La muerte por suicidio, la semana pasada, de Miguel Blesa, el hombre que estuvo casi dos décadas al frente de la cuarta entidad financiera de España, plantea no pocas preguntas y puede resultar más ilustrativa de lo que a primera vista parece.
Toda crisis crea conceptos y enunciados nuevos, y la actual en eso no ha sido diferente. Por ejemplo, ahora tenemos la expresión «banco sistémico»: entidad que por su tamaño no se puede dejar ir a la quiebra, pues su caída pondría en peligro todo el sistema financiero. Si entra en crisis, tiene que se rescatada, no puede caer.
¿Pero qué ocurre con los banqueros que estaban a la cabeza de esas entidades y tienen que hacer frente a sus responsabilidades por una mala gestión? ¿Qué pasa con los banqueros que devienen, de pronto, en «delincuentes»?
La muerte por suicidio, la semana pasada, de Miguel Blesa, el hombre que estuvo casi dos décadas al frente de la cuarta entidad financiera de España, plantea no pocas preguntas y puede resultar más ilustrativa de lo que a primera vista parece.
A juicio de algunos carroñeros, que durante años bailaron a su son, buscando sus beneficios y prebendas, y ahora huyen de ello como de la peste, Blesa fue siempre «un don nadie», un «perrillo faldero» de Aznar, que lo puso al frente de Caja Madrid para mangonear a su antojo la caja de la capital de España, un hombre sin temple ni carácter, sin conocimientos ni experiencia, que sucumbió al encanto irresistible del dinero, cayó en todas sus trampas, y cuando fue descubierto, acosado por la justicia, no ha tenido entereza y ha decidido acabar con su vida. Punto y final.
Pero el caso es que esta historia tiene más agujeros que un queso Gruyere. En primer lugar, no estamos hablando de la Caja de Ronda, estamos hablando de Caja Madrid, luego Bankia, la cuarta entidad financiera de España, lo que se ha dado en llamar «un banco sistémico». ¿En verdad se dejó un banco sistémico en manos de un inútil, un incompetente y un flojo total?«Blesa no era un don nadie. Pero en el restringido y exclusivo mundo de las finanzas españolas, Blesa era un outsider»
Es cierto que en la etapa del «boom», una bailarina de ballet llegó a sentarse en el consejo de administración de la CAM. ¿Pero era Blesa un don nadie cuando llegó a Caja Madrid? Veamos. Licenciado en Derecho por la Universidad de Granada, comenzó trabajando en el Cuerpo de Inspectores de Hacienda, cargo para el que sacó la oposición junto con el después presidente del Gobierno, José María Aznar. En los siguientes años, ocupó también diversos cargos técnicos en la Administración Central: en 1979 la Secretaría del Gabinete Técnico del Ministerio de Hacienda, en 1981 fue jefe del Servicio de Tributos de las Comunidades Autónomas, y en 1983 fue nombrado subdirector general de Estudios y Coordinación del Ministerio de Economía. Tras una década, entre 1986 y 1996, ejerciendo la abogacía como especialista en Derecho Tributario, entró en 1996 en el Consejo de Administración de Caja Madrid. Entre 1996 y 2009 presidió dicho Consejo.
No, no era un don nadie. Aunque eso sí, en el restringido y exclusivo mundo de las finanzas españolas, Blesa era un outsider. No pertenecía al cenáculo de la aristocracia bancaria española. No pertenecía a los círculos intocables de la verdadera oligarquía financiera española. Y ya sabemos lo que pasa en España con esas personas, con los Marios Condes o los Ruiz Mateos… si las cosas van bien, se les tolera (de mala gana), pero si van mal se les echa a cajas destempladas, sin ninguna contemplación.
Cuando un banquero de verdad, como Botín, ha tenido problemas judiciales, se ha llegado a cambiar la ley a posteriori para absolverle. Pero cuando se trata de un outsider, toda la ley es poca. La aniquilación es por lapidación.
Al frente de Caja Madrid, Miguel Blesa intentó llevar a cabo los proyectos (que se revelaron más tarde como delirios) de José María Aznar. El proceso arranca en 1996, con la llegada al poder del PP. El contexto era propicio para aventuras importantes. La economía mundial estaba en plena expansión. La entrada en el euro hizo que se canalizaran a España decenas de miles de millones del capital excendentario de los bancos alemanes o franceses…
Todo ello favoreció que se fuera elevando la apuesta. Utilizando el control político sobre algunas de las principales cajas de ahorros -desde Caja Madrid a Bancaja-, los gobiernos de Aznar intentaron dotarse de un músculo financiero que respaldara su ambicioso proyecto político. Se llevó a cabo, además, en connivencia con importantes núcleos de la oligarquía española. Basta con revisar la lista de consejos de administración en los que se sentó Miguel Blesa: Iberia, Endesa, Mapfre… O de monopolios donde Caja Madrid tuvo una presencia accionarial significativa, como Telefónica o Indra.
Pero la «caída» del aznarismo y el estallido de la crisis dio al traste con todo. En pocos meses, los que aspiraban a ser nuevos inquilinos del poder financiero en España debían ser defenestrados. El espacio financiero se achicaba, y los que menos pedigrí tenían fueron los primeros señalados. El “imperio financiero de Aznar” se disolvió como un azucarillo. Era un espejismo: los que de verdad tenían el poder eran otros, eran los de siempre.
Y Bankia, nódulo principal de ese entramado, se colocó directamente en el centro de la diana. Se había permitido que el cuarto banco del país escapara al control directo de los grandes clanes oligárquicos. Era hora de resolver esa anomalía y devolverlo al redil.
Además, alguien tenía que pagar el estropicio. Motivos para el enjuiciamiento no faltaban. En la orgía de esos años, había de todo: las tarjetas black, las preferentes, las remuneraciones extraordinarias, los créditos injustificados… Caja Madrid era, en efecto, una «entidad sistémica»: sostenía todo el sistema. Lo mismo financiaba a Izquierda Unida y CCOO que al PP, lo mismo amparaba periodistas que universidades, o gastaba el dinero a espuertas en actividades de todo género, desde culturales a sociales… El maná de Caja Madrid llegaba a muchos bolsillos. Del Rey abajo, pocos eran los que no se beneficiaban de esa lluvia inagotable de millones.
Pero la súbita conversión de ese «Rey Midas» de una entidad sistémica en un «delincuente» planteaba algunos problemas. Un delincuente «sistémico» es alguien que sabe demasiado. Si un delincuente «sistémico» habla, todo el sistema (irrigado y regado por él durante quince años) podría echarse a temblar. Un delincuente sistémico es un problema, incluso puede ser una amenaza potencial para el sistema.
Miguel Blesa se ha suicidado. Era el camino que, de alguna forma, le habían marcado. Solo, abandonado por todos, denostado, incluso arruinado, le han hecho un pasillo hasta la finca donde guardaba su escopeta. Nadie se ha asustado con el disparo. Nadie se ha molestado en acudir a su entierro.
Y mientras se olvidan sus cenizas, se sigue jugando la partida de verdad. La guerra por el control de Bankia está abierta: los bancos «sistémicos·» españoles y europeos afilan sus cuchillos para clavarlos en la yugular de la cuarta entidad financiera de España, una pieza apetitosa, saneada con 40.000 millones de euros, que pagaremos «entre todos». ¿Quién da más?