El fallecimiento a los 95 años de Robert Mugabe, que presidió Zimbabue desde su independencia hasta ser depuesto a través de un golpe en 2017, nos remite a las esperanzas y tragedias de África, tan cerca y tan lejos de Europa. Las lecturas de su trayectoria no pueden ser más antagónicas, unos le califican de “padre de la independencia” y “liberador del yugo colonial”, y otros nos lo presentan como el modelo del sátrapa local que constituye el principal freno al desarrollo de África. ¿Se puede ser héroe y tirano al mismo tiempo? ¿Qué enseñanzas nos ofrecen las luces y las sombras que conviven en la figura de Mugabe?
De Rodesia a Zimbabue
Cuando Mugabe nació, el territorio donde vivía recibía el nombre de Rodesia del Sur. Se lo “otorgó” Cecil Rhodes, uno de los artífices de la expansión imperial británica en África. No solo monopolizó los derechos mineros de la región, sino que impuso un sello de propiedad en el mismo nombre de la colonia.
A partir de 1965, Rodesia cayó en manos de un gobierno racista y supremacista de colonos blancos, encabezado por Ian Douglas Smith, cuya premisa era: “mientras viva no daré el voto a los africanos”.
La trayectoria política de Robert Mugabe se gesta en la lucha de los pueblos africanos que derribó el colonialismo.
Se integra en la Unión Popular Africana de Zimbabue (ZAPU), que toma como modelo el CNA de Nelson Mandela. Es encarcelado durante diez años, y funda la Unión Nacional Africana de Zimbabue (ZANU), pilar de la lucha armada que obligará a la minoría blanca a firmar en 1979 los acuerdos de Lancaster House.
Entonces una nueva nación, ya bajo del nombre de Zimbabue, se instaura en torno a un inesperado pacto: las triunfantes guerrillas controlarán el ejército, y un régimen electoral basado en “un hombre, un voto” garantizará el poder de la mayoría negra, pero se respetarán las posesiones de la minoría blanca -un 1% de la población que controlaba el 40% de las tierras-, llamándoles a que permanezcan en el país contribuyendo al desarrollo de la economía nacional.
Bajo esta sorprendente arquitectura, Zimbabue conquista una independencia real de los antiguos poderes coloniales. Y, lo que es más importante, evita caer bajo la órbita norteamericana o soviética, las dos superpotencias que destruirán África durante la Guerra Fría, convirtiéndola en teatro de operaciones de su disputa por la hegemonía mundial.
Durante estos años, Zimbabue se convierte en un ejemplo de desarrollo independiente: la escolarización se multiplicó por tres, se construyeron 500 hospitales, los niños vacunados pasaron del 25% al 67%, se instauró la igualdad legal entre hombres y mujeres, la esperanza de vida era 7 años más alta que la media de la región, el PIB la duplicaba …
Las razones de la caída a los infiernos
Sin embargo, con la entrada en el nuevo milenio, Zimbabue se transformó en un inmenso agujero negro de miseria. El 80% de la población pasó a sobrevivir con menos de un euro al día, y un tercio a depender de la ayuda internacional. Mientras la economía se hundía, desatando una monstruosa hiperinflación que llegó hasta el 250.000%.
¿Qué había sucedido?
Los grandes medios occidentales sitúan como origen de todos los males a la reforma agraria que obligaba a los terratenientes blancos, cuyas propiedades se habían respetado hasta entonces, a vender sus tierras al Estado, quebrando con ello el sistema agrícola que había convertido a Zimbabue en “el granero de África”.
Esta es una visión interesada que oculta, en primer lugar, las consecuencias de la intervención exterior de EEUU, apoyándose en la ex potencia colonial, Reino Unido. Impulsando desde 2002 unas sanciones internacionales, todavía vigentes, que han hundido la economía nacional. Utilizan el “combate a los tiranos locales” como tapadera. Pero quienes, como Washington, sostienen a sátrapas como Mohamed VI en Marruecos o Al Sisi en Egipto, no se movilizan por “el respeto a los derechos humanos”. Lo que buscan es recuperar el control sobre un país como Zimbabue, rico en cromo, cobre, platino, oro, níquel, diamantes, gas…
Pero las grandes potencias imperialistas utilizan factores internos para desatar sus ataques sobre Zimbabue. Y en ellos, Mugabe tiene una importante parte de responsabilidad.
La figura de Mugabe concentra algunas de las principales encrucijadas que, en lo bueno y en lo malo, permiten comprender la auténtica realidad de África
Frente a la visión de que “una reforma agraria demasiado radical” generó el caos, el problema fue precisamente que no se ejecutó ninguna reforma agraria. Mugabe expropio a los grandes propietarios blancos, pero la tierra no se redistribuyó, sino que pasó a manos de los grandes jerarcas del partido, el ejército y la burocracia estatal.
Quebrando la línea que había permitido mantener, incluso durante la Guerra Fría, la unidad nacional ante las dos superpotencias y desarrollar la economía del país mejorando el nivel de vida de la población, se conforma en las altas esferas del Estado una auténtica casta burocrática, que para mantenerse necesita expoliar los recursos nacionales e imponer una represión cada vez mayor. Esto se ha convertido no solo en un problema para la población que lo sufre, sino en una herida que facilita la intervención y los ataques de las principales potencias, deseosas que quebrar la independencia de Zimbabue.
En 2017 un golpe promovido por la élite del ejército y del partido en el poder destituyó a Mugabe. Pero no alteró lo sustancial de un entorno tóxico que amenaza la estabilidad del país.
Una vieja y peligrosa amistad
El actual presidente de Zimbabue, Emmerson Mnangagwa, firmó el pasado año en Pekín un acuerdo para “reforzar la asociación estratégica integral de cooperación entre ambos países”. La cercanía de Zimbabue a China hunde sus raíces en la lucha de liberación colonial. El ZANU, fundado por Mugabe, escapó del control soviético y reforzó sus relaciones con Pekín.
Al promover la desestabilización en Zimbabue, EEUU busca golpear uno de los puntos de apoyo de una influencia china que no para de crecer en África.
La figura de Mugabe concentra algunas de las principales encrucijadas, en lo bueno y en lo malo, que permiten comprender el continente africano.
El pueblo de Zimbabue sabrá ajustar cuentas con los errores y crímenes, sin permitir que se abra la puerta a los poderes que quieren convertirla en una nueva Rodesi