No solo es necesario combatir la desmemoria, también una peligrosa adulteración de la memoria histórica, que subvierte los hechos de nuestro pasado reciente para vaciarlos de su contenido más revolucionario.
Villanueva de la Sijena, un pequeño pueblo de la provincia de Huesca del que pocos catalanes habían oído hablar, se ha convertido en uno de los protagonistas de la campaña electoral del 21-D.
Del monasterio enclavado en esta localidad proceden las obras de arte trasladadas a Cataluña y posteriormente compradas por la Generalitat, que desde 1996 ha dado origen a un pleito en el que el gobierno aragonés exige su devolución.
En plena campaña de las elecciones catalanas, una jueza ordenó el traslado a Huesca de 44 de estas obras que se exhibían en el Museo Diocesano de Lleida. Operación aprobada por el ministerio de Cultura, que tras el cese del gobierno catalán administraba las competencias de la conselleria de cultura de la Generalitat.
Inmediatamente, los partidos independentistas se lanzaron a denunciar un nuevo “expolio” impuesto “desde España” contra “las riquezas catalanas”.
Desde Bruselas, el ex conseller de Cultura de la Generalitat, Lluis Puig, afirmaba que “estamos en el campo de los excesos del 155, y hay barra libre”. Y Carles Puigdemont se pronunciaba contra “un golpe de Estado para expoliar Cataluña con absoluta impunidad”.
De lo que nadie parece querer hablar es de los hechos, de esa verdad histórica que se subvierte para utilizar el “caso Sijena” con el objetivo de dividir y enfrentar a Cataluña con el resto de España.
Todo comenzó en 1936, cuando el incendio del Monasterio de Santa María de Sijena motivó el traslado de 120 metros cuadrados de sus frescos románicos a Barcelona para garantizar su conservación.
Continuó en 1960, cuando el Museo Nacional de Arte de Cataluña, se llevó otros 50 metros cuadrados de frescos de Sijena.
Y culminó entre 1983 y 1994, cuando las monjas de la Orden de San Juan de Jerusalén, que habían abandonado el monasterio, instalándose en Cataluña, vendieron 97 obras a la Generalitat. La poco cristiana avidez de dinero de las monjas, les llevó a vender sin comunicar la operación a las autoridades aragonesas, tal y como obliga la ley al estar catalogado el monasterio como Monumento Nacional.
Durante años, los vecinos de Sijena y el gobierno aragonés han reclamado la devolución de las obras. La justicia les dio la razón. Y en junio pasado -con un silencio mediático- ya se trasladaron a Sijena 51 obras exhibidas en Lleida.
¿Dónde está en los hechos el “expolio” español contra Cataluña que Puigdemont denuncia? El origen del conflicto está en las malas prácticas de sectores eclesiásticos, y en la actuación de la Generalitat aprovechándose de ellas.
Se puede discutir si el momento más adecuado para ejecutar la devolución era una campaña electoral marcada por una elevada tensión. Pero hablar de “ataque de España para robar las riquezas de Cataluña” es una grosera subversión de la historia.
De Sijena a Salamanca
El traslado de las obras de Sijena ha hecho recordar el conflicto conocido como “los papeles de Salamanca”. Cuyo origen fue la exigencia de la devolución a Cataluña de los documentos incautados por las tropas franquistas al final de la Guerra Civil. Y que eran exhibidos en el Archivo de la Guerra Civil Española en Salamanca.
Se vivieron entonces otros ataques contra la memoria histórica, no basados en el olvido total de los hechos, como en el caso de Sijena, sino en una más sutil subversión de la memoria.
Ocultando que en los “papeles de Salamanca” solo encontrábamos referencias a comunistas, socialistas, anarquistas, republicanos… Reunidas para planificar la represión contra los sectores revolucionarios.
No existía en los “papeles de Salamanca” mención alguna a la gran burguesía catalana… que había celebrado con júbilo la victoria franquista como medio para recuperar las fábricas ocupadas por los obreros.
Era de justicia devolver a Cataluña la documentación incautada a la fuerza por el ejército franquista. Igual que lo es la recuperación de los cadáveres enterrados en las cunetas.
Pero rescatar la memoria histórica de la amnesia impuesta es sobre todo recordar a aquellos revolucionarios, poner en primer plano por qué lucharon. Eran comunistas, anarquistas, socialistas… que se levantaron contra el fascismo para avanzar en una transformación revolucionaria de la sociedad.
Ocultarlo es volver a enterrarlos por segunda vez, volver a relegarlos al olvido. Defendiendo una selectiva memoria histórica que nos empuja a olvidar precisamente el horizonte revolucionario por el que ellos murieron y sobre todo lucharon.