El Spitzer descubre un sistema solar con siete planetas como la Tierra, tres de ellos en la zona de habitabilidad.
Trappist-1 es una enana roja ultrafría a 40 años luz de distancia, en nuestro vecindario galáctico, aunque llegar hasta allí nos llevaría 300.000 años con la tecnología actual. Su exótico nombre responde al acrónimo de Telescopio Pequeño para Planetas en Tránsito y Planetesimales (Trappist), un sistema de dos observatorios robóticos de la Universidad de Lieja (Bélgica, aunque ubicado en Chile) que está rastreando las 60 estrellas enanas frías más cercanas a la Tierra.
En torno a Trappist-1, el telescopio espacial Spitzer de la NASA ha hallado un auténtico ‘tesoro del Rey Salomón’ en lo que a búsqueda de exoplanetas se refiere. Un sistema solar en miniatura con ni más ni menos que siete planetas de tamaño terráqueo, y tres (quizá cuatro) de ellos situados en la zona de habitabilidad de la estrella, el intervalo de distancia que permite la existencia de agua líquida, y por tanto de vida.«Nunca se había encontrado un sistema con tantos planetas potencialmente habitables.»
El anuncio de la NASA vino precedido de una gran espectación y ha causado una explosión de júbilo. Si hace pocos años la astronomía de exoplanetas se fijaba como reto pasar de detectar gigantes gaseosos orbitando a estrellas -los llamados ‘Júpiter calientes’- a planetas rocosos de tamaño similar a la Tierra, el desarrollo de las técnicas de detección en muy poco tiempo ha multiplicado los descubrimientos de cuerpos terráqueos. Hace menos de un año los astrónomos celebraban la detección en Próxima Centauri de un planeta que podría albergar vida (ver Foros21 #156), pero el hallazgo de Trappist-1 eclipsa todo lo anterior: nunca se había encontrado un sistema solar con tantas Tierras, ni mucho menos con tantas posiblemente habitables.
Hace tiempo que los científicos le tenían echado el ojo a Trappist-1. El año pasado, un equipo internacional de astrónomos halló tres planetas orbitando en torno a la enana. Pero en un nuevo estudio publicado en Nature, el mismo equipo anuncia la existencia de un total de siete planetas de tamaño similar a la tierra.
El astro, tan pequeño -un 8% de la masa solar, del tamaño de Júpiter- y tenue que estuvo a punto de convertirse en una estrella fallida, pertenece al tipo de estrellas más abundantes (75%) de la Via Láctea: las enanas rojas. Y por ello se han convertido en el lugar favorito de los astrónomos para buscar exoplanetas, y en especial los que se encuentran en la zona ‘ricitos de oro’: ni muy frio, ni muy caliente; ni muy lejanos, ni muy cercanos a su estrella, sólo lo justo para poder conservar el agua en estado líquido, una condición indispensable para la vida tal y como la conocemos. «Cuanto mayor es un planeta, más profunda es la sombra y más fácil es encontrarlo. Igualmente, cuanto más pequeña sea la estrella a la que miras, más fácil es detectar los planetas pequeños», dice Amaury Triaud, de la Universidad de Cambridge y coautor del estudio.
Las enanas rojas presentan además otra ventaja a la hora de buscar exoplanetas habitables: son muchísimo más longevas y estables que las estrellas como nuestro Sol. Consumen hidrógeno con tanta parsimonia que seguirán brillando sin sobresaltos al menos 10 billones de años (700 más que la edad del Universo), y por tanto tienen todo el tiempo del mundo para que la vida pueda surgir y evolucionar.
Los planetas trapenses -llamados b, c, d, e, f, g y h- están muy cerca de su estrella y entre ellos mismos, más o menos como Júpiter de sus satélites. La zona de habitabilidad, al ser una estrella tan débil, está muy cerca del astro. Pero eso hace casi seguro que las fuerzas de marea hacen que todos ellos tengan una órbita sincrónica: el periodo orbital coincide con el periodo de rotación, y los planetas siempre muestran el mismo lado a Trappist-1. Una cara caliente, eternamente diurna y abrasada; y la otra cara fría, permanentemente nocturna y helada. A menos que una atmósfera densa reequilibre las corrientes térmicas.
Pero en eso los astrónomos están de enhorabuena. Como los planetas de Trappist-1 transitan delante de su estrella, es posible analizar la composición de sus posibles atmósferas, lo cual será clave para averiguar si las conservan, si guardan el calor (efecto invernadero) e incluso si hay gases que podamos considerar relacionados con la vida (oxígeno, ozono, metano…). Otro requisito para que un planeta tenga atmósfera es que posea un campo magnético capaz de desviar el viento solar de su estrella, pero al ser de un tamaño terrestre, es muy posible que estos planetas lo tengan. La cercanía de Trappist-1 a la Tierra facilita esas averigüaciones: “todas las señales que recibimos provenientes de allí tienen una intensidad suficiente para que podamos extraer de ellas datos potencialmente asombrosos”, afirma Jorge Zuluaga en Science.«Dentro de muy poco, el telescopio James Webb desentrañará los secretos de Trappist-1»
La diferente distancia a su estrella hace que sólo algunos planetas del sistema Trappist sean candidatos a albergar vida. Los modelos climáticos desarrollados por los astrónomos sugieren que los planetas interiores (b, c y d) serían demasiado cálidos para tener agua líquida en cantidades significativas, aunque hay quien piensa que Trappist-1d quizá sí se encuentre dentro del límite de la zona de habitabilidad. En el otro extremo, Trappist-1h (cuya existencia aún está por confirmarse) sería demasiado frío y helado.
Son los planetas intermedios (e, f y g) los que hacen que los exobiólogos salten de emoción: podrían tener grandes cantidades de agua líquida superficial. Los investigadores creen que Trappist-1f en particular es el mejor candidato para albergar vida. Es un poco más frío que la Tierra, pero con suficientes gases de efecto invernadero podría ser un mundo oceánico.
La vecindad cósmica de Trappist-1 hace que ya podamos empezar a investigarlo con los telescopios terrestres -por ejemplo el programa CARMENES del CSIC, en Calar Alto (Almería)- y con instrumentos espaciales como el Hubble o el Spitzer. Pero lo mejor está por llegar. El año que viene la NASA tiene programado poner en órbita el nuevo telescopio espacial James Webb, mucho más potente que sus antecesores y especialmente equipado para el estudio de los exoplanetas y de las trazas de vida. No hay un sólo corazón amante de la astronomía cuyo pulso no se acelere al pensar en la información que el James Webb nos revelará cuando apunte su ojo hexagonal hacia Trappist-1.