Bajo el dominio norteamericano y las imposiciones germanas, la crisis económica, política y social de la UE no puede hacer sino agudizarse, condenando a Europa a una marginalidad mayor en el tablero mundial, de imprevisibles consecuencias.
El 2017 ha sido el año en que se han dibujado todos los perfiles de la profunda crisis de la UE, un proyecto hasta hace muy poco exitoso y ahora sacudido por múltiples turbulencias.
La herida del Brexit ha amenazado con infectarse, enredada en unas engorrosas negociaciones que apenas han permitido acordar los términos de la cuantía que deberá pagar Londres por abandonar la Unión, pero que deja todavía en el aire la naturaleza de la relación que Reino Unido mantendrá con Bruselas.
La locomotora alemana, que aseguraba la continuidad estratégica de la UE, se ha convertido en un nuevo factor de inestabilidad. Merkel cosechó en las recientes elecciones los peores resultados de la democracia cristiana desde la IIª Guerra Mundial, obligando a presionar al Partido Socialista para repetir la “Gran Coalición” como única vía para conseguir un gobierno estable en Berlín. Una crisis política en el centro de Europa que ha paralizado cualquier iniciativa en la UE.
El “banderín Macron”, presentado como alternativa para reformar Europa, ya ha dejado claras sus limitaciones.
Un producto casi puro de la plutocracia francesa como es Macron no puede encabezar “la defensa de una Europa social”. La draconiana reforma laboral que ha pretendido imponer en Francia, o los presupuestos que perdonaban miles de millones en impuestos a los más ricos, al tiempo que imponía un salvaje recorte del gasto público, así lo confirma.
El avance de los partidos xenófobos -con Alternativa por Alemania disparada en el parlamento germano, o la ultraderechista FPO entrando en el gobierno austríaco- reverdece viejos fantasmas.
Mientras el “caso Cataluña” amenaza con volver a activar las tendencias disgregadoras. Y la intransigencia de los recortes sigue agudizando una crisis social larvada.
Ante este panorama, las élites de Bruselas nos proponen “más Europa”, defendiendo “un nuevo salto en la integración europea”. Mientras desde fuerzas de izquierdas, nos plantean la necesidad de “otra UE”, avanzando hacia “una Europa más social e igualitaria”.
Rafael Poch, corresponsal de La Vanguardia en París y profundo conocedor de la política europa, nos ofrece otra visión, que sitúa la crisis de la UE en su verdadera dimensión.
Estableciendo que vivimos “el parto de la multipolaridad”, caracterizado por el declive norteamericano, y la emergencia de países como China. Un periodo que va a dar lugar a una “reconfiguración, a la vez geopolítica y económica” del poder mundial, todavía abierta.
¿Qué lugar corresponderá a Europa en ese nuevo tablero mundial?
Poch nos presenta un futuro nada halagüeño: “La Unión Europea no está participando en el tránsito a la multipolaridad como sujeto autónomo. Con su seguridad hipotecada al atlantismo, cuya potencia hegemónica -Estados Unidos- es un rival comercial que amenaza con tasar un 20% sus productos, su contradicción estratégica está servida. Con los defectos de diseño de su entramado institucional (a la medida de Alemania, potencia exportadora dogmática del ordoliberalismo) que la eurocrisis ha evidenciado, la Unión Europea está particularmente mal preparada y situada para abordar las enmiendas a la globalización actualmente en curso. Esas dos cuestiones generales son las que definen el marco general de la crisis desintegradora de la UE”.
Esta es la realidad a la que se enfrenta la UE, que ningún “cambio de política”, ni por la derecha ni por la «izquierda» podrá cambiar.
El desplazamiento del centro mundial hacia Asia coloca a Europa ante una desconocida marginalidad en el tablero mundial.
En el terreno económico basta recordar que entre 2008 y 2016 el peso de los cinco mayores países de la UE en el PIB mundial ha descendido desde el 18,8% al 15,8%. Mientras el de los BRIC aumentaba desde el 7,9% al 22,3%.
En el terreno político, recordar como Trump celebró su primer año como presidente con una gira por Asia, mientras ninguneaba a Europa.
El sometimiento a los dictados norteamericanos condena a Europa a sufrir las peores consecuencias de los cambios globales.
Permitiendo a EEUU imponer una mayor cuota de tributos, a través de los recortes o inundando Europa de “bonos basura”.
Obligando a una mayor participación en las guerras imperiales -en Europa del Este o en Siria-, para que Washington pueda concentrar sus fuerzas militares en Asia-Pacífico.
Una situación agudizada por la intransigencia germana para cargar toda la factura de la crisis sobre los pueblos y países más débiles y dependientes en el seno de la UE.
A lo que se enfrenta Europa no es a “los excesos de las políticas neoliberales”, que pueden resolverse con “medidas sociales”. El problema es más grave y de mayor calado. Sin cuestionar el dominio norteamericano, y las imposiciones de Alemania, no habrá política alternativa posible que consiga salvar a la UE.