventud, nos preguntamos: ¿Hay algún futuro posible?
La respuesta del gran aparato de producción audiovisual anglosajón es: Sí, amigos, hay futuro. Pero uno muy negro. El género distópico está viviendo su edad de oro desde hace una década. Los adolescentes que devoramos todas las sagas de Los Juegos del Hambre, Divergente, El corredor del laberinto, y sus correspondientes adaptaciones cinematográficas, ahora hacemos lo propio con la nueva temporada de Black Mirror, Years&Years o The 100 al llegar a casa del trabajo. Tenemos sed de distopías. Necesitamos canalizar la ansiedad producida por un futuro amenazante, que no comprendemos, pero que tenemos que aceptar. Ya nos lo avecinaba Fukuyama, como vocero del Imperio norteamericano, al sentenciar en su libro El fin de la historia y el último hombre: ante la caída de la URSS, el capitalismo es el único camino posible. No hay alternativa. El futuro será negro, sí, pero es el único que hay.
Cuentos para no dormir
Volver atrás es precisamente lo que quieren hacer los fanáticos religiosos de El Cuento de la Criada, una serie distópica entre tantas, sí, pero que destaca por zambullirse en uno de los temas más candentes y reivindicados del momento: La opresión sistemática de la mujer. La serie retrata un mundo en el que la tasa de natalidad ha caído en picado por culpa de la contaminación y “el modo de vida liberal”. Algo así como decir que que las mujeres seamos libres ha jodido el planeta. Ante eso, un grupo organizado de hombres pudientes, Los Hijos de Jacobo, dan un golpe de Estado en Estados Unidos y bautizan al nuevo país como Gilead. Imponen un régimen policial y someten a las mujeres fértiles, las llamadas criadas, a ser incubadoras humanas de la clase dominante.
Primero, las mujeres fértiles son capturadas y confinadas a unos centros de reeducación, para encajarlas en su nuevo papel en la sociedad. Se les despoja de toda identidad: les proporcionan su uniforme de criada, una capa roja con un velo blanco. Luego, les harán renunciar a su nombre para adoptar el del hombre de la casa. Por ejemplo, la protagonista, que es propiedad del Comandante Fred Waterford, uno de los mandamases de Gilead, pierde su nombre original, June, para llamarse “Defred”.
Las criadas no son más que los úteros con patas de sus casas. Una vez al mes las familias celebran la Ceremonia, un acto en el que el hombre violará a su criada en presencia de su mujer. En caso de que esta se quede embarazada, el bebé es considerado hijo del matrimonio. La criada se quedará en la casa hasta que el bebé no dependa de ella. Después, la trasladarán a otra casa, adoptará otro nombre y tendrá que repetir el proceso. Fácil, rápido y para toda la familia, según ellos.
Un sistema de lo más cruel, que arrebata toda humanidad a las mujeres para explotarlas sexual y reproductivamente. Esto nos remite a una realidad muy concreta: La de los vientres de alquiler. Mujeres que tienen que vender su capacidad reproductiva al mejor postor para vivir. Práctica que muchos liberales defienden porque, según ellos, es su elección. Como en la serie, cuando la embajadora de México le pregunta a June si es feliz habiendo escogido esta vida de sacrificio, y ella responde con una sonrisa que sí. La libertad individual de mentir bajo la atenta mirada de tus carceleros.
Un espejo de los 80
Esta serie de la Metro-Goldwyn-Mayer Television de tres temporadas está basada en un libro de homónimo título de Margaret Atwood, conocida autora feminista canadiense. La obra se publicó en 1985, y se gestó durante las victorias de Ronald Reagan y Margaret Thatcher en EEUU y Reino Unido, respectivamente. La línea más dura de la burguesía norteamericana tomaba el control de la primera potencia mundial en plena disputa con la URSS. Con ello, los movimientos por los derechos sociales organizados durante los 60 y 70 temían un retroceso en sus victorias.
Estos años 80 se miran en un espejo, y en su reflejo encuentran la mirada de la sociedad norteamericana que vivió 2017, el año en el que Donald Trump se proclamó presidente de la primera potencia mundial. Su victoria tuvo una calurosa acogida por parte de los sectores más amenazados por su discurso: 500.000 mil personas salieron a manifestarse en Washington por los derechos civiles. Unas protestas que rápidamente germinaron en 54 países más. Solo tres meses después se estrenaba El Cuento de la Criada. El futuro sombrío que auguraba el aliento de Trump se oscurecía hasta convertirse en la noche absoluta de June: una editora, madre, mujer y con estudios universitarios que se veía obligada a convertirse en una incubadora con patas para la clase dominante.
¿No hay alternativa?
La distopía, pues, tiene un doble carácter. Por un lado, funciona como sedante. Estamos mal, sí, pero podríamos estar peor, como en la tele. Por otro, es un producto natural del declive de los EEUU y de la gestión de Trump. Así lo demuestra el catálogo interminable de series y películas que nos han dado las productoras norteamericanas y británicas de los últimos años. La narrativa que nos ofrece la maquinaria audiovisual anglosajona es que este es el futuro que debemos acatar, sin alternativa posible.
¿Realmente no hay alternativa? Leer el mundo en esta clave es olvidarse del resto de países que luchan por su independencia y prosperidad. América Latina se resiste a los intentos de poner orden del imperio; las revueltas populares de Argelia, Sudán y Libia; la huelga de más de 200 millones de personas en India, y China actuando como punta de lanza de toda la corriente antiimperialista que recorre los países del tercer mundo. También en Europa y en EEUU encuentran oposición.
El futuro negro es el suyo, el de los que someterían a las Junes del mundo si tuvieran que hacerlo con tal de proteger su planeta, su status quo. Pero las criadas de la tierra sí tenemos alternativa.