A Europa ya no le queda tiempo para seguir mirándose el ombligo, para seguir aplicando una política de parches ni para formular políticas de buenas intenciones, que se olvidan al primer obstáculo o al primer rebuzno de la nueva Administración americana. Es necesario un cambio del núcleo rector y una política distinta, para no quedarse varados en la orilla, amenazados por las dentelladas de sus rivales, adversarios, competidores o enemigos.
Trump a la ofensiva
Dos hechos recientes han calentado la agenda europea, al tiempo que indican de forma inequívoca que entramos en “nuevos tiempos”. Por un lado, la visita de Trump a Londres. Sin duda irritado por el fracaso de su intento de tomar el Parlamento europeo desde dentro con su troupe de fuerzas ultraderechistas, el emperador entró en la capital británica como búfalo en cacharrería, exigiendo un Brexit duro y sin acuerdo, “nombrando” al sucesor de Theresa May y promoviendo un acuerdo comercial bilateral que convertirá la economía (y hasta la salud) de los británicos en un asunto made in USA. Trump dejó bien claro que con la UE actual solo cabe “la guerra”, la comercial y la diplomática, y un clima permanente de división, hostilidad y conflicto, si no se someten a su “ordeno y mando” y agachan la cerviz ante sus demandas. Los tiempos han cambiado. El “suave yugo” americano sobre una Europa deseosa de ser “protegida” por EEUU, que ha gobernado las relaciones de dominio y sumisión desde el fin de la II guerra mundial, se ha terminado. Y a menos que el paso de Trump por la Casa Blanca sea solo un paréntesis de 4 años, y los demócratas vuelvan en 2020 a retomar el timón del Imperio, ese cambio puede hacerse irreversible. A los mandatarios europeos les cuesta hacerse a la idea de que su “aliado y protector” les ha dado la espalda, se ha vuelto un amo tiránico, y ha dejado de ser un amigo fiable para convertirse en un ogro y un rival. La mayoría de las burguesías monopolistas europeas preferiría volver a la casilla de salida, y seguir teniendo un emperador benévolo. Pero si esto no es así, no les queda más remedio que aceptar el cambio en las reglas de juego… y afrontar los desafíos y nuevos retos de la situación si no quieren que Europa se rompa, se hunda y se convierta en una realidad irrelevante, acechada por las dentelladas de sus rivales.
El “suave yugo” americano sobre una Europa deseosa de ser “protegida” por EEUU, que ha gobernado las relaciones de dominio y sumisión desde el fin de la II guerra mundial, se ha terminado.
Respecto a las intenciones inmediatas de Trump, estas parecen muy obvias: al tiempo de su visita a Londres y durante las conmemoraciones del 75 aniversario del desembarco de Normandía, el Pentágono lanzaba un anuncio ominoso contra el proyecto de defensa europeo, tibiamente bosquejado hasta ahora por Francia y Alemania. EEUU exigió sin contemplaciones que su industria de armamento tenga acceso a todo el plan militar europeo. Eso o EEUU abandonará la defensa de Europa. Y, por otra parte, tras asegurarse de que su hombre (Boris Johnson) tomará el poder en Londres y conducirá a Gran Bretaña a una ruptura salvaje con la UE (aunque ello sea contraproducente para la economía británica), va preparando la siguiente jugada para continuar intentando doblegar, romper o incluso deshacer la UE.
Trump va a seguir, pues, su ofensiva contra la UE actual, utilizando todas las bazas de que dispone
Aunque su plan de tomar el parlamento europeo desde dentro obtuvo un cierto fracaso globalmente considerado (la ultraderecha no ha aumentado significativamente su presencia en el hemiciclo), sí que ha logrado importantes victorias parciales. La mayor de todas es el triunfo de Salvini en Italia, con cerca del 35% de votos. El ministro del interior italiano, y líder de la operación orquestada por Bannon, se ha convertido en “el hombre fuerte de Italia”, ha tomado la iniciativa política en el país transalpino y maneja al actual gobierno italiano, una coalición con el Movimiento 5 Estrellas, en la que se comparte la hostilidad hacia Bruselas. No es un secreto que el actual gobierno italiano podría estar preparando una jugada fuerte en el tablero europeo: ya fuera el abandono del euro (se habla ya de que Italia está estudiando la creación de una nueva moneda) o incluso el Italexit, la salida de la UE. Los pros y contras de esta jugada seguro que han estado sobre la mesa en el reciente viaje de Salvini a Washington, en el que el italiano se ha reunido con toda la cúpula de halcones que rodean a Trump, desde Pompeo hasta Bolton.
Trump va a seguir, pues, su ofensiva contra la UE actual, utilizando todas las bazas de que dispone: desde el “grupo de Visegrado” (integrado por los antiguos países del Este, alineados hoy con el euroescepticismo, capitaneado por los polacos y por el húngaro Orban) hasta una presión militar asfixiante, desde Italia hasta el problema migratorio, desde la guerra comercial al terrorismo… así hasta lograr una mayoría de gobiernos afines que liquide el sueño de una Europa autónoma y solidaria y aumente las condiciones de degradación y saqueo de Europa, que la línea Trump necesita imperiosamente para desarrollar su política de cerco a China. Una línea que comienza a dividir a las burguesías monopolistas de Europa y que podría acabar teniendo un efecto devastador sobre el futuro de Europa.
