La llamada de Obama a Zapatero, y la posterior valoración del hecho difundida mundialmente por el Washington Post -el mismo que destapó el «caso Watergate» y liquidó a Nixon-, ponen sobre la mesa la envergadura de la crisis política en la que hemos entrado y su grado de aceleración.
Las turbulencias y reajustes en la cadena imerialista provocadas por Washington han tenido como primer efecto que la muerte política de Zapatero haya pasado a estar sobre la mesa. Abriendo una coyuntura excepcional en la que todas las fuerzas políticas y de clase (y sus distintos sectores y tendencias) se van a ver obligadas a alinearse ante el nuevo mandato de Washington. Al sentenciar a Zapatero, EEUU ha abierto la caja de los truenos y cualquier opción (una sustitución del presidente, un Gobierno de unidad o un adelanto electoral) es pensable que pueda ocurrir en cualquier momento de las próximas semanas o meses. No es sólo que España haya sido degrada a una tercera o cuarta división mundial, eso ya estaba claro, es que Zapatero ha pasado a convertirse en “veneno para la taquilla”, de acuerdo con las acuciantes necesidades de EEUU y la degradación mundial que esto implica para España. La llamada de Obama es una mensaje inequívoco de que “Zapatero delenda est” (Zapatero debe ser destruido), y en los próximos días, semanas y meses todo va a estar determinado por cómo se ejecuta este decreto imperial. A través de qué correlación de fuerzas internas, qué o quién sustituye a Zapatero y qué plazo se le otorga para salir de la Moncloa; si aún puede prestar un último servicio ejecutando la siguiente fase del plan de ajuste (reforma laboral, nuevas subidas de impuestos,…) o es despedido abruptamente. Mensaje cuyo acuse de recibo ha sido firmado de inmediato, incluso por parte los grupos monopolistas más cercanos a Zapatero que, como el grupo Prisa, al día siguiente de la presentación del plan de ajuste ya le advertían del “inevitable coste político y social que acarreará una decisión que no admitía más aplazamientos”. Advertencia remachada con la lapidaria sentencia de que por fin Zapatero se ha decidido a gobernar, aunque “quizá para durar poco”. Llamada a cobro revertido En el fondo de esta sacudida sísmica están los abismales desequilibrios de la economía norteamericana, convertida en un caballo desbocado, espoleado y sin freno por la acuciante necesidad de recurrir a unos volúmenes ingentes de endeudamiento en una situación en la que los flujos de capitales mundiales han dado un giro en su dirección y se dirigen de forma masiva hacia las economías emergentes. En esta enloquecida carrera por acceder a nuevos capitales que le permitan seguir disponiendo de recursos para mantener la gigantesca deuda con la que sostiene su hegemonía, EEUU está forzando una serie de sacudidas en la cadena imperialista que sólo pueden provocar turbulentos cambios y veloces reajustes. La parada cardiorrespiratoria de Wall Street hace 10 días, cuando la bolsa neoyorquina se desplomó un 10% en veinte minutos, perdiendo el equivalente a un billón de dólares en ese breve lapso de tiempo, es la señal enviada a Obama por el núcleo duro de la oligarquía financiera norteamericana (no de los petroleros tejanos de Bush o del complejo militar industrial, sino del corazón de la oligarquía de Wall Street que lo llevó a la presidencia) para que intensifique estos reajustes, actuando de forma decidida y resolutiva sobre la crisis del euro. El mandato es claro y terminante: Europa debe incrementar la cuota parte que le corresponde de su tributo de vasallaje. Y dentro de Europa, los países más débiles y dependientes no sólo han de tomar las medidas necesarias para el pago inmediato, sino hacer las reformas estructurales que se exigen para asegurar el pago del diezmo en los años y décadas venideras. Y a los delegados locales del imperio renuentes a poner en marcha los nuevos tributos requeridos (como Zapatero hasta hace sólo una semana) hay que ponerlos firmes, exigirles que actúen de acuerdo con las órdenes y directrices recibidas, y, en última instancia, proceder a su relevo inmediato. Hacia una coyuntura excepcional Es esta situación excepcional que vive el campo imperialista bajo dominio de EEUU el que ha provocado un estallido abierto y virulento de la crisis política en España. La llamada de Obama supone el definitivo pistoletazo de salida de esta batalla. En ella, CiU ha tomado la delantera advirtiendo que los acontecimientos de la pasada semana “marcan un antes y un después” en la situación política, reclamando un viraje radical a través de una moción de confianza o unas elecciones anticipadas. El conjunto de la clase dominante española y sus fuerzas políticas ya han manifestado su disposición a someterse a los dictados de la superpotencia. Aunque no haya que excluir que en su seno existan divergencias y contradicciones en cómo hacerlo, es Washington quien marca el contenido y los ritmos, y lo que está en juego es como y a través de que alternativa política se lleva adelante. Y, en este terreno, todas las opciones están abiertas: desde la sustitución inmediata de un Zapatero ya irrelevante y degradado, y su relevo por otro candidato del PSOE, hasta un gobierno de concentración con miembros del PP y CiU (o sin ellos pero con su respaldo parlamentario, permanente o puntual) que lleve adelante el grueso del ajuste, o la posibilidad de unas elecciones anticipadas en el próximo otoño. Elecciones en que todo apunta a una más que previsible correlación de fuerzas en la que el PP aunque conseguiría una sólida mayoría relativa, se vería obligado a gobernar con algún tipo de acuerdo con CiU, resolviendo previamente el espinoso asunto del Estatut. Nuevo gobierno cuya doble misión sería continuar profundizando, ya de una forma estructural, el plan de ajuste y rebaja salarial, mientras por otro lado gestiona los intereses de la oligarquía española y su colocación mundial de acuerdo con el nuevo papel de España, una vez degradada. Un error estratégico Sin embargo, al lanzar este proyecto de rebaja salarial, trasvase de riquezas y degradación de España a una tercera o cuarta división mundial, Washington (y en la medida que les corresponde como agentes secundarios y subordinados a él, Berlín y París) están cometiendo un error estratégico de consecuencias incalculables, al dirigir el centro de sus ataque contra los intereses fundamentales del 90% de la población. Intereses que no sólo se miden en pérdida de salarios y rentas, sino que también afectan, a medida que el plan de ajuste y las reformas estructurales se profundicen, a cuestiones tan sensibles y vitales como no tener una jubilación digna asegurada, convivir con una tasa de paro estructural elevadísima o unos recortes en las condiciones sanitarias capaces de hacer retroceder la esperanza media de vida para la mayoría de la población. Ellos creen tenerlo todo controlado porque, efectivamente, el grado de control que poseen sobre la clase dominante y sobre las castas políticas del país no ha hecho más que ampliarse y reforzarse en las últimas tres décadas. Pero una cosa es controlar a unas miserables y serviles superestructuras del Estado y a un puñado de clanes oligárquicos, y otra bien distinta considerar que ellas son el reflejo del estado de la nación y del pueblo. Un error similar al que cometió Napoleón hace dos siglos al proyectar la invasión de España. También entonces, tanto Napoleón como el resto de grandes potencias del momento consideraban a España como un cadáver exánime. Pero, como relata Marx en “La España revolucionaria”, se encontraron con “una sorpresa fatal al descubrir que, si el Estado español estaba muerto, la sociedad española estaba llena de vida y repleta, en todas sus partes, de fuerza de resistencia”. Igual que Napoleón –“que al no ver nada vivo en la monarquía española, salvo la miserable dinastía que había puesto bajo llaves, se sintió completamente seguro de que había confiscado España”–, también Washington considera que nada se opone a su proyecto de degradar a España porque a su llamada telefónica el poder económico y político español se pone a sus pies. Pero, en su voracidad y en su desbocada necesidad, olvidan que al mismo tiempo que los “grandes de España” se arrodillaban ante Napoleón y le juraban servilmente fidelidad eterna, los criados y siervos de esa misma aristocracia se levantaban contra las tropas invasoras en Madrid, Gerona, Galicia, Asturias o Valencia. Dirigiéndose a atacar los intereses del 90% de la población, el hegemonismo ha cometido un error estratégico de carácter histórico. Esa es su principal debilidad. Y la mayor de nuestras fortalezas.