El 40% de la capa de hielo que cubría el Ártico ha desaparecido en las últimas cuatro décadas, según los expertos de la ONU. Es una tragedia global… pero al mismo tiempo abre nuevas posibilidades para monopolios y grandes potencias. Lo que antes estaba resguardado bajo toneladas de hielo, ahora empieza a ser accesible.
El océano Glacial Ártico y las áreas de tierra que lo circundan, una superficie 40 veces superior a la de España, alberga riquezas naturales que el deshielo convierte en explotables.
Hablamos de unas abundantes reservas pesqueras, cada vez más valiosas para una población mundial en aumento, de enormes depósitos minerales de carbón, uranio, oro, platino, diamantes… y sobre todo un ingente botín de hidrocarburos.
El Ártico es, tras los países miembros de la OPEP, la región del planeta con más petróleo. Según los cálculos de la Inspección Geológica de EEUU, alberga una cuarta parte del crudo y un 30% del gas natural mundial por descubrir.
La enorme expectativa de ganancias que su explotación anuncia ha generado lo que ya empieza a conocerse como “la batalla del Ártico”, con las principales potencias tomando posiciones.
Pero, a pesar de su importancia, esta no es la principal consecuencia global que la nueva ocupación del Ártico nos puede deparar.
Los nuevos pasos que pueden abrirse a través del Ártico serían más baratos y seguros que las rutas tradicionalmente hegemónicas.
Su estratégica posición le confiere una especial relevancia militar. Tal y como desvela un informe del Instituto Ruso de Investigaciones Estratégicas, “la región tiene gran importancia para los Estados poseedores de una flota de submarinos nucleares (…) desde las posiciones submarinas árticas se pueden alcanzar la mayoría de los blancos importantes en el mundo”.
Y, sobre todo, la navegabilidad del Ártico, una posibilidad antes impensable pero que ahora puede convertirse pronto en realidad, abriría nuevas rutas marítimas más baratas y más cortas para conectar Asia, Europa y América. Que implicarían, por ejemplo, un ahorro del 60% en el coste del trasporte de mercancías desde China a Europa.
Pero el principal efecto geopolítico no sería ese ahorro de costes. Una de las nuevas rutas árticas bordearía la costa norteamericana, uniendo el Atlático y el Pacífico. Otra, la más importante, transcurriría por las costas rusas.
Groenlandia es un microcosmos en el que se reflejan las principales tendencias mundiales
Este trayecto permitiría a las mercancías chinas esquivar el canal de Suez, el de Panamá, o los estrechos de Ormuz o Malaca, todos ellos enclaves bajo control norteamericano.
Las nuevas rutas no solo serían más baratas y seguras -evitando la piratería del Índico, por ejemplo-, sino que sobre todo podrían crear un circuito comercial marítimo global sobre el que EEUU no podría actuar.