Nuevo reparto del poder
El segundo factor que va a alterar y modificar la situación es el cambio en la correlación de fuerzas en Europa, puesto de manifiesto por los resultados electorales. La hegemonía absoluta de Alemania probablemente ha llegado a su fin. El debilitamiento del poder de la CDU alemana, el retroceso del poder del PP europeo (en el que la CDU de Merkel llevaba la voz cantante) y el cuestionamiento del bipartidismo (por primera vez, populares y socialdemócratas tienen menos del 50% de los escaños, amén de una brutal caída del SPD), han alterado todas las previsiones sobre el reparto del poder que se habían hecho antes de las elecciones. Merkel, que lo había apostado todo a la elección de su hombre, Manfred Weber, al frente de la Comisión Europea, se está viendo obligada a una compleja negociación con socialistas (encabezados por Pedro Sánchez) y liberales (bajo la batuta de Macron), que a estas horas no ha llegado todavía a ningún acuerdo: en danza están los cuatro puestos decisivos en el organigrama del poder de la UE (el presidente de la Comisión, el del Consejo europeo, el del BCE y el Alto Representante de la Política Exterior de la UE). El reparto final de estos puestos dará una primera imagen de la nueva correlación de fuerzas en Europa y, en concreto, de las limitaciones que se van a establecer al poder omnímodo ejercido por Alemania en la última década, en especial durante el período de la última gran crisis económica, que se acabó saldando con una economía alemana enormemente vigorizada, mientas Francia e Italia menguaban, el sur (Grecia, Portugal y España), sometidas al dogal de los rescates, los recortes y los ajustes, las pasaba literalmente canutas, y Gran Bretaña daba el portazo y se iba. Diez años después, el panorama ya no es el mismo. La brecha abierta por Alemania sigue siendo real, pero los países del sur ya no están en el mismo nivel de crisis y sumisión, Italia está planteándose su relación con la UE y Francia intenta sacar partido de este contexto para plantar cara a Alemania: de hecho es Macron quien intenta encabezar la renegociación del poder en Europa, apoyándose en los líderes socialistas de España y Portugal. En juego está no solo quién ocupa cada cargo, sino también las políticas de la UE para un futuro que se plantea lleno de retos y desafíos.
La hegemonía absoluta de Alemania probablemente ha llegado a su fin
Lógicamente, Alemania quiere los menos cambios posibles. Y trata de garantizar eso con el nombramiento del pupilo de Merkel al frente de la Comisión. Pero eso es justo lo que menos necesita la UE. Aunque la burguesía monopolista alemana es una de las que más resistencia está ofreciendo a los planes de Trump en Europa, sin embargo es también la que, objetivamente, con sus políticas, más allana el camino para su éxito, al imponer egoístamente sus intereses y perjudicar de forma clamorosa los intereses de sus aliados en la UE, a quienes no duda en tratar muchas veces como subordinados a los que hay que imponer una severa disciplina y un saqueo brutal. En eso los bancos alemanes y sus socios franceses han sido implacables. La consecuencia es que se ha abierto un foso enorme dentro de la propia UE, entre Alemania y su núcleo de hierro (Austria, algunos países nórdicos, Holanda…) y, sobre todo, el sur y el este de Europa.
Si la UE quiere hacer frente a la ofensiva desestabilizadora de Trump, salvaguardar su unidad, afirmar su propio proyecto y ocupar un futuro destacado en el mundo, tendrá que fijar una nueva hoja de ruta. Una hoja de ruta que afronte de forma consecuente ir sellando los dos grandes abismos internos por los que podría descarrilar: el abismo entre unos países y otros, y el abismo dentro de cada país, entre la acumulación de poder y dinero de las burguesías monopolistas y la creciente precarización y depauperación, no solo de las clases trabajadoras, sino incluso de amplias capas de las clases medias.
La UE solo podrá avanzar hacia una mayor integración y a una reformulación de su proyecto, incluido en el capítulo de su propia defensa, si cuenta con la solidaridad de sus socios y, lo que es decisivo, el apoyo activo de la población. Una burocracia encastillada en Bruselas y sin el menor contacto con los pueblos, que no conoce otra cosa que lo que dicen las estadísticas, llevará a Europa al desastre.
Las recientes elecciones europeas han puesto de relieve muchas cosas. Entre otras, que el verle las orejas al lobo (el peligro real de la ultraderecha), sectores significativos de las clases medias y del pueblo trabajador se han movilizado activamente, parando los pies a Trump. Es necesario contar con ese impulso para seguir avanzando. Solo con los despachos no se logrará salir de la actual parálisis.