A una década de la derrota de ETA

Diez años sin ETA: los riesgos de los falsos relatos

Hace 10 años se certificó la derrota del terrorismo fascista de ETA, que se ha ido para nunca más volver. Pero queda por resolver la batalla del relato. En ella debemos separar el recuerdo veraz de lo que sucedió de versiones falsas o tendenciosas.

El 20 de octubre de 2011, ETA anunciaba que dejaba de matar. Tras 854 asesinatos, un rastro de más de 7.000 heridos y 100.000 extorsionados, obligar decenas de miles de vascos a abandonar su tierra… ETA admitía su derrota. Certificada con la entrega de las armas y la disolución de la banda terrorista en 2018.

Diez años después, toda la sociedad española celebramos que ese final fue definitivo.

Al conmemorar este décimo aniversario se ha vuelto otra vez la mirada atrás, rememorando los hechos. Es un imprescindible ejercicio de memoria. Pero es necesario separar el recuerdo veraz de lo que sucedió de algunos relatos defectuosos. Aquellos que, por ejemplo, eliminan a quienes más contribuyeron a acabar con el terror y ocultan a algunos de los que se beneficiaron de él.

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Eliminar al protagonista

La desaparición de ETA ha sido un éxito colectivo. No se ha entregado precio político alguno que justifique o blanquee los totalitarios objetivos que pretendían imponer. Se ha fortalecido, en una lucha común contra el terror, la unidad del conjunto del pueblo de las nacionalidades y regiones de España.

Intentaron imponer un fascismo étnico donde se silenciaba o eliminaba físicamente al disidente. Sembrando un terror que buscaba someter a la población. Y fracasaron. Ellos perdieron y los demócratas y antifascistas ganamos.

¿Cómo se llegó a ese 20 de octubre de 2011? ¿Qué factores obligaron a ETA a asumir su fracaso?

En algunos de los reportajes publicados estos días se atribuye la derrota de ETA a “la acción de todos los poderes del Estado”. Desde la persecución judicial al entorno de la banda terrorista a la eficacia policial, desactivando comandos o descabezando una tras otra las sucesivas cúpulas de ETA.

Y se señala la importancia de la “colaboración internacional”, desde la intervención de “mediadores” como la institución suiza Centro Henri Dunant o las nuevas condiciones creadas tras el 11-S al apoyo de gobiernos europeos o de EEUU.

Algunos de estos factores influyeron en el desenlace, otros son discutibles.

Un poderoso movimiento de lucha popular, integrado por comunistas, cristianos de base, sindicalistas, activistas sociales, intelectuales… se enfrentó durante décadas al terrorismo. Imagen de la primera manifestación contra ETA en junio del 78, convocada por el PCE de Euskadi

Pero es sorprendente que en la mayoría de los reportajes publicados se haya eliminado al principal protagonista. Parece como si no hubiera existido, durante décadas, un movimiento de lucha organizado que se enfrentó valientemente al terror.

Pero estuvo presente, desde el principio, y fue el factor clave que contribuyó a la derrota de ETA.

El 28 de junio de 1978, en repulsa del asesinato a manos de ETA del director de la Hoja del Lunes de Bilbao, decenas de comunistas, convocados por el PCE de Euskadi, impulsaron la primera manifestación contra el terrorismo.

Cristianos de base, miembros de movimientos sociales o sindicalistas se movilizaron contra el terror. Impulsando organizaciones como Gesto por la Paz, que celebraba concentraciones en 130 puntos de Euskadi y Navarra denunciando cada atentado terrorista.

Las víctimas del terror, lejos de permanecer pasivas, se organizaron en múltiples plataformas de lucha: la AVT, Covite…

Y en julio de 1997, ante la ejecución anunciada del joven concejal del PP en Ermua, Miguel Ángel Blanco, un tsunami de movilizaciones recorrió toda España, con epicentro en Euskadi.

De esta oleada de lucha popular surgieron organizaciones como el Foro de Ermua o Basta Ya, impulsores de una rebelión democrática que tomó las calles de Euskadi con multitudinarias manifestaciones.

Foto de la participación de Unificación Comunista de España (UCE) en la gran manifestación convocada por Basta Ya! en septiembre de 2000 en San Sebastián

Nuestro partido, Unificación Comunista de España, ha sido parte integrante de este enorme movimiento de lucha antifascista. Señalando ya en los primeros años de la transición, bajo el contundente título de “ETA negra”, que el terrorismo es siempre fascismo. Participando en las principales movilizaciones de la rebelión democrática. Y con la valiente actividad de nuestros militantes y cuadros en las calles y pueblos de Euskadi durante los años más duros, denunciando a ETA pero también a quienes, como los Arzallus e Ibarretxe, alentaban el terror para imponer sus reaccionarios proyectos.

La lucha contra el fascismo, y la batalla contra el terror de ETA sin duda lo fue, no puede ganarse si no es con la lucha popular y la movilización ciudadana.

Si se explica el final del franquismo eliminando la enorme oleada de luchas populares que lo condujo a la quiebra se está falseando nuestra memoria. Si se elimina de la derrota de ETA la actuación del movimiento de lucha contra ETA y frente a quienes se beneficiaban del terror que imponían, están rebajando nuestras defensas.

La lucha popular contra el terror fue el factor clave que permitió derrotar a ETA

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Falsos méritos…

Hay quien todavía hoy se empeña en que reconozcamos los “méritos” de personajes como Arnaldo Otegi en el final de ETA. E incluso incluyen entre quienes realizaron aportaciones para “conseguir un escenario de paz” al “sector de ETA que quería acabar con la violencia”.

Esta es una falsificación de la memoria. Y lo que sucedió fue exactamente lo contrario.

Arnaldo Otegui

Si existieron sectores del mundo abertzale que condenaron el terrorismo, formando organizaciones como Aralar, ahora integrada en Bildu.

Pero Otegi no forma parte de ellos. Ni mucho menos los dirigentes de ETA que decretaron su disolución.

No llegaron al abandono del tiro en la nuca por ninguna “reflexión ética”. Fueron arrinconados y obligados a aceptar su derrota.

Diez años después del final del terrorismo, Otegi ha realizado una “declaración solemne” en la que afirma “sentir el dolor” de las víctimas de ETA, añadiendo que “nunca debería haberse producido”.

Se ha señalado que estas palabras serían impensables hace años en boca de alguien como Otegi, y Pablo Iglesias las considera como la prueba de su “plena normalización democrática”.

¿Es suficiente? No. ¿Es una autocrítica que enfrenta el daño causado? No.

No basta con desear que algo no hubiera pasado. Sucedió. Existieron durante décadas los tiros en la nuca, los coches bomba, la extorsión, el acoso a quien se negaba a aceptar sus delirios etnicistas… Y personajes como Otegi justificaron, fomentaron y ejecutaron ese terror. Utilizaron el “conflicto con España” para alentar los crímenes fascistas.

Las palabras de Otegi no se parecen en nada a una autocrítica sincera. Una autocrítica no es desear que los ataques contra las víctimas no se hubieran producido, es rechazarlos tajantemente y calificarlos como fascismo, y es reconocer como fueron cómplices, o en el caso de Otegi ejecutores, del fascismo. Denunciando como, en el máximo grado de perversión, intentaron hacer pasar el fascismo como revolución.

Esta es la única vía posible para una reconciliación plena. Y es una exigencia ineludible.

El reconocimiento de falsos méritos a quien fue ejecutor y no parte de la solución, no solo enturbia peligrosamente nuestra memoria. Impide al conjunto de la izquierda abertzale afrontar una imprescindible autocrítica, que les permita expulsar el veneno que durante años les condujo al delirio de aceptar el fascismo como liberación nacional.

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… y falsificaciones tóxicas

Si el terror de ETA persistió durante casi 50 años fue porque quien tenía poder para hacerlo lo amparó y se benefició de él.

Iñaki Anasagasti fue durante décadas uno de los principales referentes de los sectores más reaccionarios del PNV. Defendió el “plan Ibarretxe”, ese intento de construir una Euskadi independiente donde se suprimirían los derechos políticos de los vascos que también se sintieran españoles. Y, en los momentos donde ETA mataba, y mucho, señalaba con un dedo acusador a quien se enfrentaban al terrorismo.

Ahora, Anasagasti nos ofrece su visión sobre “el fin del muro de ETA”.

No define a ETA como asesinos fascistas, lo que en realidad fueron, sino como un “grupo de jóvenes inquietos y audaces que se radicalizaron”. Y, frente al “espíritu totalitario” de ETA, Anasagasti enfrenta como ejemplo de democracia… a Xabier Arzallus.

Si el terror de ETA persistió durante casi 50 años fue porque alguien lo amparó y se benefició de él

Cabe recordar que Arzallus, durante décadas tótem del sector más etnicista del PNV, teorizó la necesidad de que “unos [ETA] sacudan el árbol para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas”.

En las manifestaciones contra el fascismo étnico se coreaba “Arzallus apunta y ETA dispara”. No era una metáfora, sino una denuncia de hechos brutales. Antes de que ETA atentara, Arzallus señalaba los blancos -jueces, políticos, miembros de la rebelión democrática…-.

Los Arzallus e Ibarretxe necesitaban ese grado de terror para forzar a los vascos a aceptar la pesadilla de una Euskadi segregada y étnicamente pura donde ellos concentraran todo el poder.

Y otros centros de poder también utilizaron el terror. Se recuerdan las palabras de Adolfo Suárez afirmando:  “me voy de la presidencia sin saber si ETA cobra en dólares o en rublos”. Seguro que en las dos monedas. ETA se sumo con una macabra oleada de atentados al acoso para obligar a dimitir a un Suárez que se negaba a aceptar el mandato norteamericano para integrar a España en la OTAN de forma inmediata. Y se recuerda una tormentosa reunión con Giscard d´Estaigne, entonces presidente galo, donde Suárez le exigió que Paris cerrara el santuario que ETA disfrutaba en el sur de Francia.

El terrorismo de ETA fue, y es necesario redordarlo, una vía de intervención exterior empuñada por las grandes potencias para dominar España.

Esta es una parte esencial de la memoria histórica en la lucha contra el fascismo étnico, y no debemos permitir que sea subvertida.