SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

De Botí­n a la Diada: la España que se va

La semana del 8 al 14 de septiembre de 2014 ha marcado, seguramente, todo un récord de presencia española en los medios de comunicación internacionales. El fallecimiento de Emilio Botín y el nombramiento de su hija Ana Patricia para sucederle en la presidencia del Banco Santander han acaparado portadas en Londres, Nueva York y Washington. Pero el acontecimiento suscita sentimientos encontrados: de satisfacción por el reconocimiento al financiero más importante del último siglo en España, y uno de los más relevantes de Europa, pero también de pérdida por un español que lo era con una gran consciencia y responsabilidad en unos tiempos en los que estos compatriotas no abundan.

El nuevo escenario empresarial y financiero español -sin Botín- se añade a otros de una España que se está yendo sin que, por el momento, exista la certeza (acaso, ni la esperanza) de que el porvenir recomponga lo que Pedro Sánchez acertó ayer a definir como una inminente “crisis de Estado”. No porque la muerte de Botín haya creado un enorme vacío social y empresarial -un reto para su hija y sucesora-, sino porque que se añade a otros mutis de gran calado y a una situación en Cataluña próxima a la insurrección.

La abdicación del Rey -que se consumó en medio de la incredulidad de los observadores más fútiles- y la proclamación de Felipe VI, todavía no dispone de la lectura positiva que le aportará -tiene que demostrarlo- el reinado de su hijo. La retirada política de Alfredo Pérez Rubalcaba, un gran dinosaurio del socialismo español, ¿le garantiza al PSOE una frenada en seco al desplome de sus expectativas electorales? La autodestrucción de Jordi Pujol ha dinamitado, desde luego su papel en la transición española, pero también a su partido, CDC, al que ha obligado a una titubeante y desconcertada refundación. La renuncia de Ana Botella a la candidatura por Madrid en las próximas municipales y la marcha de Arias Cañete a Bruselas para ocupar -si no hay sorpresas- una comisaria modesta (supeditada a una vicepresidencia), quiebran en PP dos de los eslabones más significativos de los que le unían con el aznarismo, que guste o no, ha vertebrado la acción política de la derecha desde 1989 hasta 2008.

En los ámbitos sociales, la España que se esfuma es igualmente perceptible. El Papa ha aceptado la jubilación del cardenal-arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, después de casi un cuarto de siglo de mandato férreo en la Iglesia española, sin que en la actual jerarquía se perciba una alternativa refrescante a la gestión -eclesial, pero también política y mediática- de un prelado demasiado alejado del pulso de los sectores católicos.

Como alejados de determinadas realidades -porque están incurriendo en el oficialismo o en la extrema docilidad- se encuentran los medios como referentes intelectuales y de opinión. La Universidad se ha convertido en un campo de Agramante y el país discute como vecindonas en patio de corrala, mientras nuestro turismo ha reflejado una España chabacana de sexo a granel, alojamientos de tapadillo, alcoholización como remedo de ocio y divertimento e insensateces que han acabado en tragedia. Por alguna razón bien fundada, Ortega advirtió sin descanso sobre la afección española a lo chabacano y a lo vulgar.

Cataluña es la hemorragia de esta España en trance de irse. La Diada del jueves demuestra que no se reclama la consulta -o no principalmente- sino la independencia. El problema para el Gobierno -y, en definitiva, para el Estado- no consiste tanto en el proceso soberanista que está ya muerto, cuando en la vivacidad de la corriente de opinión -muy fuerte- según la cual el Principado no tiene otra alternativa que la secesión. De momento, ayer, los medios internacionales no pudieron sustraerse a la imagen cromática del gentío en las calles de Barcelona.

Rajoy no tiene otra alternativa que aplicar la ley -el fiscal general ayer estuvo claro- y sostener impertérrito que la legitimidad y la legalidad democráticas están indefectiblemente unidas. Pero no es suficiente: España necesita un discurso político que vaya más allá; una acción estadista que no se limite a responder en rueda de prensa a un desafío como el de la Diada y un plan de futuro para recuperar la unidad que estamos perdiendo. Se quiera o no, la fuerza de los hechos nos remite a la advertencia del Rey abdicado -y que por eso abdicó- para que, si necesario fuera, renovásemos los pactos de nuestra convivencia. Hacerlo es necesario pero inviable ahora en términos de desafío y menos aún cuando éste se plantea desde un unilateralismo que nos remite a los peores episodios de la historia española y europea.

España arrastra a lo largo de su historia una obligación existencial que consiste en reinventarse de manera cíclica (España reinventada, de Salvador Balfour y Alejandro Quiroga. Península. 2007). Cicerón -su vida y muerte fue para Stefan Zweig el primero de sus Momentos estelares de la humanidad- escribió que “no saber lo que nos ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños”. Así, infantilmente, muchos de nuestros dirigentes se abrazan a una España que se ha representado a sí misma con brillantez pero que ahora baja el telón porque sus protagonistas, por una u otra razón, han dejado de serlo. Los cascotes de la desigualdad, el paro, el fraude y la corrupción acompañan este fin de época y los depredadores han salido a cazar.