Cuando un aventurero degenerado como Luis Napoleón Bonaparte quiso reeditar el pasado imperial de su ilustre pariente, Marx sentenció que la historia se repite, pero la primera vez como tragedia y la segunda como farsa.
El procés soberanista en Cataluña ya se ha desvestido de los ropajes de tragedia con que se presentó entre septiembre y octubre del pasado año, para desvelarnos que todas las bravuconadas escondían no ya una farsa sino un descabellado sainete.
Todo en la política del independentismo es exactamente lo antagónico de lo que aparenta.
Quien se presenta como un aguerrido defensor de la república catalana, como Carles Puigdemont, busca el amparo de la monarquía belga, quizá la corona con un pasado más negro a sus espaldas, en la que sus reyes siguen exhibiendo joyas cuyo valor se mide en la cantidad de cadáveres acumulados en el Congo para que puedan lucirlas.
Algunos de los que dicen ser “anticapitalistas”, como Anna Gabriel, dirigente de las CUP, huyen de un estado español señalado como “demofóbico y represor”, y buscan refugio… en Suíza, el lugar que históricamente ha protegido a bancos, grandes fortunas y criminales de guerra.«La farsa siempre esconde un engaño, una estafa. Y eso es lo que se ha producido en Cataluña»
Cataluña ha oscilado siempre entre el “seny” de la bienpensante burguesía y la “rauxa” personificada en gentes como Dalí o Pla. Ahora el idependentismo la ha colocado entre la épica y el sainete.
Algunas farsas catalanas son saludables, como el fenómeno de Tabarnia, presidida por un Boadella que ya denunció el sainete en “Ubú president”, cuando sus protagonistas, en pleno auge del pujolismo andorrano, ostentaban un poder que casi nadie discutía.
Otras farsas son mucho más turbias.
Los dirigentes independentistas se empeñan en hablar de “un sol poble catalá”. Una versión remozada del “españoles todos” franquista, que niega la catalanidad a todos aquellos que no comulgan con sus ruedas de molino.
Pero ellos, los representantes de ese pueblo catalán único y uniforme, están más divididos y enfrentados que nunca.
Puigdemont quiere colocar a Cataluña a la vanguardia de la alta tecnología, inventándose la figura del “presidente por skype”.
Mientras ERC y las élites dirigentes del PDeCAT buscan la forma de deshacerse de Puigdemont y sus deseos de ser investido president, un imposible que solo contribuye a perpetuar el 155, retrasando su anhelado regreso al los despachos de la Generalitat.
Los medios de comunicación catalanes son dignos personajes de este sainete.
Una televisión pública donde siempre, eso sí por azar, todos piensan igual, y que ya empieza a ser conocida maliciosamente como “TV3%”.
Unos periódicos independentistas privados, como Ara y Punt Avui, que han redoblado sus artículos criticando la intransigencia de Puigdemont, reclamándole que de un paso atrás para que pueda formarse gobierno. Es una necesidad imperiosa. Al ser intervenida la Generalitat y dejar de recibir las subvenciones que suponen más del 80% de sus ingresos, están abocados a la quiebra.«Quisieron protagonizar una epopeya, y han acabado convertidos en personajes de un sainete»
Y, en el sumun del delirio, la figura de Jaume Roures, un multimillonario troskista que apoya el independentismo conservador de Mas y Puigdemont, eso si siempre desde la izquierda.
La farsa siempre esconde un engaño, una estafa. Y eso es lo que se ha producido en Cataluña.
Dirigentes independentistas como Joan Tardá se dirigió el pasado septiembre a los manifestantes afirmando que “nosotros tenemos en compromiso de parir la república, y si vosotros no la apoyáis cometeréis un delito de traición”. Otros como Marta Rovira exhibían los resultados del 1-O como un “mandato democrático” que era ineludible cumplir.
Pero al comparecer ante el juez, y ante el riesgo de prisión, se han convertido más rápidamente que San Pablo al caer del caballo.
Desde Junqueras a Artur Mas, todos han repetido la misma música ante el juez. La aprobación de la DUI fue simbólica y la república no iba a “implementarse”. Es más, ellos casi que no eran independentistas. Mientras las dos Martas, Rovira y Pasca, cabezas de ERC y el PDeCAT, cargaban las culpas de todo sobre Puigdemont.
Cuando se concentraron para escuchar la proclamación de la república y Puigdemont la pospuso sin previo aviso, los manifestantes independentistas se retiraron repitiendo: “esto es una estafa, nos han engañado”. La estafa ha resultado ser mucho mayor de lo que se suponía.
Sabían que no tenían mayoría, cuando el apoyo a la independencia se limitó al 38% del censo tanto el 1-O como el 21-D. Pero repetían una y otra vez que hablaban “en nombre del pueblo catalán”.
Quisieron protagonizar una epopeya, y han acabado convertidos en personajes de un sainete.
Pero no están solos. En su comparecencia ante una comisión del Congreso, Alvaro Pérez, “El bigotes”, mano derecha de Correa en las redes corruptas que financiaron al PP, ha reclamado que salgan de la cárcel los politicos independentistas presos. Gurtell y 3%. Dios los cría y ellos se juntan